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NOVIEMBRE 2003
ADOLESCENTES
Caminar sin norte
Fotos: Fer
Cuando
en Fusión nos propusimos abordar este tema, lo hicimos porque nos chocó
que en todo el revuelo informativo que se generó con la captura del
asesino de las adolescentes, nadie mencionó por qué unas adolescentes
andaban por la calle a las 5 de la madrugada, nadie mencionó por qué los
padres lo permiten todo, nadie mencionó nada sobre la "libertad" que viven
y cómo la usan.
Nos chocó más cuando iniciamos el reportaje y empezamos a preguntar a
supuestos "expertos" en el tema que algunos se extrañaron ante palabras
como disciplina, control de los menores, obediencia, etc. Es más, hubo
hasta quien nos preguntó si es que justificábamos las violaciones. Claro,
no había entendido nada, porque no justificamos las violaciones, pero
tampoco entendemos porque la calle está llena por las noches de niños y
niñas de catorce y quince años, muchos borrachos y otros drogados. ¿Y sus
padres? ¿Dónde están?
Por otra parte, es de ingenuos ignorar que ésta es una sociedad enferma,
que produce enfermos, desde el que acecha en una esquina oscura a las 5 de
la madrugada para raptar y violar a una adolescente hasta el que nos mete
en una guerra porque así son sus principios, sus valores éticos.
Y si ésta es una sociedad enferma, y si un padre tiene la responsabilidad
de cuidar y educar a sus hijos, el resto es pura consecuencia y pura
lógica, a menos que a los padres les venga muy bien que sus hijos estén en
la calle, porque así tienen más tiempo libre para sus historias, tema que
también merece un análisis aparte.
Y después de diferentes consultas hemos decidido hacer este reportaje
totalmente a nuestro criterio, diciendo lo que pensamos, apelando al
sentido común y añorando aquella educación que recibimos algunos, que
aunque en un principio nos repateaba, hoy agradecemos a nuestros padres
porque nos dio una perspectiva sobre la vida, los valores y la educación
que nos permite decir, sin ánimo de molestar a nadie, que muchos padres
deberían pasar por un cursillo previo que les capacitase para engendrar
hijos y someterse luego a revisiones de control.
Claro que eso puede parecer a muchos exagerado, pero otros no entendemos
cómo se puede permitir que las calles estén llenas de menores borrachos,
que adolescentes de 15 y 16 años lleguen a primera hora al instituto ya
colocados y que sus padres no se enteren de nada. ¿O no se quieren
enterar?
Creemos que ahí está la clave de este espinoso asunto, pero también
creemos que la vida, la salud y el futuro de toda una generación merece la
pena intentar que alguien despierte, y si no lo hacen los padres que lo
hagan las autoridades, los gobiernos, los jueces, quien sea con tal de
evitar que los jóvenes de este país se idioticen progresivamente.
Y luego, cuando ocurren cosas tan lamentables como las de esas jóvenes
asesinadas, que nadie se rasgue las vestiduras, porque el asesino es
culpable, pero no es el único.
Porque la pregunta clave sigue siendo... ¿qué hace a las 4 ó 5 de la
madrugada una adolescente yendo sola hacia su casa?
¿Qué grado de responsabilidad tienen sus padres de lo ocurrido?
Ese es el debate y no otro.
FUSION
Bienvenidos a la edad del pavo
Tienen entre 11 y 17 años. Se
relacionan poco con adultos porque creen que no les entienden. ¿Y es
cierto? Posiblemente sí. La mayoría se descoloca ante las necesidades de
un adolescente.
"No me hace caso. Hablo con él pero no me escucha. Vive en un mundo aparte
en el que no me deja entrar". Se podría oír estas quejas de boca de muchos
padres. La educación de un hijo pasa por muchas y muy distintas fases,
pero quizás una de las más temidas sea la enigmática "edad del pavo". Esa
franja, que se solía situar entre los 12 y los 17 años, pero cuyos
síntomas actualmente comienzan a notarse a edades más tempranas, supone un
paso de ecuador para los jóvenes adolescentes, cuyos horizontes se
amplían. Deben demostrar que están capacitados para caminar por más
terrenos que los puramente infantiles. Aparece la necesidad de tomar
decisiones por cuenta propia, la inseguridad, la rebeldía, las ganas de
conocer mundo y de tener nuevas experiencias, la urgencia por crear una
identidad propia que marque una diferencia con el entorno y por establecer
sus propios espacios, al margen del control de los adultos. Todo ello
mezclado con la inseguridad del que empieza a caminar por arenas
movedizas, la falta de experiencia, la soledad, las dificultades para la
comunicación. Pero es sobre todo un examen para los padres, que deben
hacer acopio de todas sus habilidades y mantener derecho el timón de un
barco sacudido por muchas tormentas. En el mejor de los casos, los padres
"hacen lo que pueden". En otros, sencillamente se lavan las manos porque a
su hijo "no hay quien le tosa". Muchos padres tiran la toalla en cuanto
aparecen los primeros encontronazos. Prefieren esperar a que a su hijo se
le pase la "edad tonta". No piensan que una adolescencia conflictiva es
fruto de una infancia con deficiencias. Hay que echar un vistazo atrás y
empezar a hacer cuentas. Cuántas horas solo en casa en compañía de la
televisión, cuánto tiempo colgado de la Play Station o conectado a
Internet, cuántos vacíos que nadie se preocupó de llenar, cuántas
concesiones ante aquello que no le viene del todo bien, pero que le gusta
tanto...
Algunos jóvenes se
convierten en los dictadores de su casa. No toleran un no por respuesta y
utilizan todos los medios para lograr lo que quieren.
"Hoy día se ha generado un sistema de
derechos de los niños, sin que se hayan sabido marcar unos límites. Y la
falta de límites a veces acaba en problemas con los chavales". Emilio
Calatayud conoce de cerca los problemas de los jóvenes y reflexiona todos
los días sobre la mejor manera de solucionarlos. Este magistrado del
Juzgado de Menores de Granada es conocido por sus sentencias, que hacen
más hincapié en lo educativo que en lo restrictivo. En esta ciudad, por
ejemplo, un menor que quema papeleras es obligado a colaborar dos fines de
semana con los bomberos. Y da resultado. Desde su experiencia afirma que a
esta sociedad se le ha ido de las manos la educación de los adolescentes.
"Hablando en general, no hemos sabido ejercer correctamente la función de
la paternidad y de la maternidad. A nuestra generación no se nos introdujo
la corriente psicológica y dialogante, y como no tenemos término medio no
hemos sabido hacerlo. Hemos pasado del autoritarismo excesivo que había
antes a una gran permisividad y a querer ser amigos de nuestros hijos. Y
yo creo que un padre nunca puede ser el amigo de su hijo: tiene que ser su
padre y punto. El autoritarismo puro y duro no era bueno, pero tampoco es
bueno este "coleguismo". Ahí nos han comido terreno".
Antonio Soto, presidente de la FAPAS Miguel Virgós, destaca el papel
negativo que están desempeñando los medios de comunicación. "La televisión
es presa de un cierto abandono, fundamentalmente la televisión pública,
que tendría que tener una responsabilidad social más importante.
Actualmente tiene un papel bastante negativo. Hay demasiados programas
basura que crean a los jóvenes unas falsas expectativas de alcanzar sin
esfuerzo unos objetivos que son muy simples. Luego ellos comprueban que en
la vida real hay que esforzarse para poder alcanzar metas. Y no siempre
van a tener lo que desean".
A la hora de elaborar este reportaje nos hemos encontrado con muchas
incoherencias que luego pasan su factura. Se reconoce que hay "cierta
permisividad" con los jóvenes a la hora de concederles lo que piden
-comprarles el último móvil, consentir horarios nocturnos intempestivos,
facilitarles el manejo de cantidades desorbitadas de dinero-, pero sin
embargo resulta muy difícil hablar de situar conceptos como "autoridad",
"control" o "disciplina" en la educación de un joven. ¿Por qué? Apuntamos
que quizá, como reacción al modelo educativo-represivo que vivieron muchos
de nuestros padres durante la época franquista, la balanza se ha
desequilibrado en el sentido contrario. "¿Disciplina, control y autoridad?
La verdad es que yo me asusto un poco también -comenta Francisco Javier
Barro, presidente del Conseyu de Mocedá de Xixón-. Si existe un trato
directo con la persona, si realmente hay un seguimiento y se implica al
grupo de jóvenes que sean población diana para este tipo de educación, yo
creo que más que disciplina y autoridad habría que generar empatía, es
decir, ponerse en lugar del otro. Tiene que haber una capacidad crítica en
la persona y esa capacidad crítica debe ser estimulada para que no haga
falta ni disciplina ni autoridad, sino que esa persona sepa comportarse
sin que haya que aplicar métodos tan rígidos".
"Aquí parece que nos ha dado miedo de llamar al pan, pan y al vino, vino
por si nos llamaban fachas o nos decían que éramos unos padres dictadores
-comenta el juez Emilio Calatayud-. Yo creo que hay que volver a ciertos
principios de autoridad, de respeto, de derechos, de obligaciones y sobre
todo de límites. A un crío hay que marcarle límites, sencillamente porque
vive en sociedad. Lo que sucede es que no hemos marcado los límites y
estamos sufriendo consecuencias. No olvidemos que la autoridad paterna, el
respeto, incluso la obediencia del hijo está contemplada en el Código
Civil, en el artículo 115: los hijos deben obedecer y respetar a los
padres. Pero de eso ya no se habla porque parece que nos da miedo llamar a
las cosas por su nombre". Los chavales ¿responden a la educación mejor que
a la represión? "Responden más a la educación, pero la educación con
límites. No responden al castigo puro y duro, pero sí al castigo con un
ejercicio de reflexión y de educación. Yo creo que todo es educación,
formación e introducción de ciertos valores".
Para el psicólogo Miguel Angel Cueto, (CEPTECO, Centro Psicológico
leonés) tan perjudicial es el exceso de mano dura como todo lo contrario.
Hay padres muy autoritarios, o que intentan serlo después de que han
surgido los problemas, con lo cual lo que consiguen es aumentar la
frustración, y como consecuencia la agresividad y la violencia. Otros, son
demasiado permisivos y dejan que sus hijos hagan lo que quieran para
protegerles. "La disciplina familiar resulta incoherente en muchos casos.
"Menos dar y más estar": los padres tienen poco tiempo, cada vez hay más
familias monoparentales, padres separados, divorciados... Es habitual que
existan criterios educativos dispares o que incluso los padres se
contradigan como lucha personal, lo que afectaría al menor. Habitualmente
las necesidades básicas y materiales están cubiertas, pero en muchos casos
las emocionales no lo están".
En el
mejor de los casos, los padres "hacen lo que pueden". En otros,
sencillamente se lavan las manos porque a su hijo "no hay quien le tosa".
Muchos tiran la toalla en cuanto aparecen los primeros encontronazos.
El modelo de padre-colega, deja mucho que
desear, a la hora de los resultados prácticos. "Los padres yo creo que
tienen un problema de ubicación en este momento -comenta Antonio Soto-. La
situación social ha modificado la estructura familiar en este país. El
hecho de que la mujer se haya incorporado al mundo del trabajo cambia lo
que era una estructura familiar en la que la mujer se ocupaba
fundamentalmente de las tareas de la casa y de la educación de los niños.
Yo creo que éste es un factor importante, aunque no el único". Los
manuales de "instrucciones" para tratar con adolescentes recomiendan
"hablar con los hijos, interesarse por sus problemas, dedicar un tiempo
todos los días a la comunicación". Olvidan nombrar que los chavales no son
tontos, y distinguen perfectamente entre un interés puntual y fingido,
obligado por las circunstancias o por algún problema concreto, y un
diálogo fluido y continuo, basado en una confianza mutua ganada a pulso
todos los días. Hablar "de padre a hijo" cuando ya ha surgido el conflicto
no da resultado, más bien todo lo contrario. "Ni que fuéramos gilipollas
-comenta N., de 16 años- No hay nada más ridículo que un padre queriendo
acercarse y ejerciendo de colega en plan ‘qué guai nos lo vamos a montar
tú y yo esta tarde, tío’. No cuela".
Los consejos encorsetados no funcionan. En cualquier revista se pueden
encontrar secciones en las que algún psicólogo recomienda unas pautas de
actuación sacadas del manual para utilizar en caso de problemas. Estas son
un ejemplo: Si sospecha que su hijo consume alcohol o drogas, tiene que
hablar con él. Busque un momento propicio. Un sábado o domingo por la
mañana, por ejemplo. No le pregunte directamente. Empiece la conversación
con suavidad, comentando que últimamente lo nota raro. Tanto si confiesa
como si no, explíquele los efectos que producen las drogas o el alcohol en
su organismo. Y por supuesto no consuma alcohol ni otras sustancias
delante de él.
En general, escasa o nula autocrítica hacia los padres o hacia un sistema
social que no está pensado para favorecer a los jóvenes, sino para
anularlos. Nadie dice que, a excepción de unos pocos casos -los menos- un
chaval con problemas es la consecuencia de unos padres incompetentes.
La noche. La selva.
Indudablemente, los jóvenes ven en las horas de oscuridad un momento
fascinante para desplegar todo lo que durante el día permanece en estado
latente. La noche es un terreno abonado para las relaciones personales,
que a la luz del sol y con parámetros reales son más complicadas. El
ambiente nocturno está cargado de cierto surrealismo que facilita las
cosas. El alcohol ayuda a desinhibirse. Las drogas se consiguen con
facilidad. La música alta completa el cuadro. Y un montón de horas por
delante para vivir sin el control directo de ningún adulto. Así son las
noches de cualquier fin de semana para miles de jóvenes españoles.
Este ritual está asimilado por todos. Los jóvenes no contemplan el miedo
de sus padres, les parece injustificado y fuera de lugar; y consideran
como una intromisión y un engorro cualquier intento de poner coto al
reloj. Los adultos por su parte se hacen pocas preguntas. Muchos lo
consideran una etapa normal "por la que todos hemos pasado". Otros no
quieren discutir y tocan el tema de puntillas, para no crear problemas. Lo
más incoherente que nos hemos encontrado es el caso de aquellos padres que
se quedan en casa, pendientes del reloj y preocupados. ¿Dónde están tantas
horas? ¿Con quién? ¿Qué están haciendo? Si surge algún problema ¿sabrán
solucionarlo? Viven durante el fin de semana una auténtica pesadilla.
Muchos no pegan ojo o duermen intermitentemente durante una noche que se
hace eterna, y que sólo termina cuando se oye girar la llave en la
cerradura, de madrugada, y se comprueba, generalmente con discreción, que
el chico o la chica está en su habitación. Entonces, se puede descansar.
Lo consideran "una tortura", pero no se plantean nada más allá.
Aumenta la
violencia entre los jóvenes. Y un fenómeno creciente: las chicas se pelean
más cada día.
Que la noche encierra riesgos
añadidos a los del día, es algo indiscutible. Para empezar, circulan con
total impunidad las bebidas alcohólicas, a pesar de la prohibición sobre
la venta de bebidas graduadas a menores. Según los datos del Observatorio
español sobre Drogas, el consumo de alcohol ha aumentado durante los
últimos tiempos considerablemente. Es más, si bien hasta hace unos años
las borracheras se asociaban a una imagen masculina, cada vez son más las
mujeres jóvenes que abusan de la bebida. No es raro ver escenas de chicas
jóvenes ebrias en la calle, flanqueadas por el grupillo de amigas que las
arropa y cuida la borrachera. Aunque la franja donde el consumo se dispara
se sitúa entre los 20 y los 35 años, cada vez se empieza a beber a edades
más tempranas. Se habla de adicciones de "fin de semana". Es decir, se da
el caso de adolescente más o menos modélico en apariencia, que durante los
días laborales acude a sus clases e incluso practica algún deporte. Viven
esperando el fin de semana, y en cuanto el reloj señala el final de las
clases, cambia de cara, y se convierte en consumidor de bebidas
alcohólicas y drogas. La mayoría, abandonan estos hábitos pasados unos
años; otros, no son capaces de cambiar de onda y arrastran las
consecuencias durante mucho tiempo.
En el apartado de las drogas, baten records en las estadísticas las
sustancias sintéticas, es decir, las famosas pastillas, a pesar de que en
las noticias del lunes se puede comprobar cómo se multiplican los ingresos
por los efectos brutales para el organismo de estas sustancias de dudosa
procedencia. A pesar del aumento de las pastillas en circulación, el peso
más importante recae sobre la cocaína y el cannabis. De hecho del porro se
puede decir que es casi un rito de iniciación que simboliza el paso de la
infancia a la adolescencia. Además de todo eso, sigue estando presente la
heroína, y de forma importante, ya que acapara las demandas de los centros
de desintoxicación.
A los riesgos que ya implica el consumo de sustancias, hay que sumar los
accidentes de tráfico, los atropellos, los episodios de violencia, los
asaltos, las agresiones sexuales, etc, que se multiplican en horario
nocturno. Aumenta la violencia entre los jóvenes. Y un fenómeno creciente:
las chicas se pelean cada día más.
Los casos de mujeres jóvenes asesinadas, en algunos casos después de haber
sido agredidas sexualmente y torturadas, no parece suficiente motivo para
cambiar hábitos que pese a que son relativamente recientes, ya han
arraigado profundamente en la sociedad española. El ejemplo más reciente
es el de Sonia Caravantes, relacionado con la muerte en 1999 de Rocío
Wanninkhoff, ha conmocionado a la opinión pública. Sonia tenía que
recorrer un tramo muy corto para llegar a su casa después de haber ido a
una fiesta por la noche. Suficiente para quienes la esperaban. A pesar de
todo, la sociedad española no ha dado muestras de tener intención de
plantearse si son comportamientos lógicos. Hay que hacerse preguntas
elementales, como por ejemplo ¿es correcto que un adolescente esté solo en
la calle de madrugada? ¿Por qué sus padres lo permiten, aún sabiendo que
con ello se expone a riesgos innecesarios?
La respuesta es bastante simple en la mayoría de los casos: por no
discutir. Otros lo consideran sencillamente "lo normal", "lo que hacen
todos", "la forma de pasarlo bien".
Esta es la opinión del presidente del Conseyu de Mocedá de Xixón:
"Nosotros no vamos a decir nunca que los jóvenes no salgan, sino que al
contrario, nos parece lógico y normal que durante el fin de semana pueda
tener lugar ese tipo de ocio, por el efecto socializador de los bares y de
la noche. Nos parece que el consumo de alcohol u otras sustancias, si
existiera, tiene que ser responsable. También tenemos como objetivo a
corto y medio plazo de trabajar con hosteleros, con vecinos y demás para
conseguir que este ocio no genere molestias y el joven pueda disfrutar de
este tiempo de una forma activa y sana".
Hay otras opiniones: "Nosotros hemos diseñado una vida nocturna para
nuestros jóvenes y hemos permitido que avance. Pero la vida está hecha
para el día -afirma rotundamente Emilio Calatayud-. Hoy día se considera
normal que un crío de quince años esté a las tres de la mañana en la
calle, sobre todo los fines de semana, pero no es normal en absoluto. Ahí
es donde estamos fallando. Primero, el padre que lo deja y le da tantas
pesetas para salir. En segundo lugar, la sociedad que lo aplaude. Otro
problema es que los fines de semana ya empiezan el jueves, y está siendo
una aventura que los profesores puedan dar clases los viernes, porque hay
un montón de absentismo. Eso en invierno, no digamos ya en verano. Luego
se habla por ejemplo de alternativas al botellón, y se dice "es que hay
que buscar un sitio donde no molesten". No, mire usted, no hay que buscar
sitios donde beban y no molesten, no, lo que hay que hacer es inculcarles
que no beban, e inculcarles además que hay muchas formas de divertirse, y
que la noche tiene sus riesgos. Y que la vida está montada de día y
punto".
Miguel Angel Cueto está de acuerdo en la necesidad de establecer unos
límites. "Para poner límites sería adecuado que los horarios se hicieran
de forma gradual, aunque si el joven no ha tenido hasta entonces una
educación adecuada será más difícil que actúe correctamente. No sólo es
necesario que existan límites en cuanto al horario nocturno, sino con
otras facetas de la vida del adolescente. Es necesario y normal que se
busquen experiencias nuevas, aunque dentro de unos límites que en muchas
ocasiones se traspasan".
Padres maltratados
¿Adolescentes pegando a sus
padres? Es una minoría, pero desgraciadamente no es tan extraño. En países
como Francia o Estados Unidos ya se ha convertido en un problema de
dimensiones preocupantes. En España, todas las personas consultadas
coinciden en afirmar que es un fenómeno que aumenta.
Antes de llegar a la agresión física, muchos padres soportan vejaciones,
insultos, gritos, chantajes emocionales, amenazas. Algunos jóvenes emplean
los métodos más retorcidos que se nos puedan ocurrir para hacer chantaje
psicológico a unos padres inmaduros, temerosos y fácilmente manipulables.
A veces los hijos se convierten en una pesadilla cotidiana que los padres
no comentan con nadie principalmente por vergüenza. Son situaciones que se
silencian porque parecen demasiado rocambolescas como para resultar
verosímiles. Pero lo son. Las presiones pueden comenzar a edades muy
tempranas, a veces a los 8 ó 9 años, pero es más adelante cuando el hijo
puede convertirse en un auténtico dictador en casa. En un principio se les
disculpa alegando que "tiene mucho carácter" o que soporta mucha presión
en el colegio. Más adelante muchos padres se ven obligados a admitir que
la situación está completamente fuera de control. No toleran un no por
respuesta y utilizan todos los medios para lograr lo que quieren. La
figura del padre aparece desdibujada y falta de autoridad. La madre, es la
que más sufre la irascibilidad del hijo. En algunos casos la tensión es
tal que se llega a la agresión física.
Las
ganas de conocer mundo y de tener nuevas experiencias se mezclan con la
inseguridad, la falta de experiencia, la soledad, las dificultades para la
comunicación.
"Pensamos que la existencia de maltrato de
jóvenes a sus padres es debido, probablemente, porque su modelo de
disciplina y educación no ha sido el adecuado -explica Miguel Angel
Cueto-. Suele ocurrir más con padres permisivos que en un momento
determinado se enfrentan a un problema con su hijo e intentan tener la
autoridad. El joven no ha interiorizado los diferentes roles, ante la
mínima frustración va a agredir tanto verbal como físicamente". El juez
Emilio Calatayud tiene experiencia en este tipo de cuestiones. Al tocar
este tema, enseguida comenta que "justo hace un momento que acaba de salir
del despacho el padre de una chica de 15 años, que dice que no hay forma,
que no puede con ella". Y continúa: "Efectivamente tenemos muchos niños
dictadores que hacen lo que les da la gana y obligan a los demás a seguir
sus pautas. Como no se ha sabido poner límites a los chavales desde
chiquitillos, al final llegamos a que en determinados casos el chico se
convierte en el dictador de la casa. Hace lo que quiere, no respeta las
normas y origina una situación de estrés completa en el matrimonio, los
hermanos, en la familia en general. ¿Por qué? Porque no hemos sabido poner
las normas desde pequeños ".
La responsabilidad es, por tanto de los mismos padres, que acaban pagando
con creces su propia falta de madurez para educar. "Y también del sistema
-añade Calatayud-, por la excesiva permisividad. No hemos sabido decir "yo
soy yo y tú eres tú". Siempre nos han comido el coco diciendo "es que yo
soy el único que viene a estas horas". Se han organizado ellos, con unos
canales de información muy buenos, y los padres no hemos sabido decir
"hasta aquí hemos llegado y punto". Claro, eso se lo puedes decir a un
crío de tres, cuatro o cinco años, pero si no se van estableciendo límites
cuando llegue el chaval a la rebeldía propia de la adolescencia nos
encontramos con que ya es un tema imposible".
El arte de educar
Educar a un hijo es como
sostener en la mano una pastilla de jabón: hay que mantener la presión
justa. Si se aprieta demasiado se escurre por entre los dedos, pero si no
se sujeta con firmeza se cae. Un equilibrio que exige mucho, en primer
lugar, a los padres.
Algunos tienen claro que la responsabilidad de lo que les ocurra a los
chavales es íntegramente responsabilidad de sus padres. Son ellos quienes
deben llevar las riendas, a pesar de que en momentos lo más cómodo sea
soltar cuerda y relajarse un poco. No es una cuestión de confianza. Hay
que ser conscientes de que, lógicamente, un joven no tiene un criterio
claro de lo que es bueno para él y de lo que no. Y es lógico porque son
adolescentes, por mucho que la sociedad se empeñe en tratarlos como
"pequeños " adultos. Todo va demasiado rápido, y tienen que aprender a
vivir al ritmo que necesitan para su desarrollo, que no es el que marca el
exterior.
Hay problemas que no aparecen si no se los va a buscar. "Yo creo que es
como cuando se aprende a conducir -nos comentaba un padre de adolescente
en plena "efervescencia"-. El que va al volante es el aprendiz, pero es el
profesor el que tiene la obligación de dirigir, dar las indicaciones y si
es necesario, dar un frenazo antes de que se produzca el choque. Pues lo
mismo". ∆
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Nuestros hijos: víctimas y
verdugos
José Espiño Collazo(*)
E sta misma mañana has acudido al
centro educativo en el que estudia tu hijo. Preguntas por la psicopedagoga,
por aquello de que siendo psicóloga y además del mismo género, podrá
ponerse en tu lugar y comprenderte mejor. Pero en ese momento no puede
recibirte. Decides entonces hablar con el director. Entras en el despacho,
te ofrezco asiento, unas gafas oscuras ocultan tus ojos, que de otras
ocasiones recuerdo hermosos e intensamente azules. Te encuentro inquieta y
muy nerviosa. Comienzas a hablar de manera compulsiva y atropellada sobre
temas diversos, que no guardan relación entre sí. "¿Qué te ocurre?" -se me
escapa. Te quitas las gafas y tus ojos, ahora enmarcados en dos enormes
manchas verde-azuladas, estallan en lágrimas que resbalan por un rostro
demacrado y repentinamente envejecido. "Ha sido mi hijo", -me confiesas.
Me cuentas que te viene maltratando desde hace tiempo, que ya lo hacía de
palabra en vida de su padre, pero desde que éste falleció en aquel
accidente sufres además sus maltratos físicos. Te invito a desahogarte, me
parece que lo necesitas, te hará bien y, además, a eso has venido. Me
relatas entre sollozos y con todo lujo de detalles las mil y una perrerías
a las que te somete ese mocoso de apenas quince años, el niño de tus ojos,
por quien sacrificaste tus espléndidos dieciocho años y por el que ahora
estás a punto de anularte como persona. Me hablas del chantaje y control
emocional al que te somete, de los métodos de los que se vale para
castigarte, no dirigiéndote la palabra durante días, hasta que se sale con
la suya, de cómo se pule más de la mitad de tu exigua pensión de viuda en
sus salidas de fin de semana, de las noches que te pasas en vela sin saber
qué hace, ni con quién ni por dónde anda, de tu terror a que sufra un
accidente o a que alguien le agreda, de tu inmenso alivio, cuando, ya
cerca del alba, regresa al domicilio familiar, casi siempre bastante
borracho, aunque sea para gritarte y maltratarte una vez más.
Cuando abandonas el despacho, después de consolarte y prometerte una ayuda
que, honestamente, no sé en qué podría consistir, acuden a mi mente
docenas de imágenes y relatos, todas ellas protagonizadas por nuestros
jóvenes, a la vez víctimas y verdugos, en una sociedad que por momentos se
nos aparece poco menos que desquiciada y enloquecida. Chicos y chicas de
edades miserables, víctimas de traficantes sin escrúpulos, que les venden
drogas, moda y placer sin límite, eso sí, enlatado en pequeñas dosis.
Chicos atrapados por una idea de felicidad que dura sólo un fin de semana,
tiene forma de una pastilla de éxtasis o de botellón y cabe en una
discoteca. Jóvenes sometidos y esclavizados por unos medios de
comunicación social, que les proponen unos modelos de conducta,
absolutamente materialistas, alienantes y disparatados. Adolescentes
convertidos en carne fresca en los tiempos del sida, destinada a saciar el
apetito de otros, jóvenes o adultos, ávidos de alguna nueva experiencia,
que les redima, aunque sea momentáneamente, de tanto aburrimiento,
frustración y miseria moral. Niños, púberes que arrastran su soledad como
un pesado fardo, transformados en autistas incapaces de manifestar lo que
sienten y sufren. En fin, nuestros jóvenes, chicos y chicas que, cuando
todavía no han empezado a vivir, en plena noche, se dan de bruces con la
violación o con la muerte, disfrazada con el rostro y el cuerpo de un
desalmado o con la forma de un potente automóvil que circula sin control
por nuestras carreteras un fin de semana cualquiera.
Sí, queridos chicos y chicas, sin duda sois unas pobres víctimas, tanto
más lamentables cuanto mayor es vuestra vulnerabilidad. Pero, por una de
esas extrañas paradojas de la vida, sois también verdugos. Como demuestra
una vez más el testimonio que hoy me llega, con la mayor de las
habilidades habéis sabido aprovechar el vacío instalado en el seno de la
familia para haceros con el trono y con el látigo enmohecido, que en otro
tiempo representaba lo peor de vuestros mayores. ¡Y a fe mía que lo
utilizáis con crueldad y con descaro! Hasta aquí nos han conducido la
debilidad en el ejercicio de la autoridad, y, por el mismo motivo, la
ausencia de normas y la total permisividad en el ámbito familiar, la
inexistencia de unos valores básicos en los que apoyarnos, la confusión de
papeles y roles, la comodidad y el pasotismo de unos padres, casi siempre
dispuestos a delegar en los demás, ya sea en la escuela o en otros
servicios públicos, lo que es de su exclusiva y entera responsabilidad. En
fin, asistimos a la disolución o descomposición de un modelo familiar
tradicional, que hasta ahora no ha encontrado un sustituto que cumpla tan
importante y fundamental función en la vida de las personas y de la
comunidad.
La madre protagonista de este relato terminaba nuestra conversación
preguntándome qué podía hacer. Difícil respuesta para tan ardua y
angustiosa pregunta. Se me ocurre decir que la solución a este complejo
problema, si es que existe, dadas sus alarmantes dimensiones y
consecuencias, pasa por un cambio radical de nuestras actitudes y nuestros
esquemas de conducta y por un rearme moral y ético de nuestra vida
personal y familiar. Ya es hora de asimilar y llevar a la práctica esos
cuatro o cinco valores esenciales que definen toda existencia humana que
se precie. Dejemos de culpar a la sociedad, al estado, o a la escuela de
todos nuestros males, y enfrentémonos, como adultos responsables, con
nuestros propios fantasmas. Dejémonos de jugar a ser unos padres modernos,
permisivos y colegas, y seamos, de una vez, lo único que realmente
necesitan nuestros hijos: unos buenos padres. ∆
(*) Catedrático de Lengua Castellana y Literatura • Director del I.E.S.
"Valle de Turón" y aprendiz de padre de familia. |
¿Qué falla en la educación de los
adolescentes?
Por Raquel Buznego
psicóloga
Es un
tema complejo. Veré si puedo hacer un esbozo claro de lo que yo creo que
falla en la educación del niño para que un día se convierta en un
adolescente indisciplinado, osado, rebelde y violento, en no pocas
ocasiones.
Son muchos y muy variados los factores que están actuando juntos y que
propician esas conductas, sin embargo no debe ser el adolescente, a mi
modo de ver, el punto de mira, sino los propios adultos quienes deben
asumir su gran parte en los hechos.
John B. Watson dijo: "Dadme una docena de niños y decidme qué queréis que
haga de ellos: un abogado, un médico, un fontanero, un delincuente..."
En gran medida esto es así, alguno quedaría descolgado pero, con la
constancia necesaria y la formación pertinente, la mayoría alcanzarían la
meta designada.
¿Qué tiempo dedican los padres a sus hijos? Muy escaso, les compran de
todo, desde muy pequeños les hacen los reyes de la materialidad, hacen lo
que les viene en gana, chantajean, alborotan, tiranizan, y sus padres,
para no ser molestados, les ponen en su habitación el ordenador, la
videoconsola último grito y la televisión. Así comienzan la carrera del
consumo, de la comodidad, del placer desmedido.
Otros, en cambio, viven en condiciones absolutamente marginales,
abandonados a su suerte, sin el amor de sus padres, sin la compresión de
los adultos, sin nadie a quien recurrir. El débil es atropellado y se hace
mayor. Se rebela, entonces, contra las circunstancias en que ha vivido y
vive y empieza a emitir conductas violentas.
Unos por exceso y otros por defecto se encuentran un día, algún día, en
las aulas, en los bares, en los parques y se notan las diferencias, las
desigualdades. La rabia de los desfavorecidos los hace enfrentarse contra
todo y contra todos, se rompen objetos, se roban carteras, móviles, se
exhiben conductas violentas, el arma del débil, se meten en grupos
violentos que les hacen sentir grandes.
Los adultos hemos contribuido y contribuimos a que esto ocurra, diseñamos
un mundo estúpido, superficial, material, donde la felicidad está en el
vivir bien, llevar ropa de firma, ser delgado, triunfador, bello, etc y
así muchos adolescentes se sienten heridos, frustrados, marginados.
Los maestros, los profesores ¿cumplen bien su función? No, rotundamente.
Se quejan constantemente. Es el maldito rollo de siempre, no pueden con
los adolescentes, se les escapa el control de las manos; siempre culpan a
los demás de su incompetencia y lo que me sorprende es que el rollo está
rentabilizado hasta la saciedad: bajas por estrés, por depresión, por
ansiedad (no las hay por incompetencia, claro).
¿Por qué algunos profesores se hacen con la clase, con los alumnos
díscolos? ¿Cómo hacen? ¿Qué métodos utilizan? Hay que aprender de ellos,
utilizar sus técnicas, aprender de sus recursos. No hay adolescente, o hay
pocos, que se resista cuando, necesitado de valoración, hay alguien que le
dedica un poco de tiempo, un poco de amor, un poco de atención, se le
motiva y se cree en él (hablamos de adolescentes más o menos conflictivos
o rebeldes, no hablamos de patologías).
Esos profesores que no pueden con sus alumnos ¿cuestionan sus métodos?
¿Cuánto tiempo dedican a la semana, fuera de su horario convenido y
pagado, a pensar cómo modificar conductas? Lo único que se les ocurre
decir es que son "gamberros", ¡tanto estudiar para concluir semejante
estupidez!
Otro tema, las drogas ¿quién las diseña? ¿Para qué y para quién? Los
adultos, otra vez los mismos, los malditos adultos, para que las utilicen
los más débiles, los que necesitan "ponerse" para ser algo, o para
disfrutar, o para desinhibirse, o para olvidar.
Los grupos Ultra ¿Quién los dirige? ¿Quién los protege? La respuesta es,
obviamente, conocida.
¿Quién diseña guiones de películas absolutamente violentos: muerte,
estafa, sangre derramada? ¿Quién ve un lucro en los programas que no
forman sino que deforman, por violentos, faltos de escrúpulo e
impresentables?
Repetir reiteradamente que los jóvenes son díscolos, violentos,
indomables, etc. no sirve de nada, solo sirve para mirar hacia otro lado.
Los adultos deberían de dejar de señalar y sentenciar porque es evidente
que a la luz de los hechos apuntados, de todos conocidos, no son ejemplo
para nada o lo son en escasas ocasiones. Hay una falta de valores
importante o, al menos, los valores actuales no han demostrado ser útiles,
ni proporcionar la felicidad.
Dejemos de relatar lo que pasa un día tras otro, lo que ocurre lo sabemos
todos, pero si señalamos como culpables a quienes son víctimas no estamos
haciendo nada, al menos nada que valga la pena.
Que los adultos se pongan de una vez las pilas: maestros, profesores,
padres, jueces, etc. Deberán hacer un esfuerzo para ser un buen ejemplo.
Porque, ya se sabe, adolescente significa "adolecere". ∆ |
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