Sólo quiero saber si este titular podría cambiar
de dirección y conservar el número. Ni siquiera voy a hacer la gestión. No
soy una terrorista. No conozco a Bin Laden. Conozco a Manolo y sé que es
buena persona, un pedazo de pan, pero él no te ha podido llamar. Habláis
otro día, te lo prometo. Dime lo del teléfono, anda... |
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OCTUBRE 2003
GESTIONES
POR CAROLINA FERNANDEZ
Buenas tardes le atiende Maruchi Suárez en qué puedo ayudarle.
Lo dice así, sin puntos ni comas, sin casi tomar aliento. Le hago una
pregunta sencilla a Maruchi, de las que vienen en las primeras páginas del
manual: quiero saber si puedo cambiar de domicilio y conservar el mismo
número de teléfono. Le explico mi situación. Maruchi me escucha con
paciencia. Y hasta podría decir que pone cierto interés, a juzgar por los
numerosos ahá que intercala con estudiada periodicidad. Termino mi perorata,
me pregunta unos cuantos datos, y me dice con amabilidad que me pasa con un
comercial. Falso. Me conecta al radiocasette de la multinacional, que para
aligerarme la espera me pone una musiquilla de ascensor machacona y
repetitiva, que tardará tres días en salir de mis neuronas. Al cabo de trece
bostezos y después de que una amable grabación me tranquilizase diciéndome
que están deseando atender mi llamada, pero que tienen a todos los
operadores ocupados, por fin descuelga el teléfono una voz cuasi humana, la
de Josele Bermúdez, que coincide que también está feliz de hablar conmigo.
Vaya, tengo encanto esta mañana. Le cuento de nuevo la circunstancia que me
obliga a estar colgada al teléfono y me escucha con idéntica atención.
Tentada estoy de preguntarle si conoce a Maruchi. Se llevarían bien. En
cuanto termino me comenta que espere un momento, y me enchufa de nuevo a la
musiquilla. Habrá ido al servicio. Pobre Josele, todo el día sentado
hablando por teléfono. En algún momento tendrá que ir al lavabo y justo me
ha tocado a mí. Por la tardanza deduzco que debe tener algún desarreglo
intestinal, quizás algo de diarrea. Lógico, con el calor que hace todavía,
los estómagos padecen lo indecible. La amable señorita de la grabación me
comenta una y otra vez que lo que más desea en el mundo es poder hablar
conmigo, pero que lamentándolo muchísimo ahora es completamente imposible
porque están todos los operadores otra vez súper ocupados. Me gustaría
tranquilizarla, porque la noto ya un poquito estresada, pero cuando quiero
hablar me pone la cinta otra vez. Y Josele en el baño. Me preocupo por su
estado, pobre chaval. Esa musiquilla podría llegar a desquiciar a alguien.
Menos mal que lo mío es una cosa sencilla. Si tuviese que hacer una gestión
más compleja -doble traslado con cambio de titular y cuarto de libra sin
queso y con ketchup- me desquicio fijo. Por fin oigo la voz de Josele. Me
alegro infinitamente. Dios existe.
-¿Oiga?
-Sí, sí, Joselu, estoy aquí, dime.
Regreso de mis ensoñaciones otra vez al mundo virtual. Espero una respuesta
para mi pregunta.
-¿Puede decirme el nombre del titular y el número para el que solicita la
información?
No entiendo. Le explico que ya se lo he contado a Maruchi, que le pregunte a
ella, que ya sabe mi historia, pero no cede, insiste. No tengo más remedio
que armarme de paciencia y volver a contarlo desde el principio. Joselu me
escucha con idéntica atención, pero ya no me fío. Pienso que está de malas
por la diarrea que lo tiene doblado por la mitad. Sospecho además que sufre
periódicamente violentos retortijones. Por eso me ha vuelto a poner la
tortura musical. Debe ser una estrategia del departamento de marketing que
tienen estas multinacionales, para ablandarle el cerebro al cliente y que
lleguen al final de la gestión en estado catatónico. ¿Dónde estoy? ¿Es de
día o de noche? Espejito, espejito mágico ¿hay alguna otra compañía de
teléfonos mejor? A veces, en las esperas entre operador y operador, han
llegado a plantearse cuestiones fundamentales para la humanidad. ¿Quiénes
somos? ¿A dónde vamos? ¿De dónde venimos? ¿Hay vida más allá del teléfono?
¿Se repondrá Joselu de su diarrea para que yo pueda llegar al final de mi
historia?
-¿Oiga?
-Sí, sí, soy yo, aquí estoy, no me he movido, dime, dime, Joselu.
-¿Es usted el titular?
Empiezo a pensar que este Joselu es gilipollas. Le explico una vez más que
el titular responde al nombre de Manolo, y que yo, hasta la fecha, tengo la
voz bastante más aflautada y un par de buenas razones que confirman que no
soy Manolo, evidentemente.
-¿Y quién es usted?
Me muerdo la lengua. Quiero llevarme bien con Joselu, de verdad. Siento en
el alma lo de su diarrea, pero llevo mucho tiempo al teléfono, estoy cansada
de esperar, la musiquilla me martillea la cabeza, y por nada del mundo
quiero volver al principio. Intento llegar a un acuerdo pacífico.
-Mira Joselu. Tengo que confesarte que yo no me llamo Manolo. Sólo quiero
saber si este titular podría cambiar de dirección y conservar el número. Ni
siquiera voy a hacer la gestión. No soy una terrorista. No conozco a Bin
Laden. Conozco a Manolo y sé que es buena persona, un pedazo de pan, pero él
no te ha podido llamar. Habláis otro día, te lo prometo. Dime lo del
teléfono, anda.
-Es que no le puedo dar esa información si no me dice cuál es su relación
personal con el titular.
Lo siento, lo voy a estropear todo, lo sé. Lo sé.
-Pues mira, te cuento: follamos cuando podemos, pero sin papeles. Me
gustaría que no se enterase su mujer. Y ya que estamos intimando cuéntame si
te tiras tú a Maruchi, la recepcionista, que me muero de curiosidad. ¿Me
dices lo del teléfono? Por cierto, siento lo de tu diarrea.
Noto que Joselu se pone blanco.
-¿Cómo sabes lo de Maruchi?
-Dime lo del teléfono.
-¿Cómo sabes lo de Maruchi?
-Dime lo del teléfono.
-Lo de Maruchi.
-Lo del teléfono.
-Sí, puede conservar el mismo número.
-Está colada por ti. Se le nota en cuanto descuelga.
-Gracias.
-De nada. Cuida esa diarrea.
-Vale.
Odio las gestiones por teléfono. ∆ |