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En busca de la nueva mujer

PILAR RAHOLA
-Ex-diputada y periodista-

PILAR RAHOLA

Ha dejado atrás su etapa como diputada, aunque entiende ahora el periodismo como una forma de política. Sus militancias son muchas, siempre a favor de las libertades y de una revolución desde lo femenino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"El proceso de liberación femenina comporta la liberación masculina, y este doble proceso es muy interesante"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PILAR RAHOLA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Me parece una injusticia vincular la maternidad a las cuestiones de sangre. Madre y padre es quien lucha, quien lo siente y quien lo merece"

Texto: Rami Ramos / Fotos: L. Miguel Tubilla

Pilar Rahola es una mujer de fuertes convicciones, pero confiesa estar un poco cansada de pelear contra las mismas injusticias. Y aún así no para. Ha escrito varios libros, participa en tertulias de radio y televisión, escribe artículos en prensa... Dice que lo que le motiva es la comunicación: el pacto, la palabra, el hablando se entiende la gente. Es la forma de hacer causa común.

-Siempre te has definido como feminista, pero ¿no necesita el feminismo una renovación?
-El feminismo entendido como un compromiso con tu género no está anticuado, al contrario. La mujer actual ha desarrollado un discurso distinto al de nuestras dignas antecesoras, que en épocas muy complicadas alzaron una bandera antipática e incomprendida. El gran debate del feminismo hoy es la masculinidad, qué significa ser hombre, porque ahora ya sabemos qué significa ser mujer. Hemos estado cien años interrogándonos sobre eso, luchando por nuestros derechos, hemos conseguido cambiar las leyes y no hemos cambiado aún el paradigma social, pero lo haremos. Ahora el problema está en cómo encontrarnos con nuestros hombres, que aún no han hecho su reconversión: eso de que la mujer nueva no encuentra al hombre nuevo. La mayoría de nosotras estamos muy cansadas de la bandera. Y tenemos unas ganas tremendas de guardarla en un armario y decir: ya está, no hablemos más del tema. Lo que ocurre es que la palabra mujer continúa siendo el saco roto de tragedias, de explotaciones, de discriminaciones y de estadísticas trágicas. La realidad es muy tozuda en el tema de la mujer, no nos permite dejar de luchar.

-Hace tiempo publicaste "Mujer liberada, hombre cabreado". ¿Por qué van unidos estos dos conceptos?.
-El título era una provocación, a mí me gusta provocar, porque a veces eso hace reaccionar y a partir de ahí puede haber un debate interesante. Por supuesto, ni las mujeres estamos desgraciadamente liberadas -estamos básicamente cansadas- ni los hombres están mayoritariamente cabreados, lo que están es desconcertados. Aún existe ese hombre cabreado, ese machito ibérico tan lamentable y tan penoso, pero yo creo que la inmensa mayoría no entiende lo que pasa, porque son más de dos mil años de dominio consolidado mentalmente, y de golpe la madre, la mujer, la novia, la hija, ya no son como eran. Y además todo ese colectivo humano mira hacia el hombre culpabilizándolo de algo. Entonces yo entiendo que las mujeres estamos hasta las narices porque nos está costando mucha piel la emancipación, y ellos están como atontados, asustados, y empezando a hacerse preguntas. Es una contradicción profunda, porque están criados para ser los protectores, los amos, pero por otro lado les fascinan esas mujeres que ya no necesitan propietarios. Les fascinan pero las temen. Ése es el hombre interesante, el que está desconcertado, el que se hace preguntas, ahí es donde hay camino por recorrer.

-¿Cuál sería la relación de esta mujer liberada con el hombre?
-Con el hombre cabreado no puede haber relación, porque ya estamos hartas de ellos. Pero la relación de la mujer que ha asumido su propia liberación con el hombre, incluso con el que quiere ser comprensivo, es traumática. Nos hemos pasado la vida amando a hombres que nos querían pero no nos respetaban, que pensaban que éramos inferiores mentalmente, físicamente... El amor basado en el dominio, qué contradicción. Y ahora que nosotras establecemos un equilibrio, la igualdad en el otro lado falla. Es complicado, continuamos amando a nuestros hombres, y ellos a nosotras, pero no sabemos bien cómo establecer ese lenguaje común. Yo creo que estamos en un momento de transición, en la consolidación de esa mujer nueva y en el nacimiento de ese hombre nuevo que aún no ha nacido. Y ahí hay desencuentros, pero vamos viviendo juntos a pesar de todo.

-Uno de los errores del feminismo ha sido plantear todas sus reivindicaciones en función del hombre: igualdad, reconocimiento... ¿la revolución no es descubrir los valores femeninos en sí mismos?
-Lo que ocurre es que todos los aspectos de la vida colectiva son masculinos: el poder, la economía, la ciencia, el prestigio cultural... De manera que es normal que la mujer se reafirmara a través de la comparación con ese parámetro. De todas formas creo que eso ya ha cambiado, y que ya sabemos que hay un tipo de planteamiento femenino respecto a todas esas cosas. En el momento en el que han replegado a la mujer al ámbito de lo privado, relegándola de lo social y colectivo, se han desarrollado virtudes muy específicas del gremio femenino. Por ejemplo, al ser el pilar fundamental de la familia, ha desarrollado el concepto de pacto y negociación. Y cuando se traslada al ámbito social, empresarial, político, traslada también esas virtudes familiares. Está más que demostrado que la incorporación de la mujer al mercado laboral, especialmente a los lugares de decisión, crea mejor clima de trabajo, y por lo tanto mejor rédito empresarial. No sé decirte si esto es una virtud femenina, pero es probable.

-Las mujeres en países en guerra, o con situaciones de pobreza, están encabezando grandes cambios políticos y sociales. Ejemplos como "Mujeres de negro" en Argelia muestran un modelo de mujer más activa y menos activista, que no teoriza sino que actúa. ¿Es éste el camino a seguir?
-Es la tendencia. La mujer es muy práctica, si puede resolver un problema no se entretiene en tonterías, desde siempre tiene esta capacidad de decidir rápido. En Oriente Próximo hay un colectivo de mujeres israelíes y palestinas que se están encontrando en un lenguaje de paz. En lugar de hablar de los reproches, de las culpas de cada parte, te hablan de resolver los problemas de los maridos, de los hijos, de la hospitalización, del trabajo... es esa concepción ligada a la vida cotidiana y a la tierra, que es muy femenina. Es decir, que en esa mujer nueva sale un poco la madre de siempre que dice: dejaros de puñetas, porque hay que comer. Y yo creo que una parte de la esperanza del mundo es la incorporación de la mujer en los grandes conflictos bélicos.

-¿Es ése el germen de una feminización de la cultura? ¿Podemos encontrar otros indicios?
-Es el cambio del paradigma social. Yo creo que la feminización implica la superación del macho, también para el hombre, ese hombre que descubre la sensibilidad, la capacidad de diálogo, que descubre que no tiene todas las respuestas, que no tiene que proteger a nadie, que con que se proteja a sí mismo ya hay mucho. Yo creo que el proceso de liberación femenina comporta la liberación masculina, y este doble proceso es muy interesante. Ahí hay un elemento fundamental en la feminización de la sociedad, el hombre nuevo que va a ver con una mirada distinta los problemas que el mundo le plantea. Y la feminización significa también la valorización de los sectores más discriminados. La mujer tiene una especial sensibilidad con los débiles, es como si cogiera lo más escondido y lo pusiera delante. Por ejemplo, ante un conflicto la mujer se preocupa más de los niños que de ganar la guerra.

-Uno de los terrenos que aún sigue regido por los valores masculinos es la política. Cuando tú entraste en ese mundo era muy extraño ver a una mujer. ¿Qué crees que aportaste, aparte de tus ideas políticas?
-Cada mujer que ha llegado a la primera fila aporta un principio de normalidad, básicamente el solo hecho de estar ya es mucho. Y ahí nos encontramos con mujeres de todas las ideologías porque, contrariamente al tópico, la mujer que está en primera línea ayuda a otras mujeres, porque sabe lo que cuesta estar ahí. Yo incorporé, lo mismo que la mayoría de mis compañeras, un cierto grado de normalización y de descaro, de "aquí estoy yo y no voy a pedir perdón ni dar explicaciones". Y además intenté conciliar la vida laboral y familiar, cosa que en política es extraña. Y es irreconciliable, una de las dos cosas se rompe. Un político de primera fila ve a los hijos el fin de semana; una mujer tiene una responsabilidad pública, pero también es madre cada día, primero porque no renuncia y segundo porque la sociedad la culpabiliza, y su pareja, por mucho que la entienda, nunca llegará a su ritmo. Y luego el éxito femenino es muy difícil de llevar para los hombres, les asusta inconscientemente incluso cuando lo tienen claro. Fíjate que las mujeres de la generación de Carmen Alborch, mujeres fuertes que están ahí, están fundamentalmente solas. Muchas mujeres de mi generación estamos con hombres más jóvenes, porque los de nuestra edad no nos entienden. Pero yo quiero pensar que las mujeres de veinte años encuentran hombres fascinados por esas mujeres independientes.

-En tu libro "Carta a mi hijo adoptado" hablas de tu experiencia como madre adoptiva. ¿Qué entiendes por ser madre, más allá de la biología?
-La maternidad es una revolución por sí misma, te cambia radicalmente la vida, es como si te cogieras a la tierra de una manera muy fuerte y muy inconsciente. Y si encima ese hijo que vas a tener es una carrera de obstáculos entonces la lucha es feroz, porque la biología, en el fondo, es muy sencilla. Pero para adoptar un hijo padeces mucho, saltas muchos obstáculos y generalmente cuando llega viene también con una carga de problemas que hacen que tengas que continuar luchando. Por eso me parece una injusticia vincular la maternidad a las cuestiones de sangre. Madre y padre es quien lucha, quien lo siente y quien lo merece, y ahí está la cantidad de niños obligados a estar con sus padres biológicos a pesar de ser maltratados. Yo soy madre de mi hija biológica tanto como de mis hijos adoptados, pero no porque la parí, sino porque la lucho.

-La experiencia con tu primer hijo adoptado fue tan positiva que decidiste repetir.
-Ahora he adoptado a una niña, Ada, que tiene dos años y medio y lleva en casa un año. Ada estaba en un orfanato en la Siberia Central, en la frontera con el Kazajstán, donde sólo comía harinas. Era la niña más sola y más triste que he conocido en mi vida, tenía la impresión de que nunca reiría. En un año y medio había tenido una salmonelosis, una hepatitis, una neumonía, tres bronquitis y una dermatitis grave. Lo espectacular es que un año después no ha tenido ni anginas, y podríamos tipificarla como una niña fuerte. Y la única diferencia es que mi hija es hoy una niña con todas las oportunidades sólo porque el azar la llevó a nosotros. Esto me impresiona profundamente, hasta el punto de que muchas noches me levanto pensando en las Adas que hay en el mundo, a las que no voy a poder salvar. Y, que quede claro, yo no he adoptado a un niño y una niña para salvar al mundo, sino porque me ha encantado la experiencia, pero sí que es cierto que, con independencia de que no hagas un acto de solidaridad, estás salvando una vida, es así de bestia.

-Cada vez más mujeres toman la decisión de ser madres solas, quedándose embarazadas, adoptando o incluso por inseminación artificial o fecundación in vitro. ¿Qué crees que denota esto?
-Yo siempre he pensado que cuantos más elementos haya en esa cosa compartida que es la familia, mejor. En mi estándar de valores siempre me parece más enriquecedor mucha gente que poca gente. Pero conozco madres solteras extraordinariamente felices con hijos extraordinariamente felices. Yo creo que eso denota por un lado un principio de emancipación, que la mujer llega a tal punto que no necesita al hombre ni para la maternidad. Por suerte hoy en día eso ya no supone un trauma social. Mis dos hijos, por ejemplo, son muy distintos. Noé, que es moreno, muy étnico, y Ada, que es del Asia Central, muy blanca de piel, muy rubia, con esos ojos almendrados. ¿Son distintos en la escuela por el hecho de ser adoptados? Pues no, son más raros por tener una madre que sale en televisión. Quiero decir que el estigma de ser adoptado, de padres separados, de madre soltera, todo eso ha desaparecido. Y en ese sentido que haya mujeres, como hombres, que quieran vivir su maternidad o su paternidad en solitario, si consiguen crear un núcleo familiar que funcione bien, ¿por qué no? ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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