Esto de la minifalda está
estudiadísimo, se pone de moda cuando hay crisis. Y como es evidente que
hay crisis, a falta de pan, buenas son piernas. Que también se come con
los ojos. |
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MAYO 2003
FRIVOLIDADES
POR ELENA F. VISPO
L a única justificación que dan por la
tele para explicar la mierda de programas que emiten es que con tanta
desgracia hay que ofrecer al espectador un poco de frivolidad, para
distraerse. Que no todo van a ser bombas y muertos y el careto de los de
siempre hablando de la liberación del pueblo irakí y de que ahora vamos a
por Siria o cualquier otro país que nos pille de paso. Que también hay que
reírse un poco, hombre, aunque sea risa nerviosa. Efectivamente, es la única
forma en la que yo me explico que exista un programa como Hotel Glamour o
Glam o como quiera que se llame ahora, o que vuelva a empezar la Isla de los
Famosos, o que Crónicas Marcianas siga en la cresta de la ola, etc.
De modo que voy a suscribirme al Hola y a Lecturas para ver si por fin el
príncipe se nos casa con una parienta de Franco y sobre todo para enterarme
del apasionante argumento del culebrón de los Pajares, y poder leer de
primera mano las exclusivas de Conchi y Chonchi hablando de su infeliz
matrimonio con el susodicho, mientras el susodicho posa feliz con su hija
ilegítima. Y yo me pregunto: ¿Por qué emiten culebrones venezolanos después
del telediario, con los bonitos que son los productos patrios?
No es para cachondearse del tema. En tiempos de conflicto, asumir las
frivolidades es una cuestión que tiene su importancia. Por ejemplo: vuelve
la minifalda. Vayan ustedes a cualquier tienda que se precie y encontraran
minúsculos pedacitos de tela que no sabe una si son faldas o cinturones,
pero que la dependienta asegura por la gloria de su madre que sí, que eso es
una falda, y ahí está el precio para corroborarlo. Es purita matemática:
cuanta menos tela lleve, más cuesta. Esto de la minifalda está
estudiadísimo, se pone de moda cuando hay crisis. Y como es evidente que hay
crisis, a falta de pan, buenas son piernas. Que también se come con los
ojos. Además, cuando nuestros aguerridos soldados humanitarios vuelvan de la
guerra pidiendo a gritos tratamiento psicológico, por lo menos podrán
alegrarse la vista mientras piden turno en la lista de espera de la
Seguridad Social.
En cualquier caso, yo prefiero ponerme una minifalda a una mascarilla,
aunque si no queda más remedio me apunto a la moda de Hong Kong, donde ya se
pueden comprar en combinación con la ropa. Vale que aparezca de no se sabe
dónde una enfermedad rarísima y letal sin cura conocida, pero eso no es
incompatible con que venga un diseñador avispado a sacarse unos dinerillos.
Así que hay mascarillas con estampados de Burberrys, de lunares o de los
pitufos para los más pequeños. A juego con los zapatos, el bolso y el móvil.
Y te puedes morir de neumonía atípica, eso de momento no te lo quita nadie,
pero por lo menos dejarás un cadáver monísimo.
Aunque para estar realmente de moda, no se puede dejar de lado la peluquería
sexual. Es decir, depilarse el pubis creando un dibujo artístico, que puede
ser una llamita, una flecha, una manzana... lo que dé de sí la imaginación.
En los salones de belleza que se dedican al asunto, lo que más piden
últimamente es que les hagan un Aznar: esto es, un afeitado completo dejando
un bigotillo horizontal encima del orificio de la vagina (requiere una
importante labor de visualización, lo sé). Apuesto a que nuestro presidente
nunca pensó que llegaría tan lejos cuando salió de Valladolid. Y dejando
aparte las mil gracias que se pueden hacer al respecto, yo estoy pensando
muy seriamente en hacerme un Aznar de esos porque, y perdónenme la grosería
que voy a decir, es una forma bien explícita de representar mi estado de
ánimo en estos momentos, especialmente con respecto a la política: estoy
hasta el coño.
Y eso que soy cada vez más frívola, que si me lo llego a tomar en serio... ∆ |