Ya lo decía mi prima
Maitena, que las formas de prolongación peneana postmodernas son el coche,
el móvil, las armas y los perros asesinos. |
|
OCTUBRE 2003
GENERALIZANDO, QUE ES
GERUNDIO
POR MARTA F. MORALES
D eclaración de intenciones: puesto
que la mayor parte de la población masculina de este planeta se considera
con derecho a generalizar sobre las mujeres sin ningún pudor, en este
artículo voy a hacer un ejercicio de venganza. Si resulta que "las mujeres
no saben gobernar" porque Ana Palacio no es capaz de hilar un sujeto y un
predicado con coherencia; si "las mujeres conducen fatal" porque alguno se
encontró con la torpe del tercero que aparca de oído; y si además "las
mujeres son unas víboras" porque el colega de la oficina no hace más que
animar a las secretarias a rajar unas de otras... ahora voy yo y me pongo
en el mismo plan. Por una vez y sin que sirva de precedente, voy a
generalizar, conscientemente, eso sí, y sin ánimo de ofender. Un poco de
visión ácida y violeta sobre la vida y los sexos nunca viene mal.
¿O me van a decir que no se han dado cuenta de cómo se las gastan los
albañiles? Por supuesto, en mi mundo de plurales sin reservas, todos los
empleados de la construcción son hombres. Y fíjense: todos dicen piropos
soeces. Resulta que al final va a tener una que preocuparse cuando no le
suelten un "te lo voy a comer todo" al pasar por delante de la obra de la
calle de abajo. Si es que los obreritos de marras son para darles de comer
aparte. Díganme si no por qué se creen con derecho a manipular las vidas y
los hogares de las mujeres sin piedad. Llamas a un albañil para que te
arregle la cocina, pongo por caso. Pues bien, resulta que tienes que estar
dos meses a su merced días laborables y fines de semana, porque el hombre
es el amo del cotarro. Te dice que viene "por la mañana" (¿los relojes de
los hombres no tienen horas ni minutos?). Las nueve, las diez, las once...
hora del café. Cuando aparece, quedan como treinta segundos para que
llegue el momento de sacar la fiambrera y darle al diente. Si por fin se
pone en plan, con cara de estar haciéndote un favor (como si no le pagaras
y no tuvieras nada más que hacer), le incordia cualquier cosa que hayas
podido decidir tú: "¿Crees ques normal tener esos rodillos ahí colgaos?"
(¿dónde, en la cocina, donde me hacen falta? ¡nooo, por dios!, ya los
cuelgo del techo del salón, si acaso); "¿No ves que la mesa molesta, con
tanto mantelín y tanta estoria?" (nada, hijo, yo la tiro por la ventana y
mañana como en el suelo y con las manos, como tú); "anda, quítamelo too
dahí que tengo que echar la pasta". Cuando hay otro macho en la casa todo
esto va con por favores, sinoteimportas y demás amabilidades, pero ante
una mujer... Te miran como si nunca hubieses visto una pared, como si el
concepto "escayola" se te escapase por metafísico. Y luego, igual que
malos amantes, llegan, penetran y se van. Ni te llaman, ni te escriben, ni
un mal e-mail que llevarse a los ojos. Mientras tanto, por cierto, la
cocina como el sitio de Sarajevo y tú sin agua y llamando a Tele Pizza
cada noche.
Tampoco te hacen mucho caso, salvo que te vean cara de forrada, los
vendedores de coches. También, como etnia aparte en este mi mundo de hoy,
son todos varones. Y tampoco saben cómo comunicarse con las hembras de su
especie. Entras en el concesionario. "Uuuuuuuy, una chati que va de que
sabe de carros". Te miran de arriba abajo tres o cuatro veces hasta que
notas que la falda se te pega al culo como una calcomanía. Empiezas a
sudar en frío. Te sonríen de medio lado. Vuelven a mirarte poco a poco,
hasta que te da por preguntarte "¿tendré calamares en el pelo?" Al final
extienden la mano y... ese es tu final. A partir de ahí no te enteras de
nada, del dolor que te queda tras el apretón. Y es que el buen vendedor es
un hombre-hombre, de los que rompe dedos y conquista mujeres con su olor a
Axe (nota: esos anuncios de desodorante deberían ser ilegales). La
información que te da después de cargarse tus falanges, falangitas y
falangetas, además, está en clave. En lenguaje masculino. Todo codificado
para que el enemigo no lo entienda: "Esto es una maquinona como la de
Nando Alonso"; "coge las curvas como si fuera por raíles" (esa frase la
dice la Roberts en "Pretty Woman", y eso la distingue como prostituta ¿Que
el lenguaje no importa?); "se pone a cien en treinta segundos" (mira, como
mi novio, ¿luego se deshinchará tan rápido también?), etc., etc., etc.
Todo son verbos agresivos, superlativos, imágenes sexuales. Puro argot del
homo sapiens motorizado. Ya lo decía mi prima Maitena, que las formas de
prolongación peneana postmodernas son el coche, el móvil, las armas y los
perros asesinos.
Como estos profesionales del ser macho y parecerlo a todas horas hay
varios tipos más: los fontaneros que arrancan váteres y suelos sin
preguntar si tienes dónde ir a hacer un pis durante el próximo mes y medio
(como ellos pueden de pie y en la calle...); los camareros que nunca te
sirven el vino primero para que lo pruebes, porque dicen que una mujer
menstruando lo estropea y, además, es bien sabido que las hembras humanas
no tenemos papilas gustativas; los recepcionistas de hotel que le pasan la
cuenta a tu marido, porque las mujeres no manejan dinero más allá de
comprar Las Ramblas en el Monopoly; los dependientes de la tienda de ropa
masculina, que le hacen la pelota a él y a ti te dicen lo bien que
planchan las camisas... Tantos y tantos especímenes de hombre sin gafas
violetas, que todavía no saben que el género no son las telas de los
vestidos de fiesta y que consideran que ser mujer es un destino y ser
hombre un título nobiliario. A ellos y a los que se les parecen, un
brindis y una esperanza: que pronto alguien os cambie el cristal con que
miráis la vida ∆
e-mail:
martafmorales@hotmail.com
|