La reinserción ha de
comenzar por la víctima y no por el delincuente, ella es la primera que
tiene derecho a incorporarse a la vida social en plenitud de derechos,
esos que le han sido arrebatados por medio de la violencia y el chantaje. |
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JULIO 2003
YO ME PREGUNTO
POR JOSE ROMERO SEGUIN
D e verdad ama alguien que humilla, que
maltrata y da muerte a la persona a quien dice amar? ¿De verdad el amor nos
ciega hasta el extremo de matar al amante? ¿Amamos de verdad o simplemente
poseemos? ¿Somos amantes o propietarios? ¿Mata el amor o el contrato? ¿Mata
el amor o el dinero? ¿De verdad mata el desamor o es el orgullo quien mata?
¿Mata la rabiosa vesania o la fría maldad? ¿Mata la obligación del contrato
o la libertad de proyecto compartido? ¿Mata el hombre o mata el animal que
todos llevamos dentro? ¿Es la violencia de género una manifestación
exacerbada de aprecio o simple y llanamente de desprecio? ¿Es la sumisión
dentro de la pareja un elemento ajeno a la sumisión como medio de dominio
económico, político y social, o una parte de él? ¿Qué tienen en común el
amor con la violencia? ¿Qué clase de amor que no sea enfermizo puede
sustentarse en la violencia?
Podríamos hacernos miles de preguntas como éstas y por supuesto mucho más
inteligentes, sin que ello variase en nada el espíritu de las mismas, es
decir, seguirían siendo preguntas, para las que todos y cada uno tendríamos
otras tantas respuestas más o menos certeras. Pero, ¿y la solución del
problema? No podemos ignorar que la violencia de género es la manifestación
más terrible de todas sus formas, por cuanto con ella no sólo se maltrata a
un ser humano, como todos, en plenitud de derechos, algo ya aberrante y
criminal, sino que, además, se mancilla los más sutiles y sagrados valores
que nos adornan y que hemos ido elaborando durante miles de años, los del
amor. Humilla pues el maltrato de género a algo más que nuestra simple
naturaleza humana, a nuestra alma, a esa alma que al margen de dioses y
diablos, hemos ido forjando entre todos para un solo fin, el del amor. Amor
entre los miembros de la pareja, amor entre todos y cada uno de los seres
humanos, amor para y por la naturaleza. Amor como motor y orientación de
todos nuestros actos.
Frente al amor sólo se puede contraponer el derecho a la vida, pues sin
ella, el amor no tiene sentido ya que nace de ella y es para ella. Por
tanto, en estos momentos de extrema violencia, se ha de proteger sin
complejos este derecho, y se han de emplear en su defensa todos los
mecanismos necesarios. La legalidad viene dada por las normas legales con
que nos dotamos, y éstas por las necesidades con que nos vamos encontrando,
y hoy nos encontramos en una situación de emergencia, y así debe ser
valorada. La tolerancia es en algunos casos, una forma cobarde de rehuir los
problemas, de dejar que sea el tiempo y la casualidad los que vayan
cambiando el signo de los acontecimientos. Y eso no es justo, porque la vida
de cada uno de nosotros, es algo irrepetible y que sólo a nosotros
pertenece, por ello nadie debiera tener sobre ella más poder que nosotros
mismos. Una mujer amenazada es o debiera ser una losa en nuestras
conciencias, porque de algún modo es rehén de todos, ya que está secuestrada
a plena la luz del día, y el hecho de que salga a la calle, que acuda al
trabajo y atienda a sus hijos, no mitiga ni niega esa condición. Qué cárcel
o agujero hay peor que el del miedo, que puede abismar y matar más que ese
terrible e invisible hilo oscuro que tiñe la vida de amargura y temor,
matándote antes de que estés muerto.
El hombre ha de evolucionar a través de la propia conciencia, y a ella no se
llega desde la simple represión, pero también es cierto que sólo a través de
ella se pueden establecer espacios, si no de paz, sí al menos de tregua,
desde los que comenzar a forjar nuevas fórmulas de convivencia. Quiero decir
con ello que se debe juzgar al maltratador no como al autor de una simple
reyerta callejera, sino como al individuo que sobre la base de unos lazos
sentimentales busca imponerse a una persona con la que comparte el día a día
de sus respectivas vidas, lo que sin duda agrava el hecho, pues con él se
están dando pasos hacia una situación de esclavitud encubierta, de cobarde
tiranía, de abuso de confianza, aprovechándose además de los sentimientos de
la otra persona, de su sentido de la responsabilidad, especialmente cuando
hay hijos.
Y cuando se produce la separación, esa agresión o amenaza, debe pasar a ser
considerada como secuestro, porque ése es el efecto que esa agresión o
amenaza produce sobre su víctima.
El criminal tiene y debe estar asistido de unos derechos fundamentales, que
en ningún modo pueden estar por encima de los de la parte ofendida.
La reinserción ha de comenzar por la víctima y no por el delincuente, ella
es la primera que tiene derecho a incorporarse a la vida social en plenitud
de derechos, esos que le han sido arrebatados por medio de la violencia y el
chantaje.
Pero para ello no es suficiente expresar en voz alta el deseo de
entendimiento, hay que actuar, y hacerlo ya, vivimos en un sistema de
libertades sociales capaz de informar y formar, que no puede justificar de
ningún modo la barbarie que las mujeres están soportando. |