La izquierda es hoy una
élite aburguesada que lejos de imprimir aliento a los principios que
propugnan, no hacen sino adormecerlos. |
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JULIO 2004
LA NUEVA IZQUIERDA
POR JOSE ROMERO SEGUIN
L as palabras más hermosas, las que
desde siempre han comprometido a los hombres en las empresas más solidarias
y justas con que se haya dignificado la condición humana. Esas que han
forjado los más tolerantes y filantrópicos talantes se han convertido, y no
por casualidad, en meros complementos, pura marroquinería: bolsos,
cinturones, zapatos y barata bisutería, siempre a juego con los ropajes
sociales de una élite en su mayoría burócrata con leve mezcla de
profesionales liberales: médicos, abogados, catedráticos, profesores,
escritores, periodistas de prestigio, ingenieros, arquitectos, actores de
fama, toreros de escuela, notarios, registradores de la propiedad, jueces,
fiscales; y un largo etc. de hombres y mujeres que cubiertas suficientemente
sus necesidades económicas, no hallan mejor modo de mostrarse distintos y
distinguidos que éste de apropiarse de la elegante y siempre bien acogida
filosofía progresista, más liberal por cierto, que comunitaria. Y hasta ese
punto nada parece que se pueda objetar, pues bienvenida sea toda iniciativa
que nos mueva en este esencial sentido. Pero la cuestión no estriba como
puede parecer, en la pose sino en el compromiso, no en la predica sino en el
ejemplo, y es ahí donde se produce el fraude, estos sectores sociales se
limitan a una militancia ficticia, de café y tertulia, luego se va cada uno
a lo suyo, es decir, a un gratificante, considerado socialmente y bien
remunerado puesto de trabajo y de allí a su cómoda vida, alejada de las
penurias que aquejan a los curritos sin pedigrí, a los marginados, a todos
aquellos que perdidos en las cloacas de sus ciudades son explotados por
personajes sin escrúpulos. Hombres y mujeres que maltratados y alienados en
la vida civil, se mueren en la desesperante intrascendencia de una
existencia alejada de los exquisitos placeres de la cultura y de las artes
en todos sus ámbitos de expresión. Hombres y mujeres que se han de conformar
con oír a los señores de la progresía poner el grito en el cielo sin
levantar los pies de la moqueta, contra los grandes males que asolan a la
humanidad, sin el menor atisbo de abstracción que no sea la de utilizar
absolutos: el hambre en el mundo, la injusticia, la falta de libertad, la
intolerancia, la ecología, el imperialismo, el integrismo y cualquier otro
que no les comprometa más allá de facilitarles el relumbrón intelectual o el
campechano talante de hombre de bien.
La izquierda es hoy una élite aburguesada que lejos de imprimir aliento a
los principios que propugnan, no hacen sino adormecerlos, y lo que es peor,
someter la esperanza de verdaderos cambios sociales a la extraña métrica de
su exquisita retórica, para nada asequible a la mayoría social.
Así nos encontramos perdidos en medio de una sociedad militante en lo
superficial y desmovilizada completamente en lo esencial. Guiada en su
devenir hacia los auténticos cambios sociales por una legión de acomodados
que se hallan más que a gusto en esa placentera ubicación, que les permite
sin obligarles a renunciar a nada, ser comunistas o socialistas de mercedes,
piso en el centro o adosado en barrio residencial, hijos estudiando en
colegios de pago o en el extranjero, personal de servicio fijo o por horas y
chalet en la playa. Sin que tal dispendio les sea reprochado o criticado,
porque para algo son de izquierdas.
Y porque es así, está el mundo laboral como está, está la educación como
está y está la justicia como está. Y un país donde no existen derechos
laborales, donde se manipula y utiliza la educación con fines partidistas,
la sanidad anda por los pasillos y la justicia es un jodido negocio, no es
un país democrático, sino un país acomodado en la resignación, perdido en la
desesperanza. Un país que está necesitado de hombres y mujeres capaces de
comprometerse de verdad con la renuncia que exige la ecuanimidad social y la
sana redistribución de la riqueza.
Hoy todos gritan: "no nos falles Zapatero". Lo hace el currito y el
empresario, el soldado y el general, el chorizo y el banquero, pero cabe
preguntarse, y si por una vez fuésemos nosotros los que no le fallásemos,
los que estuviésemos a la altura de las circunstancias poniendo a su lado la
generosidad, la tolerancia y la solidaridad y no sus opuestos. Y es que
somos nosotros los que tenemos el deber de hacer de Zapatero un verdadero
milagro, él es sólo un tipo bien intencionado que como muchos de nosotros
entiende que las cosas no tienen por qué ser así de brutales, estancas y
broncas, y que a través de la palabra se puede llegar al total y racional
entendimiento. Pero no nos engañemos, él como nosotros no va a pasar de ahí
si no cuenta con la voluntad decidida de todos a la hora de ser como él,
fervientes y sinceros defensores de un nuevo talante en nuestras relaciones
sociales. Y para ello debemos dejarnos de poses y pasar al compromiso, de
horrorizarnos entre horas, para militar minuto a minuto en defensa de la
libertad, la justicia y la solidaridad, aunque ello nos lleve a poner en la
picota a nuestros más sagrados mitos sociales. No podemos permitir que se
haga del supremo compromiso humanista que a todos compete, un mero producto
o tablero sobre el que una élite exhibe sin pudor la utillería de ese
talante de diseño y para la ocasión. ∆
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