Basta que hagamos algo tan
simple como comprar unas zapatillas, o una prenda de ropa, o unas gafas, o
un electro- doméstico hecho en el tercer mundo, para que se produzca una
marea negra. |
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LIRISMO Y REALIDAD
POR JOSE ROMERO SEGUIN
E l chapapote ata por la cintura la
delicada geografía de las costas gallegas, con las que baila un macabro
baile de muerte y desolación al genuino ritmo de los vientos y las mareas.
A ese ritmo que nace del corazón del universo, se ahoga el mar y con él el
futuro de todos los que vivimos física y espiritualmente de su generosidad.
A los vientos y a las mareas se les ha encomendado la terrible misión de
estrangular las olas, de ahogar las costas, de envenenar su esencia
asesinando con ella la vida. Y los nobles vientos y las fieles mareas,
acuden a diario a la cita, como si nada ocurriese, pese a que ocurre lo más
terrible que le puede ocurrir a quien amando la vida y teniendo fuerza para
vivirla, ha de suicidarse para seguir viviendo. Sobre ellas y animados por
ellos, cabalgan terribles flores de negros y putrefactos pétalos, que hacen
chillar luto a las gaviotas y gemir muerte a los marineros. A los hombres
del mar, a ese puñado de hombres que son más del mar que los mismos peces
que pescan, pues ellos, como seres anfibios que son, han podido contrastar
la grandeza de la tierra y la grandeza de las aguas, y han elegido la de las
aguas.
La tragedia arrastra tras de sí un misterioso halo de belleza, un delicado
substrato de lirismo, a menudo épico, una punzada de divina filantropía. Que
se resumen aquí en el mar sofocado de chapapote, en las costas manchadas de
chapapote, en las gaviotas carbonizadas por el chapapote, en los marineros
de frágiles barcos y en la solidaria marea de voluntarios que van
persiguiendo y mermando con saña de titanes una tras otra las terribles
manchas que manchan nuestras vidas.
Pero qué duda cabe, lejos de esa marea de tristeza que nos llama a la
melancolía, está también la otra cara de la marea, la que nos llama a la
rabia, a la rebelión, a despojarnos de una vez y para siempre de la
hipocresía, para gritar "nunca más", pero no sólo ahora, sino mañana y
pasado mañana, y al día siguiente, si lo hay. Porque esta marea no nace de
la casualidad, ni de la ira de ningún dios bárbaro por omnipotente y
omnipresente en nuestras vidas, si no que lo hace de la injusticia que asola
el mundo con el chapapote de la ambición. Esa ambición de la que se nutre y
pervive el sistema socioeconómico del que tan orgullosos estamos, y que
porque es así, y está tan pegado a todos nuestros actos no podemos
succionar, ni pescar con ningún arte por más sofisticado que sea. La
ambición se vierte de un barco que se rompe cada día frente a las costas de
nuestro corazón, sin que en muchos casos nosotros alcancemos a percibirlo, y
cuyo maldito contenido nos mancha íntima e irremediablemente. Basta que
hagamos algo tan simple como comprar unas zapatillas, o una prenda de ropa,
o unas gafas, o un electrodoméstico hecho en el tercer mundo, para que se
produzca una marea negra, una mancha de insolidaridad que no nos hace llorar
simplemente porque sus efectos golpean lejos, porque no mancha nuestras
costas y nuestros mares, porque parece que no nos atañe, pero que es la
madre de todas estas otras mareas, que traen hasta aquí, hasta nuestras
puertas, la muerte y la desolación que tiñe de luto nuestro mar y nuestro
futuro.
Banderas de conveniencia, paraísos fiscales, libertad de mercado,
mercantilismo sin fronteras, esclavitud sin respuesta, insolidaridad,
incomprensión y deliberado abandono de la lucha por la igualdad, la libertad
y la fraternidad, entre todos los hombres y pueblos del mundo. Eso es lo que
produce este estado de cosas que nos llevan al exterminio a todos. Pues
todos, aunque no lo parezca, estamos en el mismo barco, ricos y pobres.
Primer y tercer mundo, tienen en común lo esencial, lo que no tiene
repuesto. Sólo les separa lo ficticio, lo que sí lo tiene, lo que hoy lo
vale todo sin valer mañana nada.
"Nunca más", gritamos, sabiendo con el corazón en la mano que es mentira,
que no lo sentimos, y aún sintiéndolo no lo podemos cumplir, pues ese nunca
más significa romper con este mundo de falsas comodidades.
El petróleo mueve nuestro mundo, no el mundo de los miembros de la
tripulación, sino el nuestro. Y va seguir surcando por ello los mares en
barcos que no reúnen condiciones, porque las condiciones afectan a las
cuentas de beneficios y ellas son el espíritu que anima nuestras economías.
Y vamos a seguir envenenando silenciosamente nuestros mares y los mares de
todos, porque como dijo un político portugués, los peces y los mares no
tienen patria. Pero eso quién quiere oírlo, eso quién quiere entenderlo.
Corren para nosotros tiempos en los que no nos interesa en absoluto hablar
de la universalidad de los recursos y del medio natural común, porque
sabemos que él es nuestro rehén y nuestra víctima.
Por otro lado esta crisis pone de relieve que a los políticos además de
perdonarles las mentiras, vamos a perdonarles también su falta de arrojo a
la hora de tomar decisiones. Inútiles además de mentirosos, para que más.
Nunca más, el viejo hombre y sus viejas costumbres, sólo entonces será
verdad, y se detendrán todas las mareas negras que asolan hoy nuestra
realidad. ∆ |