ilar Rahola es una mujer de fuertes
convicciones, pero confiesa estar un poco cansada de pelear contra las mismas
injusticias. Y aún así no para. Ha escrito varios libros, participa en tertulias
de radio y televisión, escribe artículos en prensa... Dice que lo que le motiva
es la comunicación: el pacto, la palabra, el hablando se entiende la gente. Es
la forma de hacer causa común.
-Siempre te has definido como feminista, pero ¿no necesita el feminismo una
renovación?
-El feminismo entendido como un compromiso con tu género no está anticuado,
al contrario. La mujer actual ha desarrollado un discurso distinto al de
nuestras dignas antecesoras, que en épocas muy complicadas alzaron una bandera
antipática e incomprendida. El gran debate del feminismo hoy es la masculinidad,
qué significa ser hombre, porque ahora ya sabemos qué significa ser mujer. Hemos
estado cien años interrogándonos sobre eso, luchando por nuestros derechos,
hemos conseguido cambiar las leyes y no hemos cambiado aún el paradigma social,
pero lo haremos. Ahora el problema está en cómo encontrarnos con nuestros
hombres, que aún no han hecho su reconversión: eso de que la mujer nueva no
encuentra al hombre nuevo. La mayoría de nosotras estamos muy cansadas de la
bandera. Y tenemos unas ganas tremendas de guardarla en un armario y decir: ya
está, no hablemos más del tema. Lo que ocurre es que la palabra mujer continúa
siendo el saco roto de tragedias, de explotaciones, de discriminaciones y de
estadísticas trágicas. La realidad es muy tozuda en el tema de la mujer, no nos
permite dejar de luchar.
-Hace tiempo publicaste "Mujer liberada, hombre cabreado". ¿Por qué van
unidos estos dos conceptos?.
-El título era una provocación, a mí me gusta provocar, porque a veces eso
hace reaccionar y a partir de ahí puede haber un debate interesante. Por
supuesto, ni las mujeres estamos desgraciadamente liberadas -estamos básicamente
cansadas- ni los hombres están mayoritariamente cabreados, lo que están es
desconcertados. Aún existe ese hombre cabreado, ese machito ibérico tan
lamentable y tan penoso, pero yo creo que la inmensa mayoría no entiende lo que
pasa, porque son más de dos mil años de dominio consolidado mentalmente, y de
golpe la madre, la mujer, la novia, la hija, ya no son como eran. Y además todo
ese colectivo humano mira hacia el hombre culpabilizándolo de algo. Entonces yo
entiendo que las mujeres estamos hasta las narices porque nos está costando
mucha piel la emancipación, y ellos están como atontados, asustados, y empezando
a hacerse preguntas. Es una contradicción profunda, porque están criados para
ser los protectores, los amos, pero por otro lado les fascinan esas mujeres que
ya no necesitan propietarios. Les fascinan pero las temen. Ése es el hombre
interesante, el que está desconcertado, el que se hace preguntas, ahí es donde
hay camino por recorrer.
-¿Cuál sería la relación de esta mujer liberada con el hombre?
-Con el hombre cabreado no puede haber relación, porque ya estamos hartas de
ellos. Pero la relación de la mujer que ha asumido su propia liberación con el
hombre, incluso con el que quiere ser comprensivo, es traumática. Nos hemos
pasado la vida amando a hombres que nos querían pero no nos respetaban, que
pensaban que éramos inferiores mentalmente, físicamente... El amor basado en el
dominio, qué contradicción. Y ahora que nosotras establecemos un equilibrio, la
igualdad en el otro lado falla. Es complicado, continuamos amando a nuestros
hombres, y ellos a nosotras, pero no sabemos bien cómo establecer ese lenguaje
común. Yo creo que estamos en un momento de transición, en la consolidación de
esa mujer nueva y en el nacimiento de ese hombre nuevo que aún no ha nacido. Y
ahí hay desencuentros, pero vamos viviendo juntos a pesar de todo.
-Uno de los errores del feminismo ha sido plantear todas sus reivindicaciones
en función del hombre: igualdad, reconocimiento... ¿la revolución no es
descubrir los valores femeninos en sí mismos?
-Lo que ocurre es que todos los aspectos de la vida colectiva son
masculinos: el poder, la economía, la ciencia, el prestigio cultural... De
manera que es normal que la mujer se reafirmara a través de la comparación con
ese parámetro. De todas formas creo que eso ya ha cambiado, y que ya sabemos que
hay un tipo de planteamiento femenino respecto a todas esas cosas. En el momento
en el que han replegado a la mujer al ámbito de lo privado, relegándola de lo
social y colectivo, se han desarrollado virtudes muy específicas del gremio
femenino. Por ejemplo, al ser el pilar fundamental de la familia, ha
desarrollado el concepto de pacto y negociación. Y cuando se traslada al ámbito
social, empresarial, político, traslada también esas virtudes familiares. Está
más que demostrado que la incorporación de la mujer al mercado laboral,
especialmente a los lugares de decisión, crea mejor clima de trabajo, y por lo
tanto mejor rédito empresarial. No sé decirte si esto es una virtud femenina,
pero es probable.
-Las mujeres en países en guerra, o con situaciones de pobreza, están
encabezando grandes cambios políticos y sociales. Ejemplos como "Mujeres de
negro" en Argelia muestran un modelo de mujer más activa y menos activista, que
no teoriza sino que actúa. ¿Es éste el camino a seguir?
-Es la tendencia. La mujer es muy práctica, si puede resolver un problema no
se entretiene en tonterías, desde siempre tiene esta capacidad de decidir
rápido. En Oriente Próximo hay un colectivo de mujeres israelíes y palestinas
que se están encontrando en un lenguaje de paz. En lugar de hablar de los
reproches, de las culpas de cada parte, te hablan de resolver los problemas de
los maridos, de los hijos, de la hospitalización, del trabajo... es esa
concepción ligada a la vida cotidiana y a la tierra, que es muy femenina. Es
decir, que en esa mujer nueva sale un poco la madre de siempre que dice: dejaros
de puñetas, porque hay que comer. Y yo creo que una parte de la esperanza del
mundo es la incorporación de la mujer en los grandes conflictos bélicos.
-¿Es ése el germen de una feminización de la cultura? ¿Podemos encontrar
otros indicios?
-Es el cambio del paradigma social. Yo creo que la feminización implica la
superación del macho, también para el hombre, ese hombre que descubre la
sensibilidad, la capacidad de diálogo, que descubre que no tiene todas las
respuestas, que no tiene que proteger a nadie, que con que se proteja a sí mismo
ya hay mucho. Yo creo que el proceso de liberación femenina comporta la
liberación masculina, y este doble proceso es muy interesante. Ahí hay un
elemento fundamental en la feminización de la sociedad, el hombre nuevo que va a
ver con una mirada distinta los problemas que el mundo le plantea. Y la
feminización significa también la valorización de los sectores más
discriminados. La mujer tiene una especial sensibilidad con los débiles, es como
si cogiera lo más escondido y lo pusiera delante. Por ejemplo, ante un conflicto
la mujer se preocupa más de los niños que de ganar la guerra.
-Uno de los terrenos que aún sigue regido por los valores masculinos es la
política. Cuando tú entraste en ese mundo era muy extraño ver a una mujer. ¿Qué
crees que aportaste, aparte de tus ideas políticas?
-Cada mujer que ha llegado a la primera fila aporta un principio de
normalidad, básicamente el solo hecho de estar ya es mucho. Y ahí nos
encontramos con mujeres de todas las ideologías porque, contrariamente al
tópico, la mujer que está en primera línea ayuda a otras mujeres, porque sabe lo
que cuesta estar ahí. Yo incorporé, lo mismo que la mayoría de mis compañeras,
un cierto grado de normalización y de descaro, de "aquí estoy yo y no voy a
pedir perdón ni dar explicaciones". Y además intenté conciliar la vida laboral y
familiar, cosa que en política es extraña. Y es irreconciliable, una de las dos
cosas se rompe. Un político de primera fila ve a los hijos el fin de semana; una
mujer tiene una responsabilidad pública, pero también es madre cada día, primero
porque no renuncia y segundo porque la sociedad la culpabiliza, y su pareja, por
mucho que la entienda, nunca llegará a su ritmo. Y luego el éxito femenino es
muy difícil de llevar para los hombres, les asusta inconscientemente incluso
cuando lo tienen claro. Fíjate que las mujeres de la generación de Carmen
Alborch, mujeres fuertes que están ahí, están fundamentalmente solas. Muchas
mujeres de mi generación estamos con hombres más jóvenes, porque los de nuestra
edad no nos entienden. Pero yo quiero pensar que las mujeres de veinte años
encuentran hombres fascinados por esas mujeres independientes.
-En tu libro "Carta a mi hijo adoptado" hablas de tu experiencia como madre
adoptiva. ¿Qué entiendes por ser madre, más allá de la biología?
-La maternidad es una revolución por sí misma, te cambia radicalmente la
vida, es como si te cogieras a la tierra de una manera muy fuerte y muy
inconsciente. Y si encima ese hijo que vas a tener es una carrera de obstáculos
entonces la lucha es feroz, porque la biología, en el fondo, es muy sencilla.
Pero para adoptar un hijo padeces mucho, saltas muchos obstáculos y generalmente
cuando llega viene también con una carga de problemas que hacen que tengas que
continuar luchando. Por eso me parece una injusticia vincular la maternidad a
las cuestiones de sangre. Madre y padre es quien lucha, quien lo siente y quien
lo merece, y ahí está la cantidad de niños obligados a estar con sus padres
biológicos a pesar de ser maltratados. Yo soy madre de mi hija biológica tanto
como de mis hijos adoptados, pero no porque la parí, sino porque la lucho.
-La experiencia con tu primer hijo adoptado fue tan positiva que decidiste
repetir.
-Ahora he adoptado a una niña, Ada, que tiene dos años y medio y lleva en
casa un año. Ada estaba en un orfanato en la Siberia Central, en la frontera con
el Kazajstán, donde sólo comía harinas. Era la niña más sola y más triste que he
conocido en mi vida, tenía la impresión de que nunca reiría. En un año y medio
había tenido una salmonelosis, una hepatitis, una neumonía, tres bronquitis y
una dermatitis grave. Lo espectacular es que un año después no ha tenido ni
anginas, y podríamos tipificarla como una niña fuerte. Y la única diferencia es
que mi hija es hoy una niña con todas las oportunidades sólo porque el azar la
llevó a nosotros. Esto me impresiona profundamente, hasta el punto de que muchas
noches me levanto pensando en las Adas que hay en el mundo, a las que no voy a
poder salvar. Y, que quede claro, yo no he adoptado a un niño y una niña para
salvar al mundo, sino porque me ha encantado la experiencia, pero sí que es
cierto que, con independencia de que no hagas un acto de solidaridad, estás
salvando una vida, es así de bestia.
-Cada vez más mujeres toman la decisión de ser madres solas, quedándose
embarazadas, adoptando o incluso por inseminación artificial o fecundación in
vitro. ¿Qué crees que denota esto?
-Yo siempre he pensado que cuantos más elementos haya en esa cosa compartida
que es la familia, mejor. En mi estándar de valores siempre me parece más
enriquecedor mucha gente que poca gente. Pero conozco madres solteras
extraordinariamente felices con hijos extraordinariamente felices. Yo creo que
eso denota por un lado un principio de emancipación, que la mujer llega a tal
punto que no necesita al hombre ni para la maternidad. Por suerte hoy en día eso
ya no supone un trauma social. Mis dos hijos, por ejemplo, son muy distintos.
Noé, que es moreno, muy étnico, y Ada, que es del Asia Central, muy blanca de
piel, muy rubia, con esos ojos almendrados. ¿Son distintos en la escuela por el
hecho de ser adoptados? Pues no, son más raros por tener una madre que sale en
televisión. Quiero decir que el estigma de ser adoptado, de padres separados, de
madre soltera, todo eso ha desaparecido. Y en ese sentido que haya mujeres, como
hombres, que quieran vivir su maternidad o su paternidad en solitario, si
consiguen crear un núcleo familiar que funcione bien, ¿por qué no? ∆