La independencia es un don
hermoso y clarificador cuando se ejerce para el primer y más preciado bien
de que disfrutamos, la convivencia. |
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ENERO 2004
INDEPENDENCIA
POR JOSE ROMERO SEGUIN
D eberían ser independientes los altos
tribunales de justicia a la hora de dictar sentencia. Deberían ser
independientes los influyentes medios de comunicación en su labor de
informar con rigor, imparcialidad y veracidad. Deberían ser independientes
los sindicatos en los cruciales momentos de defender los derechos de los
trabajadores. Deberían ser independientes los técnicos a la hora de elaborar
sus informes especialmente esos que comprometen el futuro de hombres y
pueblos. Deberían ser independientes los diputados respecto a sus partidos
cuando se ha de votar una ley. Deberían ser independientes los gobiernos y
la oposición a la hora de afrontar sus ineludibles responsabilidades de
gobierno. Deberían ser independientes los directores de los servicios
públicos de salud cuando han de valorar la efectividad de esos servicios.
Deberían ser independientes los educadores en el desempeño de su vital
función. Deberían ser independientes los artistas en la expresión de sus
habilidades. Deberían ser independientes las voluntades y los intelectos.
Deberían, pero, ¿lo son? Creo honestamente que no, y ello invalida cualquier
esfuerzo en este sentido.
La independencia es un don hermoso y clarificador cuando se ejerce para el
primer y más preciado bien de que disfrutamos, la convivencia. Si todos
cuantos he enumerado fuesen de verdad independientes la independencia grupal
dejaría de ser el engañoso panal de miel con el que atrapar golosas moscas y
pasaría a ser lo que de verdad es, una manifestación más del egoísmo que nos
aqueja, de la insolidaridad que nos distingue, de la intolerancia que nos
domina.
El derecho a decidir, se legitima, en el principio de información, de una
correcta información, y para que de verdad exista y fluya ésta, es condición
sine qua non que existan personas con la cualificación necesaria y la
necesaria independencia. Sólo así, se pueden obtener los datos necesarios
para formar cabal opinión sobre el asunto a decidir. De otro modo, vamos a
decidir lo que otros han decidido, no importa la fe, el amor, o el cariño
que pongamos en ello, de nada van a valer, pues como he dicho, nuestra
opinión no será si no la de ellos. Y ése es un derecho para el que no
necesitamos recorrer tan escabrosos caminos, llenos de sufrimiento, llenos
de desengaños clamorosos, ni mucho menos pensar que ésta va a ser la piedra
filosofal que solucione los problemas reales que aquejan nuestra existencia.
Para llegar a ese punto, sólo se exige un requisito, ligados al dogma, el
del fanatismo, el de la obcecación, el de la irreflexión, el de la
desinformación y la más absoluta dependencia.
Hoy se habla repetidamente de la independencia y del derecho a decidir de
los ciudadanos de determinadas comunidades, y se hace desde la más profunda
y cruel falta de independencia, y la más aterradora falta de información,
con lo cual, el derecho a decidir se ve desvirtuado y burlado, a favor de
convertirnos en meras comparsas de aquellos que administran los distintos
órganos de decisión política y social común en función de sus particulares
intereses, y bajo la tutela del poder económico. Hombres y mujeres que no
hacen con ello sino reclamar para sí una legitimidad y una impunidad a
prueba de bomba, a la que nombrar con grandes palabras y esconder bajo
sagrados valores.
Cuando se instauró el sistema autonómico muchos creímos en la bondad de
acercar el gobierno a los ciudadanos, y pasados unos años hemos comprobado
con horror que lo único que se acercó fue la lupa del nepotismo, de la total
desinformación, de la persecución selectiva, casi personalizada, y la
acentuación de todas las demás lacras que aquejaban de natural al gobierno
central. Tenemos a cambio mayores cuotas de gobierno, es cierto, pero de qué
nos sirven si no se gobierna con otro estilo, con otro talante, con otros
controles y otros criterios éticos.
Tenemos también y según dicen, más capacidad de decisión, y aún reclaman
más, pero qué decidimos, como siempre, elegir cada cuatro años a aquellos
personajes que incluidos en la lista pertinente de uno u otro partido se nos
ponen por delante a la hora de votar.
Es muy sencillo exacerbar los más bajos instintos que nos aquejan, es muy
sencillo apuntar las culpas propias a enemigos exteriores, es muy fácil
alumbrar esperanzas de especial singularidad en rasgos circunstanciales,
como son el hecho de haber nacido en determinado territorio. Sí, es
sumamente atractivo, pintar mundos idílicos sobre el lienzo de una tierra de
promisión que no tiene otro sentido ni cabida que el que se le da desde la
interesada interpretación de la historia y la manifiesta intención de
ocupación del presente y la ilegítima enajenación del futuro.
Debemos pues exigir independencia, pero no para la dependencia, sino para la
liberación, para alcanzar de verdad el derecho a decidir en plenitud de
derechos y disponiendo de los datos necesarios para que de verdad la
decisión sea el producto de nuestras voluntades y no la de aquellos que han
decidido lo que debemos decidir. ∆ |