Niños perdidos, como los de
Peter Pan, que en vez de una infancia eterna han perdido la única que
tenían. Ellos también viven, a su manera, en la Isla de Nunca Jamás,
porque son las únicas palabras que escuchan: no, nunca, jamás os daremos
una oportunidad. |
|
JULIO 2003
NIÑOS PERDIDOS
POR ELENA F. VISPO
M e encuentro alojado en el PB A, en
una celda individual donde permanezco las 24 horas. Sin tiempos de recreo,
sólo 15 minutos para limpiar mi celda y asearme, almuerzo y ceno en la misma
celda, solo, no convivo ni tengo esparcimiento con ningún interno. Sr. Juez,
me encuentro enfermo por la soledad al no conversar con nadie (...), tampoco
voy a la capilla, no realizo ningún trabajo, no asisto a ninguna clase, ni
oficio ni escuela (...). Cada día que pasa es una eternidad."
Lucas Mendoza tiene veintidós años y se está muriendo de hambre. Cuando
escribo esto (23 de junio de 2003) lleva casi quince días sin comer. Se está
matando poco a poco, sin prisa, porque él mismo se define como un muerto
vivo. Lleva siete años en una cárcel argentina y ostenta un récord absurdo:
es de los primeros condenados a cadena perpetua, sin posibilidades de
excarcelación, por un delito cometido cuando aún era un adolescente. Junto a
él, Claudio Núñez, de 23 años, que a los doce años mató a su padre para
proteger a su hermana de las continuas violaciones. Ambos han iniciado una
huelga de hambre, en un intento desesperado de llamar la atención.
Podría empezar a citar las diferentes leyes que la justicia argentina se ha
saltado a la torera, desde la Convención Internacional de Derechos del Niño
hasta la propia normativa del país, pero creo que una simple llamada a la
lógica es suficiente: ¿en qué cabeza cabe este disparate? Y eso que los
casos de Lucas y Claudio no son habituales en el país: por lo general los
escuadrones de la muerte, espantoso nombre que recuerda a épocas pasadas, se
ocupan de matar directamente a los niños, evitando engorrosos procesos
legales.
Lucas está casi ciego a consecuencia de una paliza que le dieron en una de
las instituciones por las que pasó, y de una deficiente (más bien
inexistente) atención médica. Además, como es de suponer viendo el panorama,
ninguno de los dos ha tenido la posibilidad de continuar con sus estudios,
condición indispensable para poder acceder a regímenes carcelarios más
abiertos. Al menos, por una de estas casualidades de la vida, una abogada de
oficio pudo tener acceso a los jóvenes y presentó en el último momento un
recurso ante la Comisión Internacional de Derechos Humanos. Digo en el
último momento, y digo bien, porque nadie consideró necesario informar a los
interesados de que su última oportunidad ante el Tribunal Supremo no había
dado resultado, y de que el plazo de la Comisión estaba a punto de expirar.
Hasta aquí la situación, a día de hoy. ¿Y ahora qué? Leo esta noticia en
Internet y es la primera vez que oigo hablar de este tema. Entiendo que los
informativos españoles están demasiado ocupados contándonos la última
vergüenza política o el último fichaje del Real Madrid, pero también
entiendo que este tema, como tantos otros que se olvidan, es para montar un
drama internacional. Quizá me sorprenda un día de estos leyendo una pequeña
noticia acerca de Lucas, Claudio, y los que están como ellos. Quizá no
encuentre más información para saber si han muerto de hambre, o si han
conseguido salir de su pequeña celda un ratito más allá de los quince
minutos diarios.
De momento, para mí, son niños encontrados y perdidos en esta sociedad de la
información, donde todo se ofrece pero tan poco deja huella. Niños perdidos,
como los de Peter Pan, que en vez de una infancia eterna han perdido la
única que tenían. Ellos también viven, a su manera, en la Isla de Nunca
Jamás, porque son las únicas palabras que escuchan: no, nunca, jamás os
daremos una oportunidad. Viviréis para siempre en esta isla, rodeados de un
mar de indiferencia. Por eso en lugares como Brasil hay niños de la calle
que pasan las horas esnifando pegamento, que es la única droga que pueden
permitirse. O en Colombia hay sicarios de once años con más cadáveres en su
currículum que un militar estadounidense. O en Africa bebés que no tienen
más opción que morir de sida o de hambre. O incluso, de un modo mucho más
retorcido, en nuestro estado de bienestar hay críos que se atontan a base de
Play Station y televisión, en vez de marear a los adultos preguntando todos
esos porqués que podrían cambiar el mundo.
Con tantas infancias robadas y perdidas, nos estamos quedando sin niños. Con
la falta que nos hacen. ∆ |