Y es que la vida es constante movimiento y
transformación. No hay nada que permanezca fijo, inmutable, sólo nosotros,
condicionados por una educación estúpida y falsa, nos empeñamos en querer
que las cosas sean eternas. |
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DICIEMBRE 2004
LA CRISIS
POR ELENA G. GOMEZ
S í, lo sé, estoy ante una crisis. Lo
siento en la piel. Tengo todos los síntomas que ya son conocidos y que,
aunque me empeñe, no puedo ocultar. Es como cuando ya tienes la gripe, por
muchas medicinas que tomes necesitas un tiempo de reposo, de cura.
Y sé que estoy en crisis porque estoy incómoda conmigo misma, porque no me
sirve nada de lo que hago, y no sé realmente lo que quiero hacer. Además, y
como principal síntoma que destaca sobre todos, es que estoy tremendamente
rebelde.
Pero, no me gustaría que se me mal interpretara. Para mí estar en crisis no
es un problema, todo lo contrario, es el primer síntoma de un cambio, un
movimiento en mi vida, una renovación.
No sé por qué razón la mayoría de los seres humanos persiguen tener una vida
en calma, sin sobresaltos, serena y controlada. Yo creo que una vida así es
adecuada para los vegetales pero no para un ser humano pensante, una persona
que aspire a vivir cada día de forma distinta.
Así que estoy tremendamente feliz porque estoy en crisis. Porque no me
satisfacen las cosas tal y como las hago ni las vivo, y porque sé que detrás
de la tensión y la incomodidad está una nueva puerta que atravesar.
También sé, porque ya lo viví otras veces, que para llegar hasta esa nueva
puerta hay que atravesar una tierra de nadie, un espacio vacío, y que tendré
la tentación de llenar ese espacio con cosas conocidas que producen una
falsa sensación de seguridad. Aunque tengo que reconocer que por mucho que
intente enmascarar la incomodidad sólo lo lograré un tiempo, porque antes o
después volverá la necesidad de dar un salto, de cambiar.
Y es que la vida es constante movimiento y transformación. No hay nada que
permanezca fijo, inmutable, sólo nosotros, condicionados por una educación
estúpida y falsa, nos empeñamos en querer que las cosas sean eternas, cuando
en realidad, y por mucho que nos empeñemos, nunca podremos repetir una misma
situación.
Así que miro hacia delante, y aunque no veo nada definido, sí sé que el
espacio que se abre ante mí es un espacio en constante movimiento, y que
debo aprender a vivir en él sin ideas preconcebidas, sin esquemas que
distorsionen la realidad que aparezca delante de mí.
Y para ello hay que vivir cada momento desde la serenidad porque sólo desde
ella se puede hacer una valoración profunda y real de las cosas que suceden.
Y mientras estoy escribiendo esto empiezo a ver formarse una figura delante
de la puerta. Es una figura que está en movimiento y que cambia de
apariencia.
Lo primero que veo es la figura de una anciana que me transmite serenidad.
Serenidad para ver lo que hay detrás de la primera impresión, porque ésta
siempre es engañosa, para ver detrás de las apariencias, porque éstas
siempre ocultan la realidad.
Veo también a una joven que me dice que sea valiente, que no tenga
prejuicios, que me lance al vacío, porque en realidad éste no existe, es una
falsa ilusión, una forma de retrasar lo inevitable. Que no pretenda tener
todo atado y controlado antes de dar un paso, porque en el riesgo, en lo
desconocido, vive la aventura, y sólo a través de ella uno puede explorar su
capacidad.
Luego aparece una niña, una niña que me llena con su risa, con sus juegos,
con su confianza. Una niña que me enseña a reírme de mí, a quitar tanta
gravedad a las cosas.
Y todas estas imágenes se entremezclan y funden creando una nueva imagen.
Creando una persona imprevisible, renovadora y cambiante, que tan pronto
pueda ser una niña con su risa como una anciana con su serenidad.
Me gusta esta nueva sensación. Es una sensación de liberación, es como si me
quitase el corsé de mí misma, la imagen que yo de mí creé y que me
encarcelaba.
Me gusta mirar para el futuro y pensar que en él cada día es un espacio en
blanco que yo tengo que crear. Ver que cada momento es distinto y que en él
tengo que saber quién quiero ser. ∆ |