Los países con más
siniestralidad al volante somos nosotros, los portugueses, italianos y
griegos, no necesariamente por este orden. ¿Y qué tenemos en común todos
estos? La mentalidad. El latin lover y el latin driver. Porque aquí el
que sigue las normas y va con cuidado está mal visto. |
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AGOSTO 2004
SALVAJES AL VOLANTE
POR ELENA F. VISPO
E s como un chiste. ¿Saben aquel del
holandés con más cervezas en el cuerpo que Carls y Berg juntos, que mató a
dos personas en un accidente de tráfico? Pues no va el abogado en el juicio
y dice que, como todo el mundo sabe, los holandeses tienen una resistencia
genética al alcohol mucho mayor que la del españolito medio, de modo que un
holandés con seis cervezas (reconocidas por el sujeto en cuestión, a saber
cuántas fueron en realidad) es igual que un español abstemio. Y conducen con
los mismos reflejos y todo, claro. Así que el accidente fue eso, un
accidente, y no es achacable al alcohol. Y para rematarlo, está la teoría,
demostrada médicamente por el abogado, de que después de un ataque de
estornudos, el riego sanguíneo al cerebro se detuvo por un momento, causando
un desvanecimiento de más o menos medio segundo, lo justo justito para que
el tipo no fuese consciente de sus actos en el momento de la tragedia.
Aquí el que no tiene excusa es porque no quiere. Y en un accidente de
tráfico la culpa es de los demás, siempre. Pero el caso es que cada fin de
semana se quedan en la carretera unas treinta personas de media, y aquí no
hay a quien reclamar. Y sí, hay puntos negros en las carreteras, hay
animales que se cruzan y hay pavimentos que resbalan. Pero la mayoría de
estas muertes se deben al error humano. En general, opino yo, porque la
mejor explicación posible es que conducimos como el culo.
Acabo de sacarme el carné, a mis años. Así que por ahí voy yo, con mi ele, y
mi cochecito, conduciendo, como todo el mundo puede suponer, pisando huevos.
Conduzco fatal, lo reconozco. Así que voy estilo tortuguita, por precaución,
y porque además el código de circulación que me tuve que chapar para el
examen dice que no puedo pasar de ochenta ni en autopista. Hasta ahí,
normal. Lo que ya no es tan normal es que los demás coches me abrasan. Me
acribillan, me acosan, se me pegan al culo, dan luces y luego me adelantan
pitando como locos, como si ellos no hubiesen aprendido nunca a conducir. Y
no es que vaya tan lenta, ¿eh? Voy, digamos, al disco. Es decir, en travesía
voy a cincuenta, freno antes de entrar en una curva, y llevo una velocidad
constante y moderada. Desespero un poco al que va detrás, lo entiendo, pero
¿qué quieren? ¿No ven la ele?
Probablemente haya salvado a más de uno de que le pille el radar, pero eso
da igual. Mucha norma de circulación, mucho control de alcoholemia, mucha
multa, pero nada. Ahora hablan del carné por puntos, que en Francia funciona
estupendamente, pero no sé qué tal nos irá por aquí. Porque los países con
más siniestralidad al volante somos nosotros, los portugueses, italianos y
griegos, no necesariamente por este orden. ¿Y qué tenemos en común todos
estos? La mentalidad. El latin lover y el latin driver. Porque aquí el que
sigue las normas y va con cuidado está mal visto. Lo que más farda es
contarle las cafradas a los amigos: el adelantamiento en línea continua, el
coche que llega a doscientos por hora en una recta y cuesta abajo, el rally
por las curvas de la carretera del pueblo. Eso es lo que mola. Mola tomarte
unos vinos con los amigos y luego volver a casa conduciendo porque a ti,
como al holandés, el alcohol no te afecta. Es una actitud muy masculina,
aunque nosotras no nos libramos tampoco, porque hay cada una por ahí...
Claro, tanta frustración hay que desahogarla de alguna manera. Aunque yo
creo que sería más efectivo pagar a esta gente unas clases de kickboxing.
Yo también tengo mi parte de culpa. He de reconocer que uno de los primeros
vicios que he cogido al volante es soltar la mano derecha para hacer ese
bonito gesto que consiste en cerrar el puño y levantar ostentosamente el
dedo corazón. Lo tengo reservado para esos capullos que me acosan, y me
adelantan haciéndose notar. Es una manera de decirles: te aguantas, que por
una vez que vayas despacio no te pasa nada. Pero también, y aunque no lo
parezca es un ruego: adelanta, corre, vete de mi vista. Que si te empotras
con el coche yo no quiero estar delante. Ni detrás, ni en medio. Porque lo
triste es que cuando un cafre de éstos tiene un accidente suele meter a otro
coche en el proceso. Que no sea yo, por favor, que no sea nadie. Si te
matas, mátate solo. Aunque también podrías conducir con cabeza, dejar la
chulería en casa, y así poder volver a recogerla sin pasar antes por el
hospital. A mí no me parece un mal plan, ¿y a ti? ∆ |