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EL ALEPH

 

No es justo que Compañías que han sido monopolio se deshagan ahora de miles de empleados como si fuesen terminales desfasadas, porque no lo son, y como no lo son deben ser tratados como merecen, es decir, permitiéndoles seguir viviendo de su trabajo.

OCTUBRE  2003

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RECONVERSION O INVERSION
POR JOSE ROMERO SEGUIN

La Compañía del Cable, la Compañía Frutera de este país bananero, ha decido que tiene que sanearse, y no halla mejor modo que arrojando lastre. Qué pena que no sean sacos de arena los que van a irse a tomar por ahí, sino personas, hombres y mujeres de carne y hueso, que se van a estrellar contra el suelo del paro, de la jubilación forzosa. Que van a quedar comunicando para siempre un lamento forma de tono que no tiene sentido porque no tiene razón de ser. Que se van a quedar sin línea laboral para que cuadren las cuentas de beneficios, de ésos que no tienen otro oficio que el de la usura.
Telefónica de España, S.A, va a hacer una dura reconversión gracias a la cual hay miles de personas que van a tener que irse a sus casas a cobrar de las arcas públicas en lo que se ya se conoce como socializar las pérdidas y que tiene su contrario en privatizar las ganancias.
Mientras la Compañía se sanea, es decir, se regodea en las ganancias, nuestras casas siguen manteniendo el rostro cruzado por un puñado de cables mal trenzados, y nuestros míseros salarios golpeados por una factura que tiene mucho de atraco. Treinta y cinco euros en cada factura por una línea que se siega nuestros aleros, increíble, verdad, deberían pagarnos por el servicio, pero eso es pecado decirlo, ellos son aún el Estado, la Compañía de las comunicaciones, un bien social, que puede ir y venir por nuestra propiedad y vidas a placer. Ocurre que ahora la Compañía ya no es pública, sino privada. Pero eso qué importa. Eso sólo importa a la hora de hacer reconversiones, a la hora de maquillar pérdidas millonarias en aventuras tecnológicas y pelotazos de miles de millones. Porque en esos casos, la Compañía enjuaga sus trapos sucios sobre nuestras cabezas, estafando con su mínimo y su política de despidos masivos. Una lluvia de hombres y mujeres se van a quedar sin empleo y eso me llena de rabia, porque cuando uno paga una factura tan injusta e inocentemente queda la conformidad de creer que ello ayuda a vivir a otros hombres y mujeres, pues de algún modo y dentro de la injusticia se siente reconfortado. Pero cuando ves que lo legalmente sustraído no va a parar a inversiones y salarios, sino a la cuenta de beneficios de un puñado de inversores, qué puedes sentir sino rabia y asco.
No es justo, no señor, que Compañías que han sido monopolio se deshagan ahora de miles de empleados como si fuesen terminales desfasadas, porque no lo son, y como no lo son deben ser tratados como merecen, es decir, permitiéndoles seguir viviendo de su trabajo. Porque eso es redistribución, y la redistribución es la única fórmula valida para revitalizar y hacer progresar una sociedad, y lo que sin duda le permite construir un auténtico estado del bienestar.
Y no hablo de repartir, sino de redistribuir, que es muy distinto. Repartir implica dar de aquello que nosotros tenemos a quienes no tienen, lo que sin dejar de ser una magnífica disciplina para nuestro ambicioso y avariento espíritu, podría inducirnos a cierto grado de injusticia a la hora de administrar unos y otros nuestros propios recursos económicos. Por eso, entiendo, que es bueno, hablar en general, de redistribuir, es decir, propiciar las condiciones para que la riqueza circule oxigenando por igual al tejido social, en proporciones que permitan a unos y a otros llevar una vida digna, que no una indignidad de vida.
La Telefónica del orgullo, aquella especie de Guardia Civil de funda azul, flamante casco y brillantes y plegables escaleras de madera, que patrullaban el cable montados en sus Renault cuatro color gris. Que plantaba postes a su antojo por toda la geografía hispana. Aquella Compañía con su ejército de curritos imbuidos de cierto patriotismo, ha mutado en multinacional, y como en todas ellas rige el principio de los beneficios sobre el de servicio, y como éste no se puede empeorar sin caer en el peligro de perder clientela, pues se ha optado por abaratar costes y para ello se ha recurrido a la subcontratación a otras empresas para todos aquellos trabajos que sea factible, que son casi todos. Y como eso parece no dar aún los resultados apetecidos pues se recurre a la reconversión, que no es sino deshacerse de material humano y todas las cargas que ello implica.
Crecer, sanearse, pero siempre a costa de los mismos, de los trabajadores, ellos van a pagar todas esas aventuras y desmanes que la compañía ha ido cometiendo a lo largo de estos años y que van desde el enriquecimiento personal de algunos directivos, a las aventuras en medios de comunicación e inversiones desafortunadas en países hermanos del otro lado del Atlántico o en nuevas tecnologías.
En fin, un catálogo de nuevos modos que finalmente se subsanan con las viejas y caducas formas de siempre: despidos masivos. ∆

   

   
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