Muertos los dioses y
agotadas las vías políticas, se impone dar un cambio, ¿pero hacia dónde?,
esa es la pregunta que está en nuestras bocas. |
|
FEBRERO 2004
EXIGENCIAS DE FUTURO
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Agotados
los arquetipos morales, éticos, estéticos, políticos, económicos y sociales
que rigen hoy nuestra existencia, no cabe otra alternativa que lanzarnos a
una nueva aventura en la ardua tarea de la razón, es decir, elaborar una
nueva teoría que actúe sobre el fondo y la forma del pensamiento.
Dispongámonos pues a romper los viejos esquemas del razonamiento comenzando
por la viciada relación forma-idea, por la de idea-forma. Debemos para ello
dar un paso en el devenir evolutivo, a través del cual dejemos de ser
esclavos de los actos para ser sus dueños, pues sólo así vamos a ser de
verdad creativos y auténticos en la concepción y ejecución de los mismos.
Pues el pensar con el único objeto de dar sentido o justificar aquello que
hacemos obedeciendo a los impulsos más primarios por más sofisticados que
éstos sean, no hace sino embrutecernos, perdernos en un mar de conjeturas
demagógicas que nada tienen que ver con la verdad y la realidad natural del
mundo que nos rodea y aún menos con nuestra responsabilidad. Hoy por hoy, el
pensamiento no busca sino satisfacer la necesidad de nuestros actos, está
por ello al servicio de formas cerradas que a su vez le encierran y
subyugan, hasta convertirlo en un mero instrumento con el que poner a la
idea al servicio de la forma
Pensar para después ser y no ser para después pensar. Ello nos va a llevar a
situarnos en un plano de conciencia que nada tiene que ver con la actual, es
decir, a través de este nuevo sistema de pensamiento, el objeto y sujeto
principal seremos nosotros, y de esa militancia en el pensar nacerán nuevas
formas que nos permitirán ser sin necesidad de rodearse de vastos tratados
filosóficos, sino que les bastará el simple hecho de su necesidad. Necesidad
cuya esencia y esencialidad debe ser contingente y no perpetua. El nuevo
orden que creemos para satisfacer nuestras necesidades ha de ser cambiante,
para adaptarse a la nueva concepción de la existencia, atenta a adecuar su
paso a las necesidades del ser y no el ser a las necesidades. Y para cumplir
con ese objetivo es vital desechar de inmediato el inmovilismo dogmático,
para comenzar a avanzar por la nueva senda de la constante evolución.
Vivimos hoy en los confines del discurso intelectual, tanto en lo que atañe
al espíritu como fiel exponente de la singular e íntima individualidad de
cada uno de nosotros, como en lo concerniente a los postulados y tratados de
comportamiento, compromiso y cumplimiento social. Y el final del camino es
algo que se percibe cada día con mayor nitidez, hoy tanto las ideologías
como las teologías se ven incapaces de dar respuesta a las demandas de la
humanidad. Muertos los dioses y agotadas las vías políticas, se impone dar
un cambio, ¿pero hacia dónde?, ésa es la pregunta que está en nuestras
bocas. Se esconde la respuesta en volver a los trillados senderos de las
viejas y caducas ideologías o teologías, no, y eso que es lo que se está
haciendo una y otra vez, es decir, intentar dar respuesta a nuestras
necesidades sociales e individuales con viejas fórmulas ya fracasadas.
El medio para cambiar no está en la forma sino en la idea, y nosotros somos
aquí y ahora la idea que imagina y modela las futuras formas, y como tal
debemos comportarnos. Sabiendo que el primer paso a dar es dejar de
envenenar el mundo con el discurso de un mercantilismo brutal y salvaje que
nos lleva a vivir ignorando la vida, esclavizados a una realidad que nos
embrutece como a los esclavos en siglos pasados. Con la única diferencia que
ellos mantenían conciencia de que lo eran mientras que nosotros nos sentimos
libres y completos en ese derroche innecesario de nuestra existencia para un
fin que no es otro que el de sobrevivir; cuando no es para nada necesario,
ya que obedece sólo a la necesidad de satisfacer las incalificables
apetencias de un determinado grupo de hombres que han hecho de las peores
lacras que nos afligen, ambición, envidia, explotación, su forma de vida y
el fundamento de las virtudes que nos distinguen. Debemos, por tanto,
reconocer pública y expresamente que nuestro mundo es un mundo fracasado,
que no puede ser de ningún modo el molde a seguir. Con ello se conseguiría
algo que en este momento puede parecer una utopía como es el poner a toda la
humanidad en la disposición de afrontar esta necesidad que así a primera
vista puede parecer un lujo o una excentricidad, y que no lo es, pues es
algo que está en todos nosotros sin distinción de razas; es el único
patrimonio del que todos participamos por igual, no ocurre así con las
posesiones y posibilidades de un mundo creado desde la injusticia y para la
injusticia y con el único fin de someter a la esclavitud a la otra mitad de
la humanidad. Una vez adecuadas y revisadas nuestras verdaderas necesidades,
estaríamos todos en disposición de actuar con las mismas posibilidades, pues
ya no se trataría de imponerse a los demás sino de imponernos a nosotros
mismos, es decir, comenzar a reconstruir nuestro propio armazón cosmogónico
para a través de él llegar un día a actuar sincronizados en aquello que
atañe al colectivo y de acuerdo con nuestras propias necesidades
individuales.
Debemos comenzar a apostar por lo espiritual en detrimento de lo material,
para ser de verdad y en plenitud de conciencia y esencia. ∆ |