Parece que es importante seguir cumpliendo con
el sistema establecido, aún a pesar de que el sistema establecido no cumple
con nosotros. De modo que lo que se espera de los ciudadanos de a pie, es
que acudamos a votar en masa cuando se toque la campanilla. |
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MAYO 2003
NO SOMOS TONTOS
POR CAROLINA FERNANDEZ
V ale. Después de haber pasado de
nosotros, vulgares ciudadanos de a pie, como de la mierda. Después de
habernos hecho comer chapapote por Navidad, de habernos hecho tragar
explicaciones falsas y simplonas, de habernos mentido, de habernos
manipulado; después de haber dado la espalda a la opinión de la calle,
después de haber utilizado las leyes en beneficio propio, después de haber
aporreado a ciudadanos pacíficos en las manifestaciones, después de haber
reprimido, boicoteado y prohibido la libre expresión, después de devolver el
sistema educativo a la época del generalísimo, después de haber querido
convencernos por todos los medios de que somos un país number one, después
de habernos hecho tragar la chapuza de Perejil como la gran machada del
super-mega ejército profesional español con el objetivo de hacernos
recuperar el orgullo patrio, que andaba de capa caída, después de haber
creado leyes que tratan a los inmigrantes como animales, después de habernos
vendido que vivimos en un país libre, progresista y democrático, cuando la
verdad es que nos hemos convertido en un estado fascista, retrógrado y
prepotente, en el que la democracia es un chiste con poca gracia y la
Constitución, un conjunto imperfecto de buenos deseos...
Después de todo esto, y un puñado de cosas más, vienen a pedirnos el voto.
Realmente el voto es bien poca cosa. Cada cuatro años tenemos la oportunidad
de elegir. La obligación, dicen. El voto en blanco no está bien visto. La
abstención, es una traición a la democracia. Parece que es importante seguir
cumpliendo con el sistema establecido, aún a pesar de que el sistema
establecido no cumple con nosotros. De modo que lo que se espera de los
ciudadanos de a pie, es que acudamos a votar en masa cuando se toque la
campanilla.
En la calle hay una lógica sencilla. Resulta que los acontecimientos
recientes han hecho que un número importante de ciudadanos, se empiece a
cuestionar seriamente nuestro flamante sistema democrático, logrado
ejemplarmente en un proceso de transición pacífica, civilizada, cabal,
orgullo de una nación que estaba hasta los mismísimos melindres de cierto
general y abrazó con esperanza la llegada de nuestra querida democracia.
Libertad sin ira. Democracia sin sangre. Un ejemplo a seguir.
Pero resulta que el globo parece haberse pinchado. La gente se pregunta qué
sistema es éste, que permite que un puñado de desaprensivos, que ingresan su
nómina -bastante más nutrida que la de la mayoría- de nuestros bolsillos,
nos hayan metido en una guerra sin preguntarnos antes. Y como no nos
preguntaron salimos a la calle a decírselo. Y como se taparon los oídos se
lo gritamos. Y aún sabiendo que la mayoría estaba en contra siguieron
adelante sin que los ciudadanos fuésemos capaces de encontrar en nuestro
ejemplar sistema democrático un resquicio que nos permitiera ponerlos fuera,
en la calle, para que les diera el aire en la cara y los trajera de vuelta a
la realidad.
Así que nos queda el voto, el humilde voto. El papelucho que decide a quién
le vamos a entregar las llaves del calabozo durante los próximos cuatro
años. Ahora, en las alcaldías de pueblos y ciudades. Más tarde, las
generales serán la estocada mortal. Eso es lo que se espera. Si hay memoria,
si no nos deslumbran otra vez más las florituras electoralistas, si el
cabreo es lo suficientemente contundente, todo lo sucedido debería tener una
contestación sin concesiones en las urnas.
Pero eso no soluciona el problema. No arreglará futuros desaguisados, cuando
el poder esté en manos de estos o de otros, que una vez más hayan subido tan
alto que pierdan la conexión con la calle y una vez más pongan su interés
por encima del interés de la mayoría. Si ha sucedido una vez, sucederá más.
Necesitamos renovarnos. Es imprescindible revisar la Constitución y
adaptarla a las necesidades reales de los españoles hoy. Hacen falta
urgente-mente mecanismos nuevos que hagan de puente entre la calle y los
asientos donde se gestan las leyes y se toman las decisiones que luego
sufrimos todos. Necesitamos sentirnos representados, no una vez cada cuatro
años, sino cada vez que sea necesario. Queremos capacidad de decisión.
Exigimos canales que lleven nuestra opinión a los despachos, y seguridad de
que será tenida en cuenta. Si toda la capacidad de decisión recae en un
señor con bigotito y tupé, que se infla como un pavo y habla con acento de
vaquero tejano después de visitar el rancho de su amigo americano, significa
que la democracia está definitivamente tarada. Hacen falta cambios ya. Si
no, si nos limitamos a castigar a estos, otros vendrán que cometerán los
mismos errores, porque todavía no está demostrado que el hombre sea más
inteligente que el mono, y sí está más que demostrado que puede caer un
ciento de veces en la misma piedra.
Nos veremos en las urnas, sí, pero no debería ser más que el primer paso. ∆ |