Resulta cuando menos
paradójico que se nombre una comisión de sabios para solucionar un
problema cuya raíz la conoce hasta el más tonto. Tal vez una comisión de
tontos estaría más atinada. |
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AGOSTO 2004
LOS TELESABIOS
POR JOSE ROMERO SEGUIN
D ijo Groucho Marx; "Jamás pertenecería
a un club que me aceptase como socio". Y digo yo, ¿qué sabio admitiría ser
miembro de una comisión de sabios? Pues existe esa comisión, concretamente
la creada para diagnosticar los problemas que aquejan a la televisión
pública, y también, cómo no, quien acepta sin pudor alguno participar en
ella dejándose insultar con ese apelativo.
Podían ser profesionales independientes, sería lo deseable, pero tienen que
ser sabios, y no por casualidad, sino porque en la definición va implícita
la sumisión. Nada hay más peligroso que el halago, eso lo dijo alguien,
seguramente tan sabio que no se dejó llamar jamás sabio, ni permitió que se
le nombrase miembro de una comisión de sabios.
Los sabios son tan necesarios que no deberían ser nombrados por el poder, ni
aún menos dejarse nombrar, porque en el mismo momento en que lo hacen dejan
de serlo y pasan a ser sabihondos, que es muy distinto, por no decir listos
o listillos que es aún peor.
Es ésta una comisión que aún no se ha reunido, pero que ya se ha definido,
el dictamen será directamente proporcional a la real voluntad del partido
ahora en el gobierno respecto al futuro del medio. Si Zapatero y los suyos
han decidido liberarla del control político habrá esperanza de tener una
televisión independiente, en caso contrario, cualquier esfuerzo será en
vano.
Justo es decir, en honor a la verdad, que esta precisión inicial tiene que
ver más con el sano pudor que debiera adornar nuestro ego, que con la
efectividad real del calificativo, pues sabios o profesionales, nada tienen
que hacer si no existe además de independencia por su parte, verdadera
voluntad política para hacerlo.
El problema más grave de la televisión ha sido desde siempre la solución, es
decir, el afán que tienen los partidos políticos, para buscarle soluciones.
Un proceso que comienza a gestarse cuando el partido en cuestión está en la
oposición. Pues es en ese preciso momento cuando advertido de los peligros
que su sectaria actuación acarrea la toma como rehén de sus bondades
democráticas y paradigma de sus virtudes libertarias. Al hilo de ellas
elabora un plan para hacer de la televisión la casa común de todos, en el
que todos van a estar representados y donde impere por encima de intereses
partidistas la libertad de expresión y la independencia. Una maravilla con
ventanas a todas las calles, un sueño de una noche de verano electoral, que
no bien se cierran las urnas, se desvanece, se va desechando poco a poco,
bien sea, a través de una comisión de sabios o de un golpe en la mesa,
aunque como la cosa va de talantes, siempre se agradece más que te manden a
tomar por ahí con buenas palabras que con exabruptos. Pero el resultado es
el mismo, vas a seguir pagando una televisión que no es que sea de partido
es que es el partido.
Una televisión pública es necesaria y necesariamente ha de ser deficitaria,
por la sencilla razón de que nunca va a poder competir con las privadas, por
cuanto ella no es un producto a vender, sino una ventana a la información, a
la cultura, un canto en definitiva a la independencia y con ello a la
libertad de pensamiento. Pero para ello ha de salir de la órbita de los
partidos tanto en el poder como en la oposición y situarse en la de los
ciudadanos. Deshacerse de las distribuidoras y sus particulares intereses e
iniciarse en la labor de informar.
La televisión pública tiene dos deberes ineludibles, informar y formar, pero
para ello ha de cumplir a su vez un requisito indispensable, ser plural y
plenamente independiente. Algo que hoy no ocurre y por lo que su actuación
resulta sectaria.
El pasarla a manos privadas puede resultar extremadamente peligroso, porque
para que engañarse, en España no hay apenas medios de comunicación
independientes, por la sencilla razón de que aquí las empresas de
comunicación no nacen con ese objetivo, sino, que se crean como instrumentos
de presión frente al poder, y con el claro afán de obtener beneficios y ver
cumplidas sus expectativas en otras actividades de mayor envergadura
económica. Es decir, que no existe una verdadera vocación informativa sino
una mera estrategia de presión.
Y los pocos medios de comunicación independientes se ven abocados a
aproximarse al poder si no quieren terminar en la ruina, puesto que la clase
política lejos de rebelarse a esos oscuros manejos acepta el juego, un juego
que ella misma ha establecido en los medios públicos, y así se lo hace
entender a aquellos que se le resisten.
La independencia tiene un precio muy alto, a menudo excesivo para un grupo,
cuando más para un individuo.
Resulta cuando menos paradójico que se nombre una comisión de sabios para
solucionar un problema cuya raíz la conoce hasta el más tonto. Tal vez una
comisión de tontos estaría más atinada, y resultaría desde luego, a la hora
de la verdad, mucho menos frustrante su fracaso. ∆ |