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EL ALEPH

 

No hay idea que valga la vida de un hombre, pues aquella que tenga un valor superior a él, no es idea sino tiranía proyectada.

JUNIO  2003

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COMO LA LLUVIA
POR JOSE ROMERO SEGUIN

Hoy llueve, la lluvia ya no es un misterio para nosotros, lo sabemos todo de ella, pero el paisaje que dibuja sí lo es, lo es ahora y lo va a ser siempre. Un misterio asequible sólo a la necesaria veleidad del espíritu.
La lluvia no escribe páginas eternas, ni siquiera sobre la orografía de nuestros sentimientos. Hoy cae apacible y mansa sobre el recién estrenado verde de los árboles, confiriéndole una dulce viveza, sobre los pardos tejados que la saludan sin eco, sobre los espejos grises de las calles y el multicolor desfile de caracolas de los paraguas. Hoy, esta lluvia, la de siempre, es sin duda distinta y así lo va a ser siglo tras siglo porque así está escrito en el pentagrama de nuestra alma.
La lluvia da satisfacción a la naturaleza espiritual de cada uno de nosotros en cada uno de nuestros momentos, y lo hace sin otro misterio o magia que la de llover.
La lluvia no cae para que la percibamos, sino para percibirnos, no cae para recibir sino para dar, no cae para reinar sino para servir, no cae para establecer sino para restablecer.
La lluvia es la expresión individual del agua, como el hombre lo es de la humanidad. Ocurre, que ella no reniega del agua, no le da miedo el agua, no se cree superior al agua, y en cambio, el hombre tomado gota a gota, sí le da miedo la humanidad, sí desconfía de ella, sí se cree superior.
El hombre cae sobre el hombre y sobre la naturaleza con la brutalidad de un ciclón dibujando un paisaje en el que no cabe margen posible para la interpretación. Un paisaje arrogante y brutal aún en sus más mansas expresiones. Un paisaje que no es sólo que lo cambie sino que lo sustituye.
El hombre no es capaz de ser y ser a la vez neutral, por eso cuando actúa sobre el medio en que habita lo anula, aunque sólo sea por el simple y temporal fenómeno de ocultación.
No somos lluvia, aunque gota a gota caemos incansables por todas las rendijas del día, golpeando y erosionando el alma de todas las cosas que transitan por nuestra existencia. Y de tarde en tarde también lo hacemos en aluvión.
La verdad, es que hoy la lluvia calma mi convulsa alma, y por ello le perdono el gris estrépito con que ha borrado el azul del cielo, el lento pero continuo poro que abre en la sagrada piedra de los templos de todo signo, y el neurótico ritmo de su tránsito sobre los cristales tras los que se esconden mis ojos. Hoy la lluvia es en mi alma un puñado de esperanza capaz de reconciliarme con el hombre. Un hombre que me duele terriblemente en el centro de mi corazón, y en la lluvia de mi sangre, y en la flor entristecida de mi espíritu. Y es que son muchas las cosas terribles que están sucediendo a mi alrededor.
Una guerra de ocupación que nos maldice a todos, porque pone en evidencia la incapacidad del ser humano para respetarse y respetar. Una guerra que ha derribado un régimen tiránico para tiranizarnos a todos, al supeditarnos a la más antigua de las diplomacias, la de la fuerza, bruta o inteligente qué más da. También a los Estados Unidos, pues esta victoria no es sino una derrota en el tiempo, un retroceso propiciado por un avance, el armamentístico, que no es sino un grito tribal y antiguo como el hombre.
Entre la piedra de la dilapidación y la bomba inteligente se abre un largo camino de progreso que paradójicamente ha trazado un círculo perfecto para encontrarse en el remoto punto de la violencia como forma de solucionar nuestras diferencias.
No podemos dar por bueno ni la piedra ni la bomba, pero tampoco podemos permanecer impasibles mientras miles de seres humanos sirven de alfombra a un puñado de energúmenos entregados a la ambición. Ante estas situaciones debemos reaccionar con contundencia, y para ello, no basta rasgarnos las vestiduras en horas libres. Hay que hacer algo más, algo tan sencillo y tan difícil como es entender de una vez cada uno de nosotros que los demás son seres humanos a los que hay que atender y socorrer con algo más que excedentes, con oportunidades, oportunidades que les permitan ser sino libres, si seres sociales. Es decir, ciudadanos de un mundo en el que todos valgamos más de lo que ahora voceamos.
Todo hombre es aquí y ahora una verdad efímera con derecho a disfrutar de un pedazo de espacio y de tiempo sobre el que cumplir con el mandado cósmico de la existencia. Y ante eso, no cabe justificación práctica o discursiva por más intelectual y progresista que sea. No hay idea que valga la vida de un hombre, pues aquella que tenga un valor superior a él, no es idea sino tiranía proyectada. No debemos olvidar que muchas de las buenas ideas, por no decir todas, que han movido el mundo hasta nuestros días, han terminado siendo simples y repetitivos proyectos de dominación.
Hoy llueve y nada cambia, y yo sigo siendo yo, quizá esa sea la idea, la de llover sin que ello secuestre la esencia y la existencia de los demás. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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