Comprendí que vivía en un
espacio mental lleno de barreras y que lo primero que tenía que hacer era
liberar la mente de todos los esquemas, de todos los juicios, propios y
ajenos, y volverme como un niño. |
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LA CAIDA
POR ELENA G. GOMEZ
L o realmente extraño es que un
instante antes de caer, sentí que me caía. No puedo decir que lo hubiera
visto, simplemente lo supe, fue en un tiempo sin tiempo, y luego empecé a
caer. Lo primero que pensé es que había llegado mi fin. No lo pensé con
desesperación ni tampoco con angustia, por raro que pueda parecer yo estaba
muy sereno, y se produjo una situación muy extraña. Yo, me veía a mí mismo,
aquel que caía era yo y yo estaba dentro y fuera a la vez, luego, empezaron
a pasar ante mí imágenes de mi vida, no eran imágenes correlativas en el
tiempo, saltaba de una etapa a otra, tan pronto era un adolescente, como un
niño, y escuchaba con total claridad las palabras de amigos y familiares que
me hablaban, pero lo más curioso es que en todo ese aparente desorden
cronológico, todo tenía sentido, imágenes, palabras, ideas, estaban
perfectamente relacionadas y todas estaban unidas por un invisible hilo
conductor.
De vez en cuando tomaba consciencia del presente, era entonces cuando me
daba cuenta de que estaba descendiendo a gran velocidad por la helada
ladera. No experimentaba miedo, tampoco dolor, y mi mente trabajaba de una
forma muy fría. Me repetía a mí mismo que tuviera cuidado con la cabeza para
no recibir ningún golpe mortal, y recordé con total claridad cosas que había
leído en libros sobre las caídas en la montaña.
Luego volvían escenas de mi vida y así, en ese estado de consciencia e
inconsciencia entremezclados pasaron lo que para mí fue una eternidad y que
en realidad sólo fueron, como luego confirmaron mis amigos, unos segundos.
Después sentí un fuerte impacto, se hizo el silencio y no recuerdo más.
Cuando desperté, todo estaba blanco, tan blanco que al principio dudé si
estaba vivo o muerto, pero las voces de mis amigos llamándome me hicieron
volver a la realidad. Seguía vivo, había caído, pero vivía.
Empecé a moverme a la vez que hacía un chequeo sobre mi anatomía. Parecía
que la cosa no había sido muy grave. Me dolía mucho un brazo y las manos
estaban llenas de rozaduras.
Cuando llegaron mis amigos me preocuparon, estaban pálidos, desencajados,
con el miedo dibujado en sus caras y no pude menos que reírme de ellos. Me
abrazaron y entre risas y lágrimas me dijeron: "Tío, has vuelto a nacer".
Y así fue, aquella caída fue el inicio de una nueva vida porque me llevó a
plantearme muchas cosas sobre las que antes nunca había pensado.
La primera pregunta que apareció en mi mente fue, ¿cómo pude vivir tantas
cosas en tan poco tiempo? ¿Qué es el tiempo? ¿Quién era yo, el que se caía o
el que miraba cómo caía? Hacía estas preguntas a todo el mundo tratando de
encontrar una solución, hasta que un día me di cuenta que me miraban con
extrañeza e incluso alguno me sugirió que fuera al médico para que me
hiciera una revisión por si el golpe me hubiera trastornado la cabeza.
No, ellos no lo entendían, existía otro mundo distinto al que había conocido
hasta entonces, un mundo donde el tiempo, el espacio, la vida y la muerte
tienen otro significado. Un mundo que quería conocer.
Es imposible contar en tan poco tiempo todo lo que fui viviendo. Lo más duro
no fue la dificultad para encontrar respuestas, sino la soledad que tuve que
vivir ante la incomprensión de quienes me rodeaban.
Poco a poco, como quien hace un puzzle, fui componiendo mi nueva vida, al
principio me costó comprender que mi vida estaba por piezas, y que además
las tenía todas mezcladas y desordenadas, que miraba todas las cosas desde
un nivel plano y muy egoísta, porque en realidad todo lo juzgaba desde mi
propio interés personal. Así, tuve que empezar por aprender a seleccionar
cada pieza para colocarla en su justo lugar, porque, como luego comprobé,
esa era la única manera en que enriquecía a todas las demás.
Comprendí que vivía en un espacio mental lleno de barreras y que lo primero
que tenía que hacer era liberar la mente de todos los esquemas, de todos los
juicios, propios y ajenos, y volverme como un niño. Partir prácticamente de
cero y preguntarme el por qué de todas las cosas, sobre todo de aquellas que
yo creía conocer, y para ello utilicé un método muy sencillo: no conformarme
nunca con la primera impresión, respuesta o juicio de nada. La verdad es que
funcionó, y me di cuenta de que en realidad no sabía nada de nada. Como
consecuencia de ello me sentí muy pequeño y a la vez, muy libre. Era como si
me hubieran quitado una gran carga, ya no tenía que tener "verdades" que
defender, ya no poseía nada porque en realidad nada me pertenecía.
Y así, tras la caída, comencé mi nuevo viaje, y lo hice con una mente niña
que tenía todo un Universo que descubrir. Dejé de preocuparme de las cosas
superficiales y empecé un viaje al mundo interno de todas las cosas y de
todos los hombres, y puedo decir que es la aventura más apasionante y
arriesgada que jamás pudiera soñar.
No hay ni un solo día que no dé las gracias a aquel pequeño accidente de mi
vida, sencillamente porque sin él nunca habría valorado realmente lo
importante que es vivir, la cantidad de cosas sencillas que nos rodean, y
las posibilidades que cada día tenemos delante de nosotros para hacer algo
positivo, algo distinto, algo especial por algo o por alguien. ∆ |