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El Ventano

Los timos modernos no los hacen los pringaos, no: ahora son grandes bandas organizadas, mafias, multinacionales, franquicias, empresas públicas y privadas se dedican a buscar las cosquillas al sistema legal para metértela doblada.

JULIO 2004

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TIMADORES
POR ELENA F. VISPO

Imagínate que estás en Oviedo y quieres ir a la Coruña. Coges el coche y te pones en marcha. Pero antes, por el motivo que sea (porque te has perdido, porque quieres hacer un recado, porque te da la gana), pasas por Burgos. Vale. Pero resulta que ahora, cada vez que coges el coche, éste enfila hacia Burgos sin consultarte a ti nada, sea cual sea tu destino obligándote, eso sí, a pagar el peaje en la autopista.
Pues esto es, más o menos, lo que me explicó el de la Oficina de Consumo cuando fui a enseñarle mi factura de teléfono con el bonito importe de 644,38 euros. Ciento siete mil y pico pesetillas de las de antes. ¿Por qué? Porque, como joven moderna que soy, hallábame yo navegando por Internet cuando me enganchó algún tipo de programa informático y modificó el software de mi ordenador, de modo que cada vez que me conectaba con mi estupenda tarifa plana, en realidad lo estaba haciendo a través de un 906. Es decir, con los números de tarificación especial había topado.
Al borde de la lipotimia, engancho el teléfono y, después de tararear un rato el nananá de la canción de Telefónica, consigo hablar con una "amable" operadora que me explica que ellos no se hacen cargo, que esas llamadas efectivamente existieron y que me busque la vida para pagar la factura. De ahí a Consumo, claro, donde un amable, esta vez sí, funcionario, me explica mediante la parábola de Burgos que cada vez que me conecto a Internet tengo que pagar peaje. Y me da una serie de soluciones que os cuento dentro de un momento, por si alguna vez os encontráis en semejante trance.
Pero el caso es que, más o menos por estas fechas, me acerco a Correos y pago una pasta por enviar una carta certificada urgente. A la semana me llama el destinatario para avisarme de que no ha llegado. Paciencia, contesto, vamos a darle un margen al cartero. A los veinte días, evidentemente sin carta, voy a presentar una reclamación y tardan otros siete días en decirme que ese envío se entregó tiempo ha. Que no, les digo yo. Que sí, me dicen ellos. Y me cobran 8,40 euros por decírmelo mediante certificado oficial. Y el caso es que no, así que vuelvo a pasarme por Consumo (me voy a hacer íntima de los que trabajan allí) y vuelta la burra al trigo. La carta se ha perdido y, con suerte, me darán 30 euros de indemnización. ¿Y el mosqueo, se paga? ¿Y las molestias? Pues no, me dice una abogada, que me echa además la bronca por mandar documentos importantes por Correos y no por mensajero. Que la culpa es mía, vamos.
Para relajarme un poco decido ir a nadar un rato a la piscina municipal. Saco mi carnet, paso la banda magnética y me doy de narices con una pantalla en la cual veo mi foto, mi nombre y apellidos y un saludo: Bienvenido, usuario. Asustada, descubro que ahí, a mi alcance y al de cualquiera, están los datos de todas las personas que en esos momentos están usando las instalaciones del pabellón, así que me voy corriendo a la oficina y les digo si se han vuelto locos. No, no, es para controlar la entrada de los socios, y no hay nada que hacer por mucho que proteste, aseguran. Ya lo veremos. Si quisiese estar en el Gran Hermano me presentaría al casting.
Y más cosas, podría contar, porque llevo una racha que pa qué. Pero no lo hago por no dar pena y porque parece que esto es una cruzada de "yo contra el mundo". Y no. Porque lo que me pasa a mí le pasa a cualquiera cada día, el problema es que si te pones a protestar por todo tendría que ser un trabajo a tiempo completo, y no estamos para eso.
Éste es el país de la picaresca, después de todo, se supone que los españoles tenemos un instinto especial para tomarle el pelo a la gente. El timo de la estampita, el tocomocho, estas cosas todas las inventamos aquí, por el amor de Dios. ¿Y ahora nos timan a nosotros? ¿Dónde vamos a parar? Porque los timos modernos no los hacen los pringaos, no: ahora son grandes bandas organizadas, mafias, multinacionales, franquicias, empresas públicas y privadas se dedican a buscar las cosquillas al sistema legal para metértela doblada. Y tú, yo, todos, acosados, no sabemos por dónde nos va a caer. Pero que en algún momento nos cae, seguro. De canto. Y eso sólo se arregla protestando, moviéndose, dando el coñazo, denunciando con uñas y dientes para que vean, por lo menos, que no somos presa fácil. Así también se cambia un país, porque las grandes empresas, el estado, el mundo en general no va a funcionar mejor si nosotros no lo empujamos un poquito.
Por cierto, la picaresca popular no ha muerto. Si te llega una factura de teléfono de esas que hacen temblar las juntas, hay varias opciones: puedes ir a la policía, al juzgado, a Telecomunicaciones, a Consumo (aquí te informan mejor que yo), pero lo primero es el truco del almendruco: para que no te corten la línea, pide el desglose de la factura y paga el consumo real de teléfono. Lo otro, que lo pague Rita. De ese modo lo único que harán será cortarte el acceso a las líneas de tarificación especial, que es lo que tú quieres.
Y que tengan más cuidado la próxima vez, porque si ellos vienen a por mí, desde hace un tiempo yo también voy a por ellos. A ver si puede más una multinacional de mierda que un montón de ciudadanos cabreados. Si quieren guerra, que se preparen. La tendrán. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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