Y
si hubiese alguien capaz de manejar el timón en las aguas turbias y fangosas
de la política y mantener el rumbo, a pesar de los tiburones? ¿Y si hubiese
alguien que no prostituyese sus ideales de campaña en la primera curva del
camino? ¿Sería eso posible?
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MAYO 2004
EL FIN DE LOS DINOSAURIOS
POR CAROLINA FERNANDEZ
L as moscas, en su desarrollo,
pasan por distintas fases de inmadurez, hasta que alcanzan la fase adulta.
Sufren una metamorfosis completa que las convierte por arte de magia de la
madre naturaleza, y simplificando el proceso, de huevo a larva y de larva a
mosca tal y como la conocemos, es decir, bichejos incordiones y básicamente
asquerosos cuyo afán en la vida es joder al prójimo para vivir, sin
producir, lo más cómodamente posible. Uno sabe que ése es el proceso y no se
le ocurre discutirlo, sencillamente porque es así. Y con esa resignación se
sufre, aerosol en mano, todos los veranos. Es un maravilloso proceso
natural, y la naturaleza cambia sus métodos muy de tarde en tarde.
De la misma manera, a una servidora, educada en democracia, fue creyéndose
que la evolución de político era similar, y que sufría irremediablemente la
misma metamorfosis. De ciudadano a militante y de militante a cargo público.
En su proceso de engorde ideológico las larvas se iban alimentando del
manual de partido y perdían progresivamente el contacto con la realidad, a
medida que se sucedían las etapas del proceso. El último paso era el
definitivo, el no retorno. Un paso reservado para unos pocos elegidos. El
Presidente. La amnesia total. La presidencia mantenía por un tiempo la
euforia del triunfo, el calor de los votos, el aliento del pueblo, el
aplauso de las masas, la esperanza de las urnas. La democracia tiene el día
de las votaciones un deje romántico, de emoción en el momento en el que el
presidente de mesa pronuncia las palabras mágicas: Fulanita Ruipérez ¡vota!
El derecho constitucional ejercido con la cabeza alta, el pecho fuera y la
barriga dentro, después de una reflexión profunda en la cabina de las
papeletas, lo hacía a uno irse a tomar el vermú con la satisfacción engañosa
del deber cumplido. El vermú parece que sabe distinto en domingo electoral.
Y ahí se acababa todo. Porque a partir de ahí comenzaban los cabreos en el
telediario del mediodía, las mentiras, las protestas, las desilusiones, y de
ahí a la apatía total. Un asco.
Sencillamente así sucedía. He ahí el proceso lógico del político, que casi
habíamos asumido como el orden natural del universo, con una mezcla de
fatalidad y resignación. El poder corrompe. Y punto.
Pero ¿y si no fuese así? ¿Y si hubiese alguien capaz de manejar el timón en
las aguas turbias y fangosas de la política y mantener el rumbo, a pesar de
los tiburones? ¿Y si hubiese alguien que no prostituyese sus ideales de
campaña en la primera curva del camino? ¿Y si hubiese alguien que
simplemente utilizase el poder que de común acuerdo se le ha otorgado, para
defender los intereses de la mayoría? ¿Sería eso posible?
En ese caso se daría un vuelco en la evolución de una envergadura semejante
a la desaparición de los dinosaurios de la faz de la tierra. Es más,
realmente se vislumbraría en el horizonte el fin de la era de una pandilla
de insaciables tiranosauros que gobernaban el mundo a su antojo, sometiendo
bajo el miedo al resto de las especies. En cuanto desaparecieron del mapa,
imagino yo que todos sus vecinos de jurásico habrían vivido un nuevo
renacimiento, unos amaneceres más brillantes, una nueva esperanza de
desarrollo, de vida, de futuro sin enormes diplodocus en el horizonte, que
con la supremacía de su mayoría absoluta controlaban el cotarro, a pesar de
tener un cráneo diminuto y una capacidad cerebral extraordinariamente
reducida. Un alivio tal sólo puede ser comparable, eras después, a la
desaparición de Aznar de los periódicos, los telediarios, el Congreso, la
Moncloa y cualquier otro lugar de trascendencia pública que se me pudiera
ocurrir, para quedar relegado al salón de su casa, museo prehistórico para
especies en extinción.
No se sabe cuál fue el primer bicho que salió del agua y puso sus patas en
tierra firme, ni cuánto tardaron sus hermanos en darse cuenta de que fuera
del mar se vivía mejor, pero se tiene el convencimiento de que ese instante
fue un momento único y milagroso, donde la evolución dio un giro
espectacular y cambió el rumbo del futuro. Tampoco sabemos lo que durará
este raro ejemplar político que tenemos en España, que cumple lo prometido
antes del tiempo acordado, que respeta la voluntad del pueblo, que tiene la
mentalidad doméstica del ahorro de quien está acostumbrado a hacer cuentas
en casa, que habla de respeto, diálogo, humildad y otras palabras que hacen
que en algunos bancos a la derecha del hemiciclo haya quien se consume en
sus propios ácidos. Desde nuestras casas muchos nos frotamos los ojos con
una mezcla de incredulidad y asombro ante el fenómeno. No sabemos cuánto
durará, pero algo es seguro: una vez que semejante milagro de la evolución
ha sucedido una vez, puede repetirse en cualquier momento. Esa es la puerta
abierta, ésa es la esperanza.
Mientras tanto, que dure.
No nos falles, Zapatero. ∆ |