En realidad cada uno es lo
que sueña ser, de la misma forma que la proyección de uno mismo es lo que
antes soñó. |
|
ENERO 2004
EL ABUELO
POR ELENA G. GOMEZ
A cabo de escuchar la última campanada
que anuncia el principio del nuevo año, y con ella los gritos, el conocido
sonido del descorchar las botellas de champagne, los besos y las
felicidades, pero todo se vuelve como una inmensa marea que me arrastra y me
lleva, sin habérmelo propuesto, muchos años atrás, a la primera vez que fui
lo suficientemente mayor como para asistir despierta a este acontecimiento.
Cierro los ojos y me traslado en un tiempo sin tiempo a aquella primera vez.
Recuerdo la mano firme y cálida de mi abuelo, sus ojos profundos y grises
que me miraban y sonreían haciéndome sentir mayor e importante en aquel
mundo que yo, prácticamente, no entendía.
El me había ayudado a preparar las uvas de la suerte y me había explicado
que cuando terminara de tomarlas debía cerrar los ojos y formular un deseo,
luego me dijo que ese deseo estaría flotando en una nube y que si seguía
fiel a él, si no le ponía condiciones, algún día se haría realidad.
Ese año, recuerdo, pedí tener un perro, lo deseaba realmente, y se cumplió.
Yo no se lo había dicho a nadie, sólo lo había pedido con mucha fuerza y se
hizo realidad. Desde entonces creo en los deseos.
Unos años más tarde, cuando yo había crecido un poco, el abuelo me explicó
que había llegado el momento de cambiar los deseos por objetivos, y para
ello tenía que comprender que cada año era como un nuevo capítulo de la
historia de mi vida, un capítulo que se iría escribiendo a lo largo de los
días y que estaría lleno de acontecimientos que, en la mayoría de los casos,
estarían provocados por mí, por mis pensamientos y por mis actos. Pero, si
quería que mi vida tuviera un sentido, debía hacer como hace un escritor en
un libro, debería poner un título al nuevo año, y en ese título tenía que
estar encerrado lo que yo quería conquistar, superar o adquirir. Luego, si
mantenía viva la idea del título, podría ver y comprender cómo, en realidad,
los acontecimientos de mi vida se dirigirían hacia donde yo quisiera, y las
cosas que me sucederían tendrían un fino hilo que las uniría y las
relacionaría.
Recuerdo que al principio me resultaba difícil ver lo que el abuelo me
decía, pero con los años y la práctica fui comprobando que todo era tal y
como él me había enseñado, y que las únicas personas que conseguían algo en
la vida eran aquellas que tenían sueños u objetivos que conquistar, y esas
personas estaban llenas de vida y en sus vidas había lucha, esfuerzo,
sacrificio, pero también mucha satisfacción cuando conseguían sus metas.
En cambio, aquellas personas que se limitaban a vivir, a ser marionetas de
la vida o a esperar que la vida les solucionara las cosas, ésas, nunca
entendían nada de lo que les sucedía, y no vivían la vida, sino que pasaban
por ella sin aprovechar las lecciones que, generosamente, la vida les daba,
hasta tal punto que confundían las cosas y allí donde la vida les ponía una
prueba para que se superasen a sí mismos y, por tanto, se conociesen un poco
más, ellos entendían que había un castigo.
Nadie había dejado en mí una huella tan profunda como mi abuelo, tal vez
porque él había sido el único que me había dedicado su tiempo, y en su
tiempo me había dado su conocimiento de la vida, un conocimiento que no se
encuentra en ningún libro sino en aquellos que han recorrido un largo camino
donde las experiencias se funden con los recuerdos, recuerdos de toda una
vida.
El abuelo me enseñó a pensar, a trazarme objetivos, pero sobre todo me ayudó
a descubrir que los deseos que nacen desde lo más profundo de uno mismo no
son utopías, sino que son, en realidad, sueños. Sueños que se convierten en
los auténticos artífices de uno mismo, porque en realidad cada uno es lo que
sueña ser, de la misma forma que la proyección de uno mismo es lo que antes
soñó.
De pronto, siento que una mano me agarra con fuerza y me saca de mi
ensoñación. Mi hijo pequeño, Daniel, me mira con cara de sorpresa, se acerca
a mí y me da un abrazo, él aún es muy pequeño para entender lo que estoy
haciendo pero dentro de unos años le explicaré lo que significa realmente
comenzar un nuevo año, y al hacerlo sabré que mi abuelo seguirá vivo en él,
como ahora está en mí, porque aunque una persona se muera, sus ideas y sus
pensamientos nunca mueren.
Y así se continuará tejiendo la red que nos une a los Seres en un espacio
que está por encima del tiempo. Esa red que nos permite a todos estar vivos
en la mente de aquellos que se atreven a soñar. ∆ |