Ser todo lo que la iglesia
demanda no nos lleva a la evolución sino al inmovilismo, y a la más vil
de las dependencias. |
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MAYO 2004
MULTINACIONALES DE LA FE
POR JOSE ROMERO SEGUIN
N uestros clérigos no se tocan
con turbantes, ni exhiben luengas barbas, han dejado atrás sotanas y
alzacuellos, se disfrazan de ciudadanos, no parecen integristas pero su
misión es integrar, ellos lo están. Por eso, cuando hablas con alguno,
observas que sea cual sea su origen geográfico, su extracción social o su
aparentemente invulnerable singularidad, éste lleva invariablemente en su
interior un cura, una entidad que les supera y homogeneiza, un chamán
adiestrado para las lacras de la piedad, el perdón, la compasión y la
caridad, como únicos instrumentos de estructuración ética y moral de la
sociedad y de entendimiento entre hombres y pueblos. Todo esto puede parecer
correcto, pero, y la dignidad del ser humano, y su sentido de la
responsabilidad, y la íntima libertad, y la singularidad, y qué decir de la
capacidad de pensar y actuar en conciencia, acaso es que nada de esto
importa. Pues no, parece que no, que lo que realmente importa es que seamos
piadosos, que pongamos la otra mejilla, que seamos compasivos, que nos
tornemos caritativos, pese a que con ello no nos fortalecemos y socorremos
como aparentemente se nos hace creer, sino que nos debilitamos tanto
individual como colectivamente. Ser todo lo que la iglesia demanda no nos
lleva a la evolución sino al inmovilismo, y a la más vil de las
dependencias.
Por otro lado, tras la fatal trampa de sus postulados de hermandad habita la
gran mentira de la absolución sin convicción y sin la necesidad de restaurar
en la medida de lo posible el daño causado, sin tener que acercarte a la
víctima, y lo que es peor, que el ficticio arrepentimiento no busca
congraciarse con el ofendido sino con un dios que no es en realidad sino la
exacta distancia que necesitamos para ejercer de depredadores sin
remordimiento ni propósito de enmienda.
La iglesia, cualquiera, no es sino una institución con ánimo de lucro, una
sociedad anónima de la moral y una gran mentira en lo espiritual. Y lo viene
demostrando siglo tras siglo, afianzada siempre a medio camino en un
concepto dual que conforman los absolutos bien y mal, y que le permite
actuar sobre todos los demás elementos de dualidad que encarnan la esencia y
esencialidad del ser humano. Partiendo de esta maniquea simplificación, la
iglesia se inmiscuye y actúa sobre todas las demás confundiéndolas, es
decir, situándolas constantemente en alguno de estos extremos, cuando no
tiene porque ser así, pues no todo es especialmente malo ni todo es
plenamente bueno, sino que existen puntos intermedios, lugares de encuentro
y entendimiento que son los que de verdad nos dignifican y colman de
sentido; los que realmente potencian nuestras capacidades al margen de esos
dioses que no hacen sino distorsionar la realidad situando nuestras
esperanzas y desvelos en planos de existencia que aquí y ahora no nos atañen
en absoluto, y que no deben, por tanto, tener valor alguno. La vida eterna,
es ésta, pues la eternidad no es sino una sucesión de elementos efímeros que
si no la definen sí le dan al menos sentido, y si aquí y ahora la negamos,
no estaremos haciendo sino romper la natural secuencia que la soporta.
El dios oficial no es necesario, la iglesia tampoco, todos y cada uno de
nosotros somos una poderosa promesa de vida y esperanza para los demás y
legítimos poseedores, como tal, de un dios personal e intransferible, lo
restante son sólo demagógicos argumentos al servicio de una coartada
terriblemente comercial, que para colmo, no genera sino innecesarios
desasosiegos y desvelos que nos comprometen con una realidad absurda; que
nos conduce a la terrible paradoja de ver cómo a las angustias que nuestra
propia naturaleza nos aboca, se suman otras de índole artificial y netamente
interesada que la iglesia muy sabiamente ha sabido inocular en nuestro ánimo
prevaliéndose del desamparo y la soledad existencial que nos aflige. Ella ha
sabido pulsar como nadie la debilidad del ser humano y sobre ella ha
levantado su iglesia, ésa es la piedra, la carne de Pedro, el que negó a
Cristo tres veces, ésa es la sólida base de una organización que ha sabido
obrar sobre los cimientos de la estupidez y la flaqueza del hombre todo un
imperio.
La iglesia se opone al aborto, y, sin embargo, no duda en abortar todo
intento de desarrollo humano, todo legítimo afán de vivir en conciencia y
con conciencia aquí y ahora. Conciencia que busca proyectarnos en los demás,
es decir, compartir con ellos en igualdad de derechos y obligaciones.
Si la iglesia tuviese el objetivo que predica, no habría crecido ella, sino
el hombre en todas sus dimensiones, pero ella no nació para socorrer sino
que socorre para sobrevivir, pues vive de nuestra debilidad y nos debilita
en consecuencia. Las secuelas son terribles, falta de confianza en uno mismo
y en los demás, desesperanza, hastío, constante desatención hacia esta
hermosa vida que se nos brinda, radical maniqueísmo, insano conformismo,
idolatría, disociación entre espíritu y materia, a los que ha sumido en un
pérfido enfrentamiento que no-confrontación que los lleva a actuar uno al
margen del otro.
La iglesia del hombre es el hombre, el dios del hombre debiera ser su
responsabilidad frente a los demás hombres. ∆ |