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En 2001, las enfermedades crónicas relacionadas con la sobrealimentación representaron aproximadamente el 59% de los 56,5 millones de defunciones comunicadas en todo el mundo.
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SEPTIEMBRE  2003

MAS RICOS Y MAS GORDOS

Comemos demasiado. Comemos mal. Mientras las tres cuartas partes de la humanidad están ocupadas tratando de sobrevivir al hambre, en los países industrializados miles de personas mueren cada año a causa de las enfermedades crónicas
relacionadas con la sobrealimentación. La obesidad puede convertirse en la epidemia del siglo XXI.

Texto: Carolina Fernández

Un cliente de un local de comida rápida devora una hamburguesa con queso, rebosante de ketchup, acompañada de patatas fritas y una bebida azucarada. La imagen es muy habitual. ¿Será una persona obesa en el futuro? Posiblemente no, si se trata de un extra que se concede de vez en cuando. Pero si ha convertido las hamburgueserías de este tipo en su segundo hogar, si su dieta está sembrada de grasas, hidratos de carbono y escasa de frutas, verduras y legumbres, se puede predecir que en su horizonte habrá problemas de salud.
La obesidad hoy en día está considerada como una enfermedad crónica, caracterizada por un exceso de grasa, que a su vez se traduce en un aumento del peso corporal. Se puede decir que actualmente es el trastorno metabólico más frecuente de las sociedades desarrolladas. De hecho son muchos los profesionales de la medicina que están dando la alarma: la obesidad y las enfermedades relacionadas con ella, están siendo ya uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el sistema sanitario, y lo será más en el futuro, hasta el punto de que puede convertirse en la epidemia del siglo XXI.
¿Por qué hay obesos? No hay una causa única. En algunos casos tiene que ver con los efectos secundarios de determinados medicamentos o con diferentes enfermedades, pero curiosamente son los casos menos frecuentes y representan el porcentaje más bajo del total.
Podría argumentarse que la obesidad está escrita en los genes, sin embargo, basta mirar hacia los países azotados por el hambre, para comprobar que no abundan precisamente los ejemplos de obesidad. Tampoco los encontramos en circunstancias de escasez, como las guerras, campos de concentración, campos de refugiados, etc. El factor genético puede tener cierta influencia en algunos casos y favorece que la aguja de la báscula se dispare, pero sólo en combinación con otras causas.
Entonces ¿por qué hay personas obesas? Y sobre todo ¿por qué su número está aumentando tan alarmantemente en las sociedades desarrolladas? Normalmente no es una única causa, sino la combinación de varias. Muchas mujeres aumentan de peso después del embarazo o la lactancia. También influye el abandono del tabaquismo o una operación quirúrgica, que entre otras cosas obliga al reposo. El abandono forzoso y repentino de toda actividad física repercute en la báscula y en general, se puede afirmar que el sedentarismo como modo de vida ha aumentado de forma espectacular y se traduce en forma de kilos. Sólo una parte de la población practica algún deporte, y a eso hay que sumar un estilo de vida que tiende a suprimir el movimiento. Se han reducido considerablemente los trabajos que requieren una actividad física intensa. Los ascensores, el mando a distancia, el coche, el autobús, el teléfono, la lavadora... todos son símbolos del bienestar que se traducen en una reducción de la actividad física cotidiana, la que el individuo realiza casi inconscientemente, que ha resultado ser la forma más efectiva para la prevención del aumento de peso. El cambio en la estructura socio económica, y como consecuencia en los hábitos de alimentación, pasa la cuenta en forma de kilos de grasa acumulada. Por ejemplo, la incorporación progresiva de la mujer al mundo laboral es otro factor que repercute directamente en los hábitos alimenticios y en la calidad de la dieta de muchas familias. Que las mujeres pasen más tiempo fuera de casa se traduce en menos tiempo dedicado a la cocina. Entran en escena los productos precocinados, los congelados, los enlatados, las salsas, los sobres de comida rápida. Atrás quedaron los cocidos, las legumbres, los platos de preparación lenta que cocinaban nuestras madres y nuestras abuelas. Hoy pretendemos ganarle al tiempo a costa de sacrificar calidad en la alimentación y variedad en la mesa.

Las comidas preparadas, más rápidas para un modo de vida que dispone de cada vez menos tiempo para la cocina, pasan también una factura demasiado enriquecida con hidratos de carbono y grasas saturadas.

La cultura del ocio también tiene una relación directa en el aumento de peso, puesto que es tiempo que en muchas ocasiones se dedica a "salir a comer". Las ocasiones se festejan con una comida copiosa, y socialmente se valora ser un buen gourmet. La comida deja de ser una necesidad para convertirse en un placer y en una seña de identidad individual. No existe una educación dietética que regule los hábitos alimentarios de los consumidores, por lo tanto estos se guían por la presión del mercado, la publicidad, los gustos y en último término, de un sentido hedonista del comer. Los menús se elaboran en base a modas y las condiciones que marca el mercado laboral, que obliga a recortar tiempos en la cocina. La sobrealimentación se produce, sobre todo, en constantes picoteos entre horas a base de "comida chatarra" que aportan poco o nada más que calorías extra. Los niños aprenden desde pequeños la cultura del snack entre horas, las golosinas, las idas y venidas a la nevera "a ver qué hay".
A la vez, somos conscientes de que el sobrepeso, o en último termino, la obesidad, son perjudiciales para la salud. No falta información, y las autoridades sanitarias cada vez hacen más hincapié en las bondades de una dieta saludable. El mercado ve un nuevo filón y marca el camino. Proliferan entonces los productos light, bajos en grasa, ricos en fibra, con pocas calorías, enriquecidos con vitaminas, cuidadosos con el colesterol... Los productos "saludables" son ya habituales en las estanterías de los supermercados. Las grasas y las calorías se convierten en enemigos de una parte de la población, que no quiere mirarse al espejo y verse gorda. Es decir, en los países industrializados, a la vez que aumentan las enfermedades crónicas producto de la sobrealimentación, crece la preocupación por que el cuerpo encaje en un ideal de belleza "esbelta" y saludable.

LA SALUD NO ES LO PRIMERO

La memoria nos juega malas pasadas. Por un lado, todavía asociamos la obesidad con la salud y con la riqueza. El subconsciente nos delata: consideramos que un bebé orondo es sinónimo de un bebé sano. Y todavía permanece en la memoria histórica de nuestra sociedad la asociación de delgadez y enfermedad, debido al recuerdo de épocas de escasez.
A la vez, conviven otros valores que asocian la delgadez con el éxito social, la autoestima, la facilidad para las relaciones, la belleza y hasta el desahogo económico. Los medios de comunicación nos muestran un ideal estético que está fuera de la realidad, ya que en España la mitad de la población excede de la talla 46, la cuarta parte hace algún tipo de régimen y sólo un 42 % presenta un peso considerado como normal. Esta convivencia de valores se hace difícil en ocasiones y puede acabar provocando otros problemas, como por ejemplo la anorexia y la bulimia.
A nivel internacional, tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), han mostrado su preocupación ante el número creciente de personas que mueren anualmente por enfermedades crónicas, como las cardiovasculares, el cáncer, la diabetes y la obesidad. Por este motivo, a mediados de 2003 hicieron públicos los resultados de un informe encargado a expertos independientes, en el que se recomienda seguir una dieta basada en el bajo consumo de alimentos muy energéticos ricos en grasas saturadas y azúcar, y en la ingesta abundante de frutas y hortalizas, así como un modo de vida activo. Proponen limitar la ingesta de grasas saturadas y trans, azúcar y sal, y señala que esos ingredientes se encuentran frecuentemente en tentempiés, alimentos preparados y bebidas. En 2001, estas enfermedades representaron aproximadamente el 59% de los 56,5 millones de defunciones comunicadas en todo el mundo.

Los habitantes de zonas urbanas son más propensos a seguir dietas muy energéticas, ricas en grasas saturadas y carbohidratos refinados.

La OMS advierte que muchos de estos fallecimientos obedecen a factores de riesgo que podrían prevenirse fácilmente, como la tensión arterial alta; niveles de colesterol elevados; obesidad y la escasa actividad física. Un cambio que se ha observado en los últimos años es que cada vez más personas sufren enfermedades crónicas en los países en desarrollo. Esto se debe al creciente desarrollo urbano, provocado por el hecho de que los habitantes de las zonas rurales abandonan el campo y se dirigen a las ciudades. Por alguna razón, los habitantes de zonas urbanas son más propensos a seguir dietas muy energéticas, ricas en grasas saturadas y carbohidratos refinados.
La obesidad constituye un importante factor de riesgo para muchas enfermedades. Por ejemplo, la aparición y el desarrollo de la hipertensión; de hecho, se calcula que aproximadamente el 50% de los hipertensos son obesos. También se ha relacionado con el aumento de la diabetes mellitus y con un mayor índice de mortalidad en determinados tipos de cáncer.

En España se calcula que hay poco más de un 13% de obesos, según datos obtenidos de diferentes estudios realizados en las Comunidades Autónomas del País Vasco, Madrid, Valencia y Cataluña. Un 19% de la población tiene problemas de sobrepeso.

Las personas obesas tienen tendencia a presentar problemas debido al exceso del denominado popularmente "colesterol malo" y concentraciones bajas del "colesterol bueno". También es frecuente que padezcan trastornos digestivos; exceso de ácido úrico, con el consiguiente riesgo de sufrir ataques de gota; enfermedades respiratorias, como las apneas durante el sueño. Tienen además dificultad para movilizar la caja torácica, lo que conlleva una reducción de la capacidad pulmonar. Por su parte, el esqueleto no está preparado para arrastrar un gran sobrepeso, por lo que son frecuentes los problemas óseos. Las articulaciones se resienten y degeneran más rápido, produciendo artrosis en tobillos, rodillas y caderas. En edad de crecimiento, puede deformar los huesos.
Además de todo esto, la obesidad es uno de los más importantes factores de riesgo en el caso de enfermedades cardiovasculares. El doctor Valentí Fuster, uno de los cardiólogos más prestigiosos del mundo, habló este verano durante los cursos de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de forma contundente, anunciando que se avecina una epidemia cardiovascular a nivel global, una enfermedad de las sociedades desarrolladas, en la que la obesidad es un factor clave. ∆

EE.UU. padece un grave problema de obesidad infantil. En dos décadas se ha doblado el número de niños obesos, que son ya entre el 16% y el 33% de los menores.
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NIÑOS "REDONDOS"

Si los adultos de los países occidentales están cada vez más orondos, los niños siguen la estela de sus padres. Crecen a lo ancho más que a lo alto. La obesidad infantil está creciendo en los países industrializados y amenaza con convertirse en un problema.

Recientemente, la prensa reproducía la fotografía de dos niños norteamericanos, de 4 y 5 años, de dimensiones descomunales, participando en un concurso organizado por una cadena de comida rápida. Tenían delante sendos refrescos y raciones de patatas fritas, y pesaban 56 y 51 kilos. EE.UU. es quizás el país en donde más se deja sentir este problema. Allí, entre la década de los 70 y la de los 90 se ha doblado el número de niños obesos, que según la Academia Americana de Psiquiatría de Niños y Adolescentes (AACPA) son ya entre el 16% y el 33% de menores, y es un problema que afecta sobre todo a la comunidad hispana. En este país, se han disparado las cifras de consumo de bebidas gaseosas y azucaradas, así como las comidas fuera de casa a base de "comida basura" en la que se incluye la típica hamburguesa. En nuestro país, puede decirse que más que la obesidad, que afecta al 7% de la población infantil, ha aumentado el sobrepeso. La comida rápida y sobre todo la bollería industrial, portadora de demasiadas grasas, hacen estragos en la dieta de los niños y jóvenes españoles. En la Comunidad de Madrid, el 39% de las adolescentes confiesa haberse puesto a dieta durante el último año. La falta de control y de supervisión médica hace que aparezca el fantasma de otros trastornos de la alimentación, como la anorexia y la bulimia.
La alarma no se hace esperar. Los niños son producto de lo que respiran en su casa y de la sociedad en la que viven. El aumento de la obesidad infantil hace plantearse qué tipo de valores están asimilando, qué concepto tienen del cuerpo, la salud, la alimentación. Teniendo en cuenta que muchas de las obesidades adultas comienzan en la infancia y la adolescencia, el problema merece atención inmediata.
Las consecuencias para el niño se dejan sentir a corto plazo. Lo más inmediato son las consecuencias psicológicas: en la escuela, el niño obeso soporta una tensión extra producto de la actitud despectiva que manifiestan hacia él sus compañeros. A menudo tiene una autoestima baja y problemas para relacionarse, tiende al aislamiento, y rinde menos en los estudios. En los adolescentes las repercusiones psicológicas tanto de la obesidad como de un ligero sobrepeso, son a menudo importantes.
Más adelante se dejan notar las consecuencias. La obesidad infantil produce alteraciones ortopédicas, respiratorias y cutáneas. Otros síndromes menos habituales, pero de gravedad, son el síndrome de Picwick (somnolencia e insuficiencia respiratoria), miocardiopatía y pancreatitis asociados a la obesidad. También aumenta la posibilidad de padecer diabetes mellitus y hay riesgo de intolerancia a la glucosa, hipertensión y alteraciones de los lípidos. Además, posiblemente el 75% de los adolescentes obesos sean obesos adultos.
Para encontrar las causas hay que estudiar las costumbres. Como los mayores, los niños engordan porque ingieren más calorías de las que consumen. Muy pocos son los que deben su obesidad a algún problema añadido. Las comidas preparadas, más rápidas para un modo de vida que dispone de cada vez menos tiempo para la cocina, pasan también una factura demasiado enriquecida con hidratos de carbono y grasas saturadas. El acceso a grandes cantidades de alimento es fácil; a menudo se hacen solamente dos comidas al día; se ingieren calorías vacías, es decir, golosinas; y hay malos hábitos en la mesa, que llevan a los niños a engullir la comida, sin pararse a masticarla adecuadamente. El entorno sociocultural enseguida ejerce su influencia. Desde muy temprana edad el niño aprende que cualquier acontecimiento se celebra con comida, generalmente además con comida basura: en ningún cumpleaños faltan las patatas fritas, los refrescos, las chucherías y los productos de bollería. Además, muchos padres, obsesionados con que su bebé coma lo suficiente, lo atiborran con cantidades muy superiores a las que realmente necesita. La falta de ejercicio físico, los juegos sedentarios, las horas de televisión, los videojuegos, favorecen la acumulación de grasas. Tampoco es muy recomendable convertir la comida en un premio.
Todos los estudios indican que en la mayoría de los casos, detrás de un niño obeso hay progenitores (uno, o los dos) con problemas de obesidad. En las grandes ciudades, muchos padres prefieren que sus hijos pasen el mayor tiempo posible en casa, por cuestiones de seguridad, y les proporcionan todo aquello que les satisface, lo que incluye una nevera bien surtida de pequeños "regalos", así como un cheque en blanco delante del televisor, el videojuego o el ordenador. Los niños se convierten en unos consumidores de primera, objetivo de muchas campañas publicitarias.
Para evitar que un niño se convierta en un adulto obeso, hay que conseguir un equilibrio entre un cambio en los hábitos alimentarios, el ejercicio físico, pero nada se consigue si no es con la colaboración del entorno, es decir, para que un niño cambie sus costumbres, es necesario que en su casa, su familia, cambie de costumbres. ∆

"Las estadísticas lo muestran: en los países más industrializados, un gran porcentaje de la población se sueña delgada"
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LA SOCIEDAD SE SIENTA A LA MESA

Jesús Contreras es Catedrático de la Universidad de Barcelona, miembro del Grupo de Estudios Alimentarios y experto en consumo de alimentos. Sostiene que la cantidad de alimentos que puede ingerir el ser humano está
fuertemente influenciada por presiones culturales, sociales y psicológicas.

-¿Qué importancia tiene en el mundo desarrollado la relación entre alimentación y salud?
-Hoy día, los científicos de la nutrición de los países "occidentales" destacan la importancia de la relación entre alimentación y salud. Con la abundancia propia de los países industrializados, los problemas de salud se han desplazado desde aquellos relacionados con la desnutrición, como el raquitismo, hacia los relacionados con la sobrealimentación, hasta el punto de que los profesionales de la sanidad hablan de un empeoramiento de nuestros hábitos dietéticos. Este empeoramiento se concreta, entre otros aspectos, en un consumo excesivo de
calorías y en el sobrepeso correspondiente, que es considerado un "factor de riesgo" que es necesario reducir para prevenir numerosas enfermedades, sobre todo de carácter cardiovascular.

-¿Qué valoración se le da a la alimentación en nuestra sociedad?
-El valor social atribuido a la alimentación, a la salud y a la belleza física ha aumentado constantemente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. En definitiva, nuestra sociedad occidental parece muy preocupada por las grasas en el cuerpo y por las calorías. La cultura de masas, productora desenfrenada de imágenes, nos da a admirar y a envidiar los cuerpos juveniles y esbeltos mientras los cuerpos reales parecen perder el aliento, la mayoría de las veces en vano, por perseguir esos modelos soñados o impuestos. Las estadísticas lo muestran: en los países más industrializados, un gran porcentaje de la población se sueña delgada.

-¿Puede decirse que hay enfermedades propias de los países "ricos"?
- Últimamente, el núcleo de la investigación sobre el consumo alimentario se ha dirigido hacia los problemas de alimentación y salud relacionados con las condiciones de vida propias de las sociedades modernas industrializadas y de abundancia. Una de las preocupaciones más importantes es la de la obesidad y sus corolarios, las llamadas enfermedades del bienestar como las cardiovasculares y algunos tipos de cáncer. Los llamados "desórdenes alimentarios", como la obesidad o la bulimia y la anorexia nerviosa, abarcan un amplio espectro. Lo más probable es que no hubieran ocurrido en sociedades sin una oferta de alimentos estable y abundante y en las cuales los estándares de salud y de belleza se han mezclado considerablemente.

Para cambiar de dieta es necesario, en muchos casos, cambiar de vida.

-¿Es cierto que estos desórdenes alimentarios afectan mayoritariamente a las mujeres?
-Sí, el deseo de delgadez o el miedo obsesivo a la gordura, o ambas cosas a la vez, están en el centro de una enfermedad del comportamiento alimentario, de predominancia masivamente femenina (anorexia mental, bulimia) que los psiquiatras, más o menos acertadamente, consideran típicamente moderna.
La situación es, pues, contradictoria. Por una parte, la medicina, durante decenios, ha prescrito a
la población que adelgace. Por otra, cada vez más, psiquiatras y nutricionistas condenan el culto excesivo de la delgadez femenina, suscitada y mantenida, según ellos, por la cultura de masas y la moda. Persiguen cada vez más poner en guardia contra los efectos nefastos de los regímenes.

-¿Por qué comemos más de lo que necesitamos para vivir, aún a costa de la salud?
-Digamos que la "sabiduría del cuerpo" es engañada por la "locura de la cultura". Pero no es la evolución cultural en sí la que contribuye a perturbar los mecanismos reguladores, sino más bien la crisis de la cultura que atraviesan los países desarrollados. Estaríamos hablando de una crisis multidimensional del sistema alimentario que se perfila con sus aspectos biológicos, ecológicos, psicológicos, sociológicos. Una crisis que se inscribe en una crisis de civilización.
Sería muy importante averiguar por qué motivo la gente, a pesar de que conoce las consecuencias, se comporta de forma peligrosa para la salud (un ejemplo controvertido: mujeres que no dejan de fumar por temor a engordar). También es cierto, desgraciadamente, que las exigencias cotidianas de mucha gente no permiten un régimen o un estilo de vida de esas características, más equilibrado y más conveniente para su salud, poniendo de manifiesto, una vez más, que para cambiar de dieta es necesario, en muchos casos, cambiar de vida, lo cual no siempre resulta fácil, incluso aunque amenace la enfermedad. ∆

Un problema nacional EE.UU. y Reino Unido

En Estados Unidos la obesidad se ha convertido en un problema verdadero. Afecta al 65% de los norteamericanos. Mata anualmente a 300.000 personas, y acapara un buen porcentaje de los gastos sanitarios. Sólo el coste de las urgencias cardíacas supera los 110.000 millones de dólares anuales.
Es en ese país donde se están empezando a plantear la posibilidad de especificar en las etiquetas de los alimentos que cantidad de grasas nocivas contienen. Las empresas de alimentación se verán obligadas a partir del 2006 a informar sobre el contenido en sus productos de los denominados ácidos grasos trans, presentes en multitud de marcas de galletas, patatas fritas, productos cárnicos o lácteos.
Otro paso legal encaminado a poner freno a lo que ya la OMS ha dado en llamar "la epidemia del siglo XXI" lo han dado los legisladores británicos. Sobre la mesa está una propuesta revolucionaria que se debatirá este otoño, y que pretende recortar drásticamente los gastos sanitarios que acarrean enfermedades derivadas de los hábitos de vida, en su mayoría fácilmente evitables. Los pacientes obesos firmarán un contrato con el médico que los atiende. A cambio de recibir el tratamiento y la asistencia sanitaria que precise, deberá poner freno a su problema de obesidad y reducir centímetros. Lo mismo se aplicaría a los fumadores.
La polémica, como es lógico, no ha tardado en desatarse. ¿Qué ocurrirá si un paciente incumple su contrato? ¿Dejará de recibir atención médica? Para muchos especialistas es necesario hacer entender a la sociedad que la persona obesa es una persona enferma, víctima de una serie de desarreglos metabólicos y no simplemente una persona que come más que las demás, aficionada a los excesos culinarios. Por otra parte, también se apunta que la dieta y los hábitos de vida son pilares fundamentales a la hora de desarrollar un cuadro de obesidad. ¿Dónde está el equilibrio? ∆

El problema no es la escasez de alimento, sino una mala gestión interesada para servir a los intereses del primer mundo.
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EL MUNDO EN DESEQUILIBRIO

Tres cuartas partes de la humanidad no han probado ni probablemente probarán una cheese burguer, ni una bolsa de patatas fritas, ni los bollos rellenos de chocolate. Jamás tendrán problemas con el colesterol ni se pelearán con la báscula. ¿Saben cuidarse? No. Las tres cuartas partes de la humanidad pasan hambre.

Mientras miles de personas mueren cada año por las enfermedades derivadas del abuso de alimentos, la mayor parte del planeta no tiene qué comer.
Las cifras son tan espectaculares que la imaginación no alcanza para valorar la gravedad de la situación. Alrededor de 25.000 personas mueren todos los días de hambre en el mundo, de ellas, tres cuartas partes son niños menores de cinco años. Eso supone la muerte de 11 millones de niños al año, además de los millones que padecen enfermedades relacionadas con la falta de vitaminas y minerales, además de la contaminación de alimentos y la insalubridad del agua. Según las fuentes, las cantidades varían, posiblemente porque es absolutamente imposible calcular los números reales de la tragedia de la hambruna. La esperanza de vida en un país subdesarrollado se sitúa en torno a los 38 años, mientras que en el primer mundo se alcanzan con facilidad los 70. La desnutrición crónica provoca un crecimiento limitado, fatiga permanente y debilidad extrema, lo que hace al cuerpo mucho más vulnerable al padecimiento de todo tipo de enfermedades. En un estado grave de desnutrición, una persona no es capaz de mantener ni siquiera las funciones vitales básicas.
De todas estas muertes, se estima que sólo el 10% están provocadas por situaciones puntuales de carestía o por guerras. El resto es producto de la desnutrición crónica a la que se llega en situaciones de extrema pobreza.
En 2002, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) dio la voz de alarma: la reducción del hambre en el mundo se ha detenido. Estamos muy lejos de alcanzar el objetivo de la Cumbre Mundial de la Alimentación de 1996, que ponía de plazo hasta el 2015 para reducir a la mitad el número de personas que sufren hambre. Para lograr este propósito la disminución de personas hambrientas debería ser de 24 millones por año, cosa que está lejos de las cifras actuales. El África Subsahariana sigue registrando las peores cifras.
En la mayoría de los casos, sería relativamente fácil evitar que tantos millones de personas viviesen permanentemente en una situación extrema. Bastaría con proporcionar a las sociedades locales semillas de buena calidad, algunos aperos agrícolas, una infraestructura básica, acceso al agua y educación. Son remedios sencillos que no necesitan grandes inversiones y que garantizarían la supervivencia de millones de personas. Es el trabajo que realizan diariamente miles de voluntarios de diferentes ONG dispersos por todo el planeta, así como algunos grupos de religiosos que actúan localmente. Un trabajo útil, pero insuficiente. Para realmente poner freno al problema del hambre sería necesaria una actuación coordinada a nivel global, con la colaboración de todo el mundo desarrollado, consciente de que un problema de semejante envergadura hipoteca el futuro de todos. No es posible mantenerse siempre en el desequilibrio. La FAO ha calculado que serían necesarios 24.000 de euros anuales hasta el año 2015 para reducir a la mitad las cifras del hambre. No es demasiado dinero, teniendo en cuenta el que se emplea para otros fines. Recién comenzada la campaña contra el terrorismo el presidente Bush anunciaba un presupuesto militar de 300.000 de dólares al año. Una cantidad que fue rápidamente aumentada y que se multiplicó con las campañas primero en Afganistán y ahora en Irak. Está demostrado que para los gobiernos del mundo desarrollado erradicar el hambre es una inversión poco atractiva. De modo que como de momento no parece que vaya a producirse ningún cambio en esta dirección, lo que queda es continuar con el trabajo de la hormiga.

Alrededor de 25.000 personas mueren todos los días de hambre en el mundo.

Numerosos estudios se han encargado de dejar claro que el problema no es la escasez, sino una mala gestión interesada para servir a los intereses del primer mundo. Hay que mirar hacia las políticas agrícolas de EE.UU. y la Unión Europea, las cargas arancelarias que soportan los países pobres, la dificultad para acceder a sistemas de producción más modernos. Tampoco es cierto que falte tierra para cultivar, ya que por distintas razones, sólo un 44% del terreno cultivable se dedica a la producción de alimento. El resto no produce. Los terratenientes y las grandes empresas propietarias, consideran el suelo como una inversión rentable, más que una fuente de alimento. Por otra parte, muchas de las que sí se cultivan están dedicadas enteramente a la exportación. El desigual reparto de las tierras deja desposeídos a los campesinos locales y es una de las principales razones de la escasez de alimento.
Que hay comida para todos es una realidad confirmada por el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) de 1999: "La producción de alimentos per cápita ha aumentado casi el 25%, la oferta de calorías ha aumentado de 2.500 a 2.750 y la de proteínas de 71 a 76 gramos. Pero unos 840 millones de personas están desnutridas". La producción de alimento sigue yendo por delante del aumento de la población. En el mundo se producen anualmente cereales suficientes como para proporcionar a todos los habitantes del planeta proteínas suficientes y más de 3000 calorías diarias. Si las tres cuartas partes del planeta no reciben su ración, cabe preguntarse ¿cuánto consume el cuarto restante? Y también ¿cuánto alimento se tira en el mundo desarrollado? ∆

 

 FUSION OPINA

El ser humano es básicamente una unidad energética. Es decir, funciona con energía, consume energía y, por tanto, necesita energía. Esta la adquiere a través de la alimentación, de la respiración, del contacto con la naturaleza y del descanso, dormir suficientes horas.
Como unidad energética que es, su perfecto funcionamiento está en el equilibrio, y el mantenimiento de ese equilibrio sólo lo puede lograr con un conocimiento de sí mismo y con una fuerte voluntad.
Cuando el equilibrio se rompe las causas pueden ser múltiples, pero todas ellas indican una carencia de lógica, de inteligencia, de sentido común, o sea, de mente.
Por ello, la situación actual, donde la obesidad, y todos los peligros que encierra, gana terreno día a día, sólo puede ser consecuencia de una creciente degeneración del ser humano, degeneración que se experimentó a lo largo de la historia en la decadencia y posterior desaparición de todos los imperios y civilizaciones que hubo. Todos acabaron sus días entre fiestas, orgías y comiendo como cerdos.
Cuando los valores fundamentales se pierden, el desequilibrio potencia los instintos. Así fue siempre y sigue siendo, tanto a nivel individuo como social.
Por ello, muy difícil está el detener esta creciente avalancha de obesos, porque es un producto del estado de bienestar, tan soñado y prometido, de la decadencia del sentido común y de la valoración de la vida, con toda su riqueza y variedad.
Aquello de "mente sana en cuerpo sano" sigue siendo el ideal, sólo que ahora interesa a unos pocos. Los demás creen encontrar la satisfacción perdida en comer, beber y follar.
O sea, el regreso al animal. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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