Los presidiarios aportan seguridad al sistema.
Con pocos presos en la cárcel nos sentiríamos más inseguros, pensaríamos que
si no están dentro será porque están fuera y caminaríamos por la calle con
el cuello vuelto hacia atrás.
|
|
INSEGURIDADES
POR CAROLINA FERNANDEZ
P arece ser que hay ahora mismo por
este país nuestro unos trescientos jueces que acaban de conseguir el puesto
pero que no tienen aún donde trabajar, porque no hay juzgado a donde
destinarlos. Como se ganaron la plaza honradamente, esto es, vía oposición,
la administración tiene que ser coherente y pagarles el sueldo que gana un
juez, aunque no puedan sentarse a trabajar con su toga y su martillito
porque nadie se ha preocupado de mirar si efectivamente había plazas vacías,
antes de poner en marcha la máquina de convocar oposiciones. La oposición a
un puesto público es la garantía de que España funciona. Mientras se
convoquen plazas, es que todo marcha, el Estado responde, la gente se siente
segura. No importa que se junten tres mil opositores opositando por dos
míseras plazas de auxiliar de cualquier cosa.
Pero nadie había hablado hasta ahora de las oposiciones huecas. ¿Qué pasa
con ese nuevo fenómeno?, preguntamos los que para cobrar tenemos como
condición aparecer todas las mañanas por nuestro puesto laboral y no
desaparecer hasta la hora señalada. Estos honrados opositores cobrarán,
puesto que aprobaron, aunque no tengan que trabajar. Es la panacea de las
oposiciones. Mejor oposiciones vacías que ausencia de ellas. Es la lógica de
un sistema en el que la oposición representa algo más que un puesto de
trabajo: es estabilidad, es solidez, es seguridad. Y eso es lo que busca la
gente.
El caso en cuestión es aún más absurdo, si tenemos en cuenta que el
Ministerio de Justicia es uno de los más atascados, atrasados y
descascarillados de nuestro país, que necesitaría una monumental inyección
de personal y medios para que la justicia se acercase a lo que los
ciudadanos esperan de ella.
Pero el Estado es así. Los distintos ministerios no funcionan como las
partes de un mismo cuerpo, sino como partes de cuerpos distintos,
independientes y con capacidad de decisión propia. Es como si mi mano
derecha se empeñase en atarme un zapato y la izquierda, que en realidad no
es mía sino que pertenece al cuerpo de mi vecino, se empeñase en
desatármelo, y tuviese que organizar una cumbre interministerial para
intentar ponerlas de acuerdo. Cualquiera pensaría que soy un poco retrasada
mental.
Igual ha sucedido con el asunto del nuevo Código Penal. El Gobierno decide
endurecerlo, es decir, subir un poco más el listón que separa a los
delincuentes comunes del resto de la población que, o bien no es
delincuente, o bien es común. Sea como sea, pónganse a temblar los
raterillos de poca monta, que sobre ellos caerá todo el peso de la justicia.
Lo que ocurre es que si una mano hace leyes más duras que van a generar más
presos, la otra no se ha preocupado de construir más lugares donde meter a
todos los presos nuevos que van a empezar a llegar como consecuencia,
reclamando su lugar en el seno de las instituciones penitenciarias. De
hecho, si ambas manos estuviesen en la misma sintonía, se habrían dado
cuenta de lo que los demás leemos en la prensa, y es que ya hay 18.000
presos sin hogar que han tenido que ir dando tumbos por la península en
busca de su plaza en prisión. Se me ocurre que quizás, para hacer ver como
que es una institución dinámica y con futuro, se podría organizar una
oposición en base a las plazas reales existentes en el total de las cárceles
españolas. Sacarlas a concurso público me parece la manera más justa, si es
que se puede hablar de justicia en este caso, para asignar los puestos
vacantes. Así cada preso optaría por la plaza de mejor conveniencia. Qué
menos que poder elegir destino, como los funcionarios. Al fin y al cabo, los
presidiarios aportan seguridad al sistema, lo mismo que los funcionarios,
que valgan o no valgan son un seguro para el futuro. Tiene que haber un
número de ellos para que el sistema tenga al menos una apariencia de
normalidad. Con pocos funcionarios pensaríamos que algo no va bien. De la
misma manera, con pocos presos en la cárcel nos sentiríamos más inseguros,
pensaríamos que si no están dentro será porque están fuera y caminaríamos
por la calle con el cuello vuelto hacia atrás. Como consecuencia acabaríamos
con las cervicales retorcidas, cosa que tiene algo de positivo porque
podríamos denunciar al Estado por lesiones causadas por la inseguridad
ciudadana. La culpa sería de los socialistas, porque los delincuentes de
ahora se forjaron en el descontrol de aquellos años. Y digo yo ¿cuál es el
número de presos que el Estado requiere como tributo para poder decir que la
ciudadanía se siente segura? Es una pregunta difícil de responder. Varía
según las circunstancias. En las últimas semanas, por ejemplo, la ciudadanía
se sentía bastante insegura, mayormente porque en las costas de Galicia se
pinchó un petrolero que llenó todas las playas de porquería, y el Gobierno
no fue capaz de transmitir mucha seguridad a los ciudadanos. Más bien lo
contrario. Cada vez que aparecía en las noticias el ministro Rajoy dando el
parte, aumentaban escandalosamente los cortes de digestión en toda la
península. Es, pues, el momento más oportuno para subir el listón, como
decíamos, que separa a los malos de los buenos. Con un aumento de la masa
carcelaria se supone que nos sentiremos más seguros, independientemente del
chapapote gallego. Pero no siempre sucede así. Hay algunos ciudadanos que
cuanta más policía ven a su alrededor, más seguros se sienten. Yo creo que
son los que tienen amigos en el cuerpo, que son minoría forzosamente, porque
no creo que los miembros del cuerpo tengan muchos amigos en general, o
ninguno en particular. El resto de las personas nos sentimos incómodos por
distintas razones: o bien porque somos delincuentes comunes, y a lo mejor
aún no lo sabemos porque no nos hemos leído el nuevo Código Penal, o bien
porque estamos rodeados de presuntos delincuentes comunes que es posible que
todavía no han sido informados de su situación, ya que al haber movido la
línea divisoria han quedado los pobres atrapados del lado de los malos. Sea
como sea, nos seguimos sintiendo inseguros. ¿Cuál es la solución? Llegados a
este punto no sabría qué decir. Miremos a los americanos. La seguridad que
tenían se les vino abajo el día que cayeron las torres. Desde entonces, para
ganar en seguridad, han recurrido a la vieja técnica de hacerse un enemigo a
medida. Como en ese momento no había disponibles convocan oposiciones
forzosas y en seguida declaran unos cuantos. Y en eso están. Es por eso por
lo que todos los dictadores eran bajitos y con una mala leche poco acorde
con su tamaño. Cuanto más pequeños, más insoportables. Por eso, por complejo
de inferioridad, se hicieron dictadores. Por eso EE.UU. va a atacar Irak,
para sentirse mejor. Por eso ahora vamos a detener a más delincuentes, para
sentirnos mejor, aunque no tendremos jueces para juzgarlos ni cárceles donde
meterlos. Pero ellos estarán detenidos, que es lo que importa.
Ay, Dios, y dicen que el sistema funciona. ∆ |