unque España es desde hace años un país democrático, la realidad que hemos
vivido hasta hace unos días, nos obliga a realizar una pequeña reflexión
sobre nuestro actual sistema de democracia representativa. El pasado 14 de
marzo el pueblo habló alto y claro en las urnas para recordar a sus
gobernantes que la soberanía reside en el pueblo. Una idea que parece
olvidarse con excesiva facilidad, sobre todo cuando se posee mayoría
absoluta.
Carlos Taibo, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de
Madrid, hace una pequeña reflexión sobre todo ello.
-Qué ocurre cuando un Gobierno -como acaba de suceder- controla el
Parlamento mediante mayoría absoluta y crea leyes o toma decisiones, a pesar
de tener a toda la oposición en contra? ¿Dónde queda el auténtico sentido de
la democracia?
- Queda muy reducido porque se anula el rigor de un principio democrático
decisivo, como es el de garantizar los derechos de las minorías. Pero el
problema del que hablamos es anterior al Parlamento, es consecuencia de la
democracia representativa en virtud de la cual, la pluralidad de las
opiniones populares acaba reducida a una instancia precisa que sólo los
grandes partidos apoyados por gigantescos medios de comunicación pueden
tomar decisiones, por lo general en respaldo de sus propios intereses.
-Según la Ley Electoral en vigor, se puede ser el partido más votado y en
cambio sacar menos escaños que otro partido con menos votos. ¿No vulnera
esto la opinión mayoritaria de los ciudadanos?
- Bueno, lo vulnera pero esto es una materia discutible ya que las
reglas del juego son iguales para todos, de manera que unas veces esa
circunstancia puede beneficiar a unos y otras a otros. Lo que ocurre es que
al aplicarse el célebre Sistema D'hont, las circunscripciones que son muy
pequeñas necesitan más votos para conseguir un representante, de manera que
la proporcionalidad que en teoría caracteriza al sistema electoral español,
se pierde en provecho de grupos eventualmente mayoritarios. Algo que en
efecto distorsiona el resultado y hace que fuerzas políticas que no sean
necesariamente las más votadas tengan sin embargo más escaños.
- ¿Qué recurso tiene el ciudadano para enfrentarse al "Todo para el pueblo
pero sin el pueblo"? ¿Las manifestaciones masivas en la calle?
- Sí, pero son un recurso limitado. Yo creo que lo que sería deseable es
que las organizaciones sociales, vivas e independientes, de base, crecieran.
Las manifestaciones deberían de ser una consecuencia del crecimiento de esas
organizaciones, ya que si nos quedamos sólo con estas protestas en ausencia
de movimientos objetivos, creo que estaríamos adoptando una fórmula muy
parcial de contestación. Las manifestaciones deben ser el producto de
movimientos que existen antes, como los foros o las contracumbres son la
secuela de la existencia previa de movimientos sociales activos.
- Entonces, el hecho de haber llegado a estos extremos, ¿qué pone de
manifiesto?
- Pues, en cierto sentido es una ilustración de nuestros problemas. Es
un espejo que nos muestra cómo medimos la realidad, cómo es nuestra
capacidad de contestación. Y lo que quiero subrayar es que la medición de la
respuesta ciudadana a través de las manifestaciones o del número de personas
que participan en una recogida de firmas, no deja de ser algo muy parcial.
En realidad refleja más la debilidad de los movimientos que su fortaleza.
Por eso subrayo que debe haber algo más, vinculado con el trabajo cotidiano,
poco vistoso, pero a la larga más real.
- ¿Qué cambios habría que introducir para que pudiésemos disfrutar de una
democracia real?
- Bueno, yo creo que desde una lectura libertaria es importante que
empecemos a reflexionar sobre los vicios de la democracia representativa.
Esa democracia asentada hoy por hoy en la idea de que uno tiene que delegar
su capacidad de decisión en una persona a la que ha elegido. Habría que
buscar en el ámbito local otras fórmulas de democracia directa que inviten a
rechazar la representación, para desde la base empezar a articular
mecanismos genuinamente democráticos que no impliquen transferencia de
poderes ni a partidos ni a personas.
- Acabamos de iniciar una nueva andadura política que alguno ha
denominado ya como la II Transición -después de la que lideró el presidente
Suárez- ¿Qué opinas al respecto?
- Yo creo que no es así. Es necesaria una segunda transición pero me
parece que no debemos idealizar el cambio que se deriva de las elecciones
del 14 de marzo, porque vamos a recibir muchos disgustos al percatarnos de
que el cambio no es tan radical como algunos anunciaban. Por ejemplo, en
este momento y hora son muchos los expertos que empiezan a dudar de que el
señor Rodríguez Zapatero vaya a retirar los contingentes militares en Irak.
Como son totalidad los que afirman que no va a tener el coraje de llevar más
adelante de esa medida -si es que la pone en práctica-, una contestación a
la política norteamericana. Eso quiere decir que hay demasiadas cosas atadas
y bien atadas, algo que invita a recelar un tanto de estos cantos a los
presuntos cambios a los que vamos a asistir.
- ¿Eres optimista ante la etapa que se abre?
- Yo creo que quienes tuvimos la oportunidad de conocer lo que ocurrió
en 1982 sabemos ya algo de esto. Es cierto que desplazar al gobierno Popular
en sí mismo es una buena noticia, pero más allá de eso, me parece
conveniente mantener todas las cautelas. ∆