Y ganaron los que tenían
que ganar. Aunque quizá debería decir que perdieron los que tenían que
perder, y con eso ganamos todos los demás. |
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ABRIL 2004
YA ERA HORA
POR ELENA F. VISPO
N o tiene ninguna gracia. Lo sé.
Reconozcamos que, cuando todo el país estaba de crisis nerviosa por el
ataque terrorista de todavía no se sabía quién (ejem), cualquier cosa
parecía fuera de lugar. Pero esto más. Me refiero a que si están hablando en
la tele de mochilas cargadas de explosivos, lo más adecuado no es pasar a
publicidad y ponerse a preguntar: ¿Qué hay en el bolso de Natalia Verbeke?
Porque, dadas las circunstancias, una no sabe si pensar en compresas o en
Titadine.
Que no es para hacer chistes, ya. Pero si luego siguen hablando de que un
montón de currantes cogían el tren para ir a trabajar y claro, la estación
estaba a tope y más gorda que se podía haber montado, pues no pega mucho que
luego nos planten un anuncio en el cual una señora estupenda llega corriendo
a la estación y se pregunte desesperada: ¡He perdido el tren! ¿Y ahora qué
hago? (No recuerdo que es lo que anunciaba, pero juro por mis muelas que lo
vi, esa vez y nunca más, supongo que algún alma sensible lo retiraría). La
publicidad, por supuesto, no tiene que ver con la realidad, pero esta vez
fue auténticamente surrealista.
No es gracioso. Pero ya la sonrisa empieza a asomar por la comisura de los
labios, porque quién me iba a decir a mí que disfrutaría del inesperado
placer de ver a Aznar en pleno ataque de pánico dando una rueda de prensa,
poniéndose chulo a la desesperada, sin saber muy bien si regalar euros para
echar la quiniela o bien soltar a la cabra de la Legión para exterminar a
los periodistas molestos.
La medio sonrisa se me congeló a la hora de las manifestaciones. Eso ya no
me hizo ni pizca de gracia. Porque claro, con tanto "No a la guerra" yo
pensé que lo habíamos dejado claro, pero de repente el Gobierno se pone las
pilas y es más pacifista que Ghandi. Y venga a llamar a la movilización
ciudadana, y venga a decir lo malos que son los que defienden la razón con
la violencia y las armas, o sea, ellos los primeros.
Claro que luego les llegó el susto. A ellos, que no tardaron ni una hora en
convocar la manifestación contra el terrorismo, contra la violencia, con la
Constitución y no sé cuántas cosas más, básicamente para dar a la gente algo
que hacer, no fuera que les destrozaran la sede de la calle Génova. Pero les
salió mal, porque al pueblo lo acostumbras a una cosa y luego no hay quien
le saque el vicio. Si piden que salgamos a la calle, toma calle. Y de
repente ya no éramos ciudadanos concienciados, sino una panda de ilegales
que tomaban las calles por asalto. Con los móviles en mano, llamando a los
colegas, reclutando a la gente que pasaba por allí, fuimos a pedir
explicaciones (aquí sí que me incluyo). En cada ciudad, todos a lo mismo: en
las sedes del PP, del Gobierno Civil, de los Ayuntamientos... Lo pasamos en
grande. Y cuando nos fuimos a casa, a las tantas de la mañana, llevábamos en
el bolsillo algo inimaginable tan sólo un par de días antes: esperanza.
Y ganaron los que tenían que ganar. Aunque quizá debería decir que perdieron
los que tenían que perder, y con eso ganamos todos los demás. Como bien
decía aquella pintada en la calle: "Basta de hechos, queremos promesas".
Porque los atentados del 11-M (hay que ver qué manía hemos cogido
últimamente con las siglas) sólo fueron la gota que colmó el vaso, pero
teníamos hechos más que suficientes para echarlos: que si la guerra de Irak,
que si el Prestige, la enemistad con media Europa, la inexistente política
social, el desastre económico, la prepotencia... Ahora sólo tenemos la
promesa de que se puede hacer mejor (hacerlo peor es muy difícil). De
momento, a mí, me basta con eso.
Así que cada vez que piense en estos días, mediados del mes de marzo de
2004, lo haré con una sonrisa. Pese a todo. Por el precio que se pagó y todo
lo que conseguimos, que no es poco. Porque Aznar, que se había preparado una
despedida triunfal, se va con el rabo entre las piernas. Porque ha sido el
primero en caer pero no será el último (prepárate, Bush). Porque en sólo
cuatro días un país entero se quitó una losa de encima y respira con más
libertad. Y eso, por desgracia, no se ve todos los días.
Aún, de vez en cuando, la televisión me plantea la fatídica pregunta: ¿Qué
hay en el bolso de Natalia Verbeke? En el suyo no sé, la verdad, porque con
tanta cosa que cabe ahí parece el bolso de Mary Poppins. En el mío, de
momento, hay un poquito de aire, un poquito de esperanza, una sonrisa por el
futuro.
Ya era hora. ∆ |