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NOVIEMBRE  2003

CONCIENCIA DE REFUGIADO

CARLOS BOGGIO
-Representante en España de ACNUR-


Desde principios de año, Carlos Boggio es el Representante en España de ACNUR. Pero este título, más que un cargo administrativo, para él es una forma de vida que se remonta a sus tiempos como docente universitario en Sudamérica. Siempre del lado de los refugiados -incluso él lo fue durante la dictadura argentina-, pone a sus palabras la convicción del que sabe que todos podemos hacer más.

Texto: Marta Iglesias
Foto cedida por ACNUR.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"La mayor tolerancia, sensibilidad y acogida en mi trabajo con refugiados la he notado en los países más pobres del planeta"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Los gobiernos cambian cuando reciben presiones de los ciudadanos expresando sus discrepancias con la política"

 

 

 

 

CARLOS BOGGIO

Carlos Boggio es un excelente conversador. Me habla de su vida como docente en Chile, del golpe de Estado y de cómo al volver a Argentina se volcó en ayudar a los chilenos a través de una ONG. Luego le tocaría a él escapar de su propia dictadura y amenaza de muerte, pero lejos de ser víctima siguió siendo un trabajador humanitario en Sudamérica y Europa. Su periplo vital se topó con un trabajo en ACNUR-Ginebra y hoy le encontramos como representante en España. Su trabajo es mucho más que un sueldo, es una forma de vida.

-De su experiencia vital deduzco que los refugiados más que un tema profesional, es algo que siente muy personalmente.
-Yo digo siempre a quien me escucha que si volviera a nacer haría esto mismo. El trabajar con refugiados ha cambiado radicalmente mi manera de ver la vida, mis expectativas personales, familiares y profesionales. No es fácil, pero cuando uno se embarca en esta causa, el compromiso y la retribución que siente son tan fuertes, tan importantes, tan poderosas, que lo demás pasa a ser secundario. Esto me hizo reflexionar mucho con la muerte de mi colega Sergio Vieira de Mello, al que conocía muy cercanamente y al que he admirado y respetado, por su calidad humana y profesional. A veces la gente piensa que los diplomáticos que trabajamos con refugiados lo hacemos por un buen salario o por un buen prestigio profesional. Pero muchas veces los trabajadores humanitarios pagamos con nuestras vidas el compromiso en esta causa. Durante muchos años ver una bandera de la ONU o de la Cruz Roja en un conflicto era un símbolo de neutralidad y eso se respetaba. Hoy eso ha acabado. Si uno analiza los conflictos de los últimos cinco años, verá que el número de trabajadores humanitarios que han perdido su vida o que han sido encarcelados por defender los derechos humanos, es altísimo.

-¿En qué hechos ve que ha cambiado la neutralidad hacia la ONU y las ONG?
-Antes se consideraba que las organizaciones humanitarias estaban para asistir a las víctimas, no tomaban posición en los conflictos. Lo que ha cambiado es que entre las fuerzas beligerantes se considera que el hecho de proteger a un grupo, en detrimento de los que los atacan, es tomar partido. Eso ha cambiado y es gravísimo porque implica que no hay más neutralidad. Y me sorprende favorablemente y es para mí un motivo de respeto adicional la cantidad de gente que desea mantenerse e ir a esos escenarios.

-Tras la guerra de Irak, ¿cómo se perfila el papel de la ONU en el futuro?
-La ONU no es el Secretario General ni las agencias que trabajamos en ella. La ONU representa la acción de las voluntades políticas de los estados que forman parte de ella. La pregunta que me hago es: ¿existe voluntad de los estados que la componen de respetar los DDHH? El hecho de que la ONU haya cumplido más de 50 años y siga existiendo, reafirma la necesidad de la existencia de este organismo. No existe otra instancia a nivel internacional que la pueda reemplazar. Por supuesto que puede ser mejorada, pero debe continuar existiendo. Lo que debe cambiar es la mentalidad de los gobiernos que forman parte de ella.

-¿Y cree que esa mentalidad está cambiando?
-No por parte de algunos gobiernos. Pero es muy importante que los ciudadanos ejerzan su rol cívico -sobre todo en países democráticos-, y no limiten su participación en una democracia a elegir un gobierno cada equis años. El ciudadano debe de ejercer un mandato de control social, de auditoría social sobre su gobernante y eso requiere un nivel de participación política y de organización social. Creo que los gobiernos cambian cuando reciben presiones de los ciudadanos, a través de sus instituciones democráticas, expresando sus discrepancias con la política. Y para que el ciudadano sea más participativo y más consciente es vital que los medios de comunicación jueguen un rol enorme en este sentido, de información, de propiciar a que el ciudadano sea un ciudadano informado, un ciudadano consciente.

-¿Cree que algún día el ACNUR desaparecerá porque no tenga labor?
-Hemos cumplido 50 años hace muy poco y el número de refugiados lamentablemente no ha hecho más que aumentar. El hecho de que el ACNUR exista en este mundo es la triste constatación de la incapacidad de muchos estados para aplicar una política de respeto a los DDHH, de no poder frenar la guerra y no poder evitar el desplazamiento. Ojalá algún día no tengamos que existir, sería muy sano para el mundo, pero la realidad nos demuestra lo contrario. Hoy tenemos veinte millones de refugiados en el mundo. Hace siete años teníamos veintisiete, hay tendencias por las que el número de refugiados disminuye, pero el problema no se ha resuelto. Lo que ha cambiado es el tipo de conflictividad. Hoy los refugiados son consecuencias de guerras entre estados, pero son también resultado de conflictos internos. O sea, dentro del país hay conflictos en torno al acceso al poder político, a los recursos naturales -a veces generados por la política de países externos- y eso hace que la población se enfrente y haya desplazados. Y éstos cruzan la frontera y se transforman en refugiados. Para contestar a su pregunta, es imposible pensar que el ACNUR no va a existir. Yo la pregunta que haría es: ¿es posible soñar con un mundo donde se respeten los DDHH? Creo que por el momento estamos lejos de esa meta.

-¿Qué limitaciones encuentra a la hora de desarrollar su labor?
-La primera es voluntad política, y no pienso sólo en España. La primera dificultad me tocó en la práctica ante personas que huyen del conflicto, llegan a través de una frontera en condiciones lamentables, con pérdida de vidas humanas, con sufrimiento... Voluntad política es discutir con una autoridad para que permita que esas personas permanezcan en el lugar al que han llegado y que no sean devueltas por la fuerza al país vecino, con el cual a veces hay conflicto; que no tomen la presencia de refugiados como acto de provocación. La segunda es el acceso a recursos, y aquí mi constatación es un poco preocupante porque la mayor tolerancia, la mayor sensibilidad, la mayor acogida que yo he recibido y sigo percibiendo en mi trabajo con refugiados la he notado en los países más pobres del planeta. Por ejemplo en América Central y África se aplica una definición jurídica ampliada: es refugiado toda persona que huye víctima de un conflicto generalizado, de una guerra civil, donde podía perder su vida. No buscamos las causas individuales (usted dónde trabajó, a qué hora le persiguieron...). En Europa se aplica la Convención de Ginebra, que nosotros hemos impulsado, pero se aplica al pie de la letra, se buscan las causas individuales y aún así la admisión de personas es muy selectiva. España está entre los países de Europa que menos refugiados recibe y que menos refugiados reconoce, vamos a ser muy francos en eso.

-¿Por qué se da esa circunstancia, con los recursos que poseemos?
-En primer lugar se explica porque los refugiados huyen a los países vecinos, que están en el continente más pobre del planeta, África, no en Europa. Es muy difícil para un refugiado llegar a Europa con la política de control de inmigración que existe. Y repito que no estoy criticando, sino diciendo lo que sucede. Pero en ese esfuerzo por ordenar la inmigración muchas veces un refugiado no puede entrar al país. Un caso práctico: Colombia. Desde que se impuso la necesidad de visa a los colombianos para llegar a la UE el año pasado, el número de solicitudes de asilo de los colombianos decayó en proporciones enormes. Y es que una persona que huye de la persecución no puede ir a la Embajada de España en Colombia con todos los requisitos que se les piden para obtener una visa, como tener trabajo o recursos. Nosotros hacemos un llamamiento para que los países, a pesar de que apliquen un control a la inmigración, sean más flexibles en el momento de procesar una solicitud de asilo.

-España ha bajado en el ranking de países contribuyentes varios puestos, ¿Por qué?
-El gobierno nos ha explicado que también han canalizado recursos a otras organizaciones de NU, como el Alto Comisionado de los DDHH, o la UNICEF. No somos la única agencia internacional a la cual ayuda el gobierno español. El hecho de aumentar a una y disminuir a otra es una decisión política de cada gobierno. Lo que sí quiero decir es que las administraciones autonómicas descentralizadas han aumentado su contribución. Y también hay muchos municipios que a veces dan poco dinero -entendamos que poco es para un organismo tan grande como el nuestro-, pero 20.000 euros para nosotros son importantes y cuentan porque con ellos se puede ayudar para un pozo de agua para una comunidad de refugiados, un pequeño hospital o una escuela. Y eso más que el valor económico es la expresión de conciencia que tienen los ciudadanos del drama de los refugiados.

-¿Se ven en el ACNUR recogiendo los platos rotos que genera la política?
-La terrible frustración para los que trabajamos en el quehacer humanitario es que nosotros no tenemos mandato para atacar las causas de los conflictos. Eso les compete a los gobiernos, a los estados. Nosotros trabajamos con las consecuencias, los platos rotos. Y uno de los platos rotos son la población civil, las víctimas de los desplazamientos. Alguien debe ocuparse de esas víctimas y nos sentimos orgullosos de poder hacerlo, si tenemos los recursos para ello.

-¿Qué valoración hace de su labor, ya que ha pasado de ser refugiado a estar hablando con los gobiernos?
-Así es. La sensación que tengo trabajando aquí y cuando trabajé ocho años en la sede en Ginebra, es que me falta contacto con los refugiados. Me paso el día con traje y corbata en un despacho muy bonito, viendo a gobiernos, viajando a las CCAA, pero me falta algo que para mí es la fuerza de mi trabajo, aunque yo opté por venir a este puesto y lo hice conscientemente. Sin embargo creo que es importante el haber vivido la experiencia para poder contarla y trasmitirla. He visto el sufrimiento humano, sé cuáles son las necesidades, sé que los pueblos pueden ser más solidarios. Sé que España tiene muchos problemas, pero yo lo que trato de decir mucho a los españoles es que piensen en su pasado reciente, piensen que ustedes necesitaron esa ayuda. Y no solamente les digo 'ayúdennos con recursos' sino que lo que siempre he tratado de hacer y creo que hice, es cambiar la mentalidad. Si un ciudadano cambia de mentalidad, ese cambio de mentalidad y esa sensibilidad son para siempre, no para un acto concreto. Va a cambiar en su manera de relacionarse con su vecino, con el ciudadano que ve en la calle y va a cambiar su actitud frente al drama del desarraigo del que está lejos. El cheque es importante porque eso ayuda a calmar el hambre, curar o dar agua a la gente, pero también es importante que los ciudadanos sean conscientes de que ese drama existe y que hoy 20 millones de personas lo sufren en el mundo, muchos de ellos en España. ∆

   

   
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