Antes me resultaba violento que me cachease un
poli con las espaldas de un armario de cocina, pero ahora entiendo que es un
deber por la patria y me dejo palpar gustosamente cuanto sea necesario por
el bien de todos.
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FEBRERO 2004
BAJO SOSPECHA
POR CAROLINA FERNANDEZ
Y o creo que tal y como van las cosas,
en poco tiempo cada vez que abramos una cuenta en el banco, en vez del juego
de maletas o el pack de tuppers, nos regalarán un detector de metales
portátil, de uso doméstico, para que lo pongamos a la entrada de casa y
hagamos pasar por él a las visitas, no sea que nos traicione nuestro amigo
del colegio que viene a vernos con mujer e hijos, o que el que viene a
revisar el gas venga en realidad a ponernos una bomba no con el butano de
toda la vida, sino con el mostaza, que es más exótico y acojona más. También
propondría que con las cartillas de los puntos del supermercado nos
regalasen algo moderno para detectar el ántrax en la correspondencia del
banco. Y ya puestos, yo inventaría algún electrodoméstico sencillito que
diese la alarma ante cualquier virus extraño en las comidas, o sobredosis de
microorganismos, porque yo, que ya estaba mosqueada con el tema de los
transgénicos, la peste porcina, las vacas locas, y la salmonelosis, que
siempre se coge con las ensaladillas de los bares, ahora tengo encima que
lidiar con el estrés que me produce sólo pensar en la gripe del pollo. Y que
no rebrote la neumonía asiática, líbrenos señor, porque el año pasado nos
salvamos por los pelos, pero este año fijo que nos mermaba la población de
jubilados. Si ya no me siento segura ni con mi marca de compresas, menos aún
respirando los índices de contaminación que nos metemos en el cuerpo como
tal cosa, con una pila de metales pesados y otras chatarras que se van a
quedar ahí, enquistadas en alguna parte de los pulmones, esperando la
ocasión de asfixiarme cuando menos me lo espero. Miro con desconfianza las
inmensas tuberías de los circuitos de refrigeración que rodean el edificio
donde vivo, esperando descubrir en cuál de ellas se esconde el feroz bichejo
de la legionella que podría atacarme sin yo darme cuenta. He renunciado con
pesar al salmón ahumado, que me encanta, por huir del cáncer, y odio a
muerte los conservantes. Los nitritos me acechan desde los frigoríficos del
súper, los edulcorantes me tientan, el colesterol mata, lo sé, aunque a
veces consigue seducirme. Para contrarrestarlo, me inflo a betacarotenos,
superando el pánico que me producen los plaguicidas; me tiro a las lentejas
con arroz, sanísimas a pesar de las aerofagias, y mastico ajos crudos, con
lo cual mi vida social se resiente bastante, pero lo primero es lo primero.
Estoy elaborando una lista con los grupos de riesgo entre los que me siento
incluida, para tenerla presente y que no se me escape ningún detalle.
Por otra parte, cada vez es más peligroso salir de casa. Miro al cielo por
estar prevenida, por si pasa algún avión cargadito de bombas repostando
combustible por encima de nuestras cabezas, en una maniobra acrobática pero
bajo control en todo momento. Espero en cualquier momento la caída de un
meteorito, emigro como las aves en épocas de gota fría, y sé que en
cualquier momento llegará "the big one", que como será descomunal
seguramente me removerá los cimientos de mi pisito, aunque no viva en San
Francisco. Sé que soy sospechosa hasta que no se demuestre lo contrario.
Sospechosa de terrorismo internacional, por supuesto, no iba a ser menos.
Podría colaborar con esos malvados, si me lo propusiera, subiéndome a un
avión armada con mi cortauñas. Por eso no me molesta que me fichen, lo
considero necesario y justo, teniendo en cuenta que está en juego la
seguridad de todos. Antes me resultaba violento que me cachease un poli con
las espaldas de un armario de cocina, pero ahora entiendo que es un deber
por la patria y me dejo palpar gustosamente cuanto sea necesario por el bien
de todos. Cuando voy por la calle huyo de las esquinas sin visibilidad,
estoy atenta a las bolsas abandonadas en el suelo, y procuro no frecuentar
lugares sin salidas de emergencia, por si hubiera que evacuar rápido en caso
de amenaza de bomba. Evito lugares tentadores para los comandos itinerantes
que te organizan un atentado en un plis plas. Llevo el DNI en la mano, y
cuando veo un guardia se lo enseño, para que vean que colaboro con la ley y
el orden por voluntad propia. No quiero llevarlo en la cartera y que me
trinquen por resistencia a la autoridad. En el autobús, miro a todos con
recelo, porque cualquiera puede ser un presunto delincuente que me robe el
bolso, o un presunto asesino que viaja tranquilamente creyéndose fuera de
sospecha. O hasta un presunto violador, dios no lo quiera. A lo mejor aún no
ha cometido el delito, pero cualquiera es un malhechor en potencia. Yo misma
puedo en cualquier momento padecer una enajenación mental transitoria, quién
está libre de eso, y cometer alguna fechoría, aunque, si es verdad lo que he
visto en las pelis, sería un atenuante en caso de juicio. Considero que
Sadam es mi enemigo personal, y creo firmemente que si me tuviera delante me
despedazaría con saña, y me arrancaría la piel a tiras, porque es un animal
sin escrúpulos que me odia a mí en particular y al mundo en general. No así
los defensores del Orden Mundial, que velan por el sueño de todos
nosotros...
¿Es así como quieren que vivamos?
Yo me bajo. Hasta nunca. ∆ |