Que nadie se engañe. El poder no está en los
despachos, sino en la calle, en la voz unida de todos los ciudadanos hartos,
cansados y cabreados. |
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MARZO 2003
LA ESPERANZA
POR CAROLINA FERNANDEZ
L a verdad es que sobran motivos para
deprimirse. Una servidora coge el periódico, y si no estuviera ya un
poquitín anestesiada contra el dolor humano, como lo estamos todos a fuerza
del bombardeo constante de noticias monstruosas, empezaría a llorar y no
pararía ya más hasta la tumba. Tenemos un mundo semidestruido, contaminado,
sucio, lleno de porquería. Los lugares limpios, donde la naturaleza todavía
es salvaje, quedarán acordonados y etiquetados como parques naturales
acabarán siendo reductos cercados para que los visiten cuatro excéntricos.
Los polos se nos derriten por haber abusado de los tubos de escape, de las
chimeneas, y hasta del desodorante en aerosol. Las aguas ya están subiendo,
y más que subirán, y como consecuencia se tragarán islas, pueblos, ciudades
y lo que se ponga por delante. Ya estamos viendo los efectos del cambio del
clima, causado por la mano del hombre en forma de desastres naturales. No
hay agua para todos, o sí la hay, pero fatal repartida, de manera que
millones de personas pueden morir de sed. Y de hambre. Y de enfermedades que
tienen cura fácil. La balanza está tan desequilibrada que en cualquier
momento vuelca y nos vamos todos a la mierda. La riqueza de los ricos se
sostiene gracias a la pobreza de los pobres. Pero los pobres tienen el
instinto de supervivencia a flor de piel, y se lanzan a la desesperada a
buscar un hueco en el paraíso, que es para ellos nuestro miserable país y
otros de similar calaña. En patera o en los bajos de un camión de
mercancías, es un goteo que no parará mientras no se reparta con justicia.
No hay más solución.
Tenemos un continente africano que se nos muere de muchas cosas. Se muere de
hambre, a pesar de los esfuerzos titánicos de muchas organizaciones
altruistas que tratan de llenar la piscina con un dedal. Se muere de sida,
gracias, entre otras cosas a los esfuerzos titánicos de la Santa Iglesia
Católica para evitar que lleguen los condones a donde tienen que llegar. Se
muere de guerras, consentidas y alentadas por los países mal llamados
civilizados, que aprovechan este patio trasero para alimentar el comercio de
armas. América del Sur soporta condiciones atroces de pobreza y miseria. El
desgobierno de muchos que pasaron y pasan por los altos cargos, deja cuentas
importantes que es imposible saldar. Y es el pueblo, siempre es el pueblo,
el que al final de una forma u otra paga. El planeta entero soporta la
tiranía de EE.UU., auto erigido como líder mundial que va a protagonizar la
salvación del mundo. En nombre de esa presunta salvación se están cometiendo
delante de nosotros gravísimas violaciones de los Derechos Humanos y un
recorte radical en las libertades personales, que con tanto esfuerzo fueron
logrando los que vinieron antes que nosotros. Esa presunta salvación nos va
a llevar a una guerra de consecuencias impredecibles. Y qué vamos a decir de
esta España nuestra, en la que estamos viendo florecer el fascismo más
retrógrado, que si bien hasta ahora estaba escondido en la semisombra, ahora
se pasea abiertamente por la Castellana, sin miedo a ser reconocido.
Perdemos libertades a pasos agigantados, perdemos medios de expresión,
perdemos capacidad de respuesta y de movimiento, no tenemos armas eficaces
para hacer oír nuestra voz, no es posible influir desde abajo en decisiones
importantes que afectan a todos y que van a condicionar nuestro futuro...
¿No?
Entonces, ¿por qué a muchos nos hierve la sangre cuando vemos a miles de
personas movilizadas, exigiendo en las calles que los políticos cumplan con
su trabajo o que se vayan? ¿Por qué cada vez más ciudadanos de todo el mundo
no están dispuestos a pasar por el aro de lo que marque el Gran Dictador,
léase Bush y cuadrilla? ¿Por qué hay personas capaces de convertirse en
escudos humanos, es decir, dar su propia vida si fuera necesario, para
evitar una guerra creada por los intereses de unos pocos?
La esperanza está en la gente. La esperanza son los miles de personas que
salen a la calle a gritar, a exigir, a denunciar. No una vez, ni dos, sino
muchas, y todos juntos. Jamás antes se había movilizado tanta humanidad por
una causa común: evitar la guerra contra Irak. La gente no está dispuesta a
sufrir las consecuencias de unas políticas interesadas, no quiere ser
cómplice del genocidio de un pueblo más por el capricho de cuatro individuos
que jamás estarán donde caen las bombas.
Que nadie se engañe. El poder no está en los despachos, sino en la calle, en
la voz unida de todos los ciudadanos hartos, cansados y cabreados. Hartos de
comerse lo que le echen. Cansados de que nadie les pregunte. Cabreados,
porque no quieren que se vaya en armas el dinero que tendría que ser para
sus hijos.
La fuerza está en la calle. La fuerza está en la gente. Son las personas,
unidas, las que tienen capacidad para tomar decisiones que marquen el rumbo
de un país, o de un continente, o de un planeta entero. Si la calle se para,
no hay nada que hacer.
La gente unida marca el camino, porque sabe lo que duele y lo que no. Esa es
la única luz ahora mismo en un planeta que ha perdido el rumbo y ya no
distingue entre el blanco y el negro.
Ojalá encontremos el norte. ∆ |