DICIEMBRE
2004
LAS MUJERES PUEDEN CAMBIAR
AFRICA
Sarah Babiker
"Las mujeres son responsables de sus hijos, no pueden
sentarse, perder el tiempo y verles morir de hambre"
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Wangari Maathai es una pionera. Fue la primera mujer en obtener un
Doctorado en toda África central y oriental. La primera mujer jefe de un
departamento de la Universidad en su país, Kenya. La primera en dirigir un
Ministerio. Y, desde el pasado septiembre, la primera africana en obtener un
Premio Nobel. Este premio reincide en algo que ya es obvio a ojos de muchos:
el destino de África pasa por sus mujeres.
A la cabeza del movimiento "Cinturón Verde", la keniata ha promovido la
plantación de más de diez millones de árboles en el país, iniciativa que
servirá para frenar la erosión del suelo, la deforestación, y proveer de
leña a miles de familias. Pero los beneficios ecológicos son sólo una parte
de lo conquistado por la organización. El "Cinturón Verde" aporta un modelo
de articulación a la desarticulada sociedad civil africana, vuelve a sus
usuarios, principalmente mujeres autosuficientes, y pone en sus manos los
instrumentos para participar como individuos en la mejora de su existencia y
la de los suyos.
Una larga lucha
Pero antes de ser reconocida por su labor con el premio Nobel de la Paz,
Maathai ha recorrido un duro camino. Nacida en 1940, se graduó en el
extranjero, para después volver a Kenya, donde se doctoró a pesar de la
resistencia presentada por ciertas jerarquías universitarias. Activa en
todos los frentes, tras hacerse con la dirección del departamento de
Estudios Ambientales en la Universidad de Nairobi probó en la política y se
presentó a las elecciones presidenciales de 1997, que perdió cuando su
partido le retiró el apoyo días antes de los comicios. Aún así, su
contendiente Daniel Arap Moi, en el poder desde 1978, venció por tan sólo un
escaño. Cuando, en 2002, Kenya apostó por el relevo de Moi, y eligió a Mwai
Kibaki como presidente, Maathai fue nombrada ministra de Medio Ambiente,
Recursos Naturales y Vida Salvaje. Durante todos estos años, no faltaron los
episodios de represión, las estancias en la cárcel, barreras y más barreras.
Con el Nobel de la Paz, el mundo ha reconocido la lucha de Wangari.
"Las mujeres son responsables de sus hijos, no pueden sentarse, perder el
tiempo y verles morir de hambre". La revolución de los microcréditos, las
numerosas cooperativas auspiciadas por organizaciones no gubernamentales de
desarrollo, por las agencias de las Naciones Unidas, o por último el
"Cinturón Verde" de Maathai se fundamentan en este sencillo principio: son
las mujeres las que toman la responsabilidad última de las familias, y esto
se refleja en su modo de trabajar donde la responsabilidad se traduce en
eficiencia. Éste no es un tópico recurrente: las estadísticas señalan que
las horas de trabajo no renumerado de las mujeres duplican a las de los
hombres, circunstancia que no impide que también empleen más tiempo en
trabajos remunerados. En cuanto a la eficacia, el mismo Banco Mundial ha
señalado que las empresas en cuya directiva se encuentran mujeres funcionan
mejor. Por último, la gestión de los microcréditos por parte de las mujeres
se demuestra eficiente, con un 97 por ciento de tasa de devolución en Kenya.
Cambio de perspectiva
Aquello que la experiencia de "Cinturón verde" nos enseña no se agota en la
perspectiva de género. Las macro estrategias aplicadas a una sola faceta del
subdesarrollo se han demostrado ampliamente insuficientes. Millones de ayuda
se han despilfarrado queriendo actuar a través de unos Estados que levitaban
sobre la realidad de sus pueblos. En cambio, el buen funcionamiento de este
proyecto, en marcha desde 1977, pone en relieve la intrínseca relación entre
todos los factores a tener en cuenta para un posible crecimiento de África.
La organización funciona a través de un enfoque local y a través de la
integración de distintas temáticas busca un mejoramiento global en la vida
de las familias. Y esto es posible, en gran medida, porque son las mujeres
quienes proveen, administran y se convierten en los actores principales del
movimiento. Es el localismo, la actuación directa sobre la comunidad, la que
se ha demostrado más eficiente. Centrar los esfuerzos de desarrollo sobre
las mujeres y las comunidades es encarar directamente la realidad africana,
donde los Estados no son los interlocutores adecuados.
Si las mujeres africanas son la esperanza del continente también son las que
soportan sobre su espalda la carga del conflicto entre globalización e
identidad. Consideradas, en las sociedades tradicionales, como seres
intermedios entre el niño y el hombre, el control sobre su autonomía en todo
lo que afecta a la "producción y reproducción" es un fantasma que preocupa a
muchos hombres que temen perder la única parcela de poder que les quedaba:
su propio hogar. En las reivindicaciones identitarias, la mujer suele ser
utilizada voluntaria o involuntariamente como recipiente de lo tradicional,
lo que mantiene la "esencia" de la sociedad: así el feminismo a menudo es
combatido como disgregador social, o intruso cultural por sociedades que se
resisten a cambiar a expensas de sus mujeres.
Por estas razones los microcréditos, las cooperativas, deben acompañarse de
otros cambios. No es suficiente que la mujer provea si es el hombre es el
que conserva el poder simbólico en la familia. Al mismo tiempo tampoco es
suficiente que sean las mujeres las que levantan un continente si en las
altas esferas están los hombres para mal gobernarlo. Numerosos estudios
coinciden en que, si no fuese por la tenacidad de las mujeres, el continente
se habría venido abajo ya hace tiempo. Tal vez, para que el continente no
sólo no se venga por abajo sino que empiece a despegar, sería necesario que
las mismas mujeres que gestionan sus casas eficazmente, que cuidan de sus
comunidad sin olvidarse de nadie, fueran las mismas que dirigieran sus
países, ahogados por años de expolio exterior y de corrupción interior,
curiosamente protagonizados masivamente por hombres. Porque no olvidemos que
Maathai no es sólo una señora que ha dado a miles de mujeres la oportunidad
de cuidar de sus familias. Es alguien que aspira a algo más que a aliviar la
vida de pequeñas comunidades, es una política que apunta a cambiar África./
Sarah Babiker
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