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EL ARBOL DEL BUHO

 

 

Los hombres, los auténticos hombres son aquellos que cuidan lo que está dentro, lo que está oculto dentro de sí, sus raíces, sus sentimientos más profundos, más auténticos.

 

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MANUEL
POR ELENA G. GOMEZ

Hacía dos años que formaba parte de un grupo que nos dedicábamos a atender las necesidades de personas que vivían solas, necesidades materiales y también afectivas. Una vez a la semana nos reuníamos todo el grupo y poníamos en común las vivencias, dificultades y necesidades que teníamos. Fue en estas reuniones donde empecé a oír hablar de Manuel.
Manuel era un hombre con fama de conflictivo, para empezar, sólo podían ir a su casa hombres, alguna vez que había intentado ir una mujer le había cerrado la puerta en las narices. Era muy difícil hablar con él y sólo se dejaba ayudar en lo estrictamente necesario. Un día, en la reunión semanal del grupo, pedí que me dejaran encargarme de Manuel. Se rieron y dijeron que nunca dejaría entrar a una chica en su casa. Yo les dije que de eso ya me encargaría yo. Al final cedieron.
El plan ya estaba en marcha, la primera parte era convencer al grupo y eso ya estaba conseguido, ahora empezaba la segunda parte, conseguir entrar en la vida de Manuel, y para ello estaba dispuesta a utilizar todo mi ingenio y paciencia.
Por la noche no pegué ojo. En mi mente sólo había una persona: Manuel.
Cuando por fin toqué el timbre de su casa un sudor frío me recorría la espalda. Detrás de la puerta se oía deslizar una silla de ruedas que se acercaba, el tiempo se detuvo hasta que una voz seca y profunda preguntó. "¿Quién es?". Me identifique y abrió la puerta. Allí, delante de mí, estaba Manuel.
Debí parecerle tonta, lo sé, pero aquello era peor que la primera cita con un chico, y a pesar de que había ensayado delante del espejo todo lo que le iba a decir, las palabras necias y caprichosas, se negaron a salir.
El, sin prestarme mucha atención me guió por la casa y me enseñó donde estaba cada cosa. Hice las cosas que me había dejado apuntadas en un papel mientras él estaba leyendo un libro junto a la ventana del salón. Cuando terminé todo, le pregunté si quería algo más. Dijo que no. Le anote mi teléfono particular por si necesitaba algo y me despedí. Cuando salí de su casa me sentía muy feliz, el plan marchaba, ya había logrado entrar en su casa. Ahora tenía que hacerlo en su vida, sabía que había una puerta para entrar dentro de él, porque Manuel no era como la mayoría de las personas a las que les gustan las conversaciones y las relaciones superficiales.
Así, con la misma rutina fueron pasando los meses. Al principio mis compañeros me preguntaban cómo me las había arreglado para que Manuel me dejara ocuparme de él, yo les decía que había sido muy sencillo y no les contaba nada más. Ellos, con el tiempo, perdieron el interés y dejaron de preguntarme.
Pero la realidad había sido muy distinta, durante las primeras visitas yo me dediqué a todo lo que él me pedía pero observando sus reacciones, así pude ver, sin falta de preguntarle nada, cómo le gustaba que se hicieran las cosas, y fui viendo su transformación y cómo su máscara se deshacía.
Yo sabía que me observaba, que le gustaba cómo cuidaba sus cosas, cómo hacía todo de una forma rápida y respetando su espacio, pero sobre todo que yo no trataba de cambiar lo único que él poseía: Su vida. El sabía que yo le observaba, y le gustaba aparentar ser una persona fría, distante, difícil. Aquello era como un juego entre los dos con unas normas pactadas en silencio.
Manuel siempre me despedía con un "buenas tardes y gracias por tu trabajo". Yo al principio pensé que sus palabras eran por educación, luego, con el tiempo, comprendí que era auténtica gratitud. Manuel me hacía leer dentro de él, de sus gestos, de sus movimientos, pero sobre todo, en silencio.
Así estuvimos durante meses hasta que un día cuando me estaba despidiendo de él, cerró con cuidado su libro y mirándome a los ojos, empezó a hablar...
"Llevas viniendo a mi casa desde hace nueve meses. En todo este tiempo no hemos hablado más de media hora y, desde luego, no nos conocemos, pero eso no debe de preocuparnos si tenemos en cuenta que hay personas que pasan toda su vida juntas y en realidad no se conocen.
Me imagino que te habrán contado que soy una persona rara y difícil. Eso es lo que los demás opinan de mí y seguro que tienen razón, lo que ocurre es que a mí no me gusta ser lo que los demás quieren que sea, sino lo que realmente soy, por eso estoy solo y tengo muy pocos amigos, porque a la gente no le gusta decir y mucho menos, escuchar la verdad.
Quizás pienses que soy uno de esos viejos amargados que hay por la vida, que se encierran en su casa y que sólo piensan en ellos mismos. La realidad no es esa, yo soy una persona que ama y respeta profundamente la vida, por eso no la quiero malgastar siendo un hipócrita y mucho menos haciéndome la víctima. Algunos de tus compañeros piensan que por venir a ayudarme yo ya tengo que ser un viejecito dulce, reírme de sus chistes aunque no tengan gracia, etc. Pero yo no soy así.
Yo, antes de tener el accidente, recorrí mucho mundo y aprendí cosas muy interesantes de las personas más sencillas, aquellas que viven con respeto la vida, que saben que todo cuanto nos rodea está ahí para aprender y sobre todo para dar. Me enseñaron que nada en la vida sucede por casualidad y que tenemos que estar siempre abiertos a todo cuanto nos rodea, porque la vida, como una madre, siempre es generosa y pone delante de nosotros las situaciones a través de las cuales nosotros tenemos algo nuevo que aprender.
Gracias a ellas y a todo lo que me enseñaron, cuando tuve el accidente no me hundí, supe que esto que me sucedía tenía que ser útil para algo y para alguien, desde entonces mi vida cambió mucho. La vida, como me dijo una vez un anciano, es un gran libro en blanco, cada día es una página donde tú escribes el presente y condicionas el futuro. Los hombres, los auténticos hombres son aquellos que cuidan lo que está dentro, lo que está oculto dentro de sí, sus raíces, sus sentimientos más profundos, más auténticos.
Por eso me gustaste tú desde el primer día que te vi, porque no hacías las cosas por rutina o bajo esa cara de buenos que se os pone cuando venís a atender a una persona a la que consideráis inferior a vosotros, sino porque vi en tus ojos el respeto, y eso, amigo mío, es muy valioso en una persona.
Ahora yo ya te hablé claro, y mis reglas, si de verdad deseas que seamos amigos, son la honestidad y la sinceridad. Ahora te toca a ti quitarte la máscara, tu máscara y puedes empezar por quitarte esa horrible barba bajo la que se oculta esa gran mujer".
Me quité la barba mientras nos reíamos los dos. Así empezó la tercera y última parte del plan, un plan que ya no tenía final y sí muchas páginas en blanco para disfrutar de un intercambio en el que yo, desde luego, era la más beneficiada.
Nunca podré plasmar todo lo que él me enseñó, pero sobre todo con él aprendí a moverme en el silencio, un silencio que está oculto tras los ruidos con los que llenamos la vida.
Manuel me enseñó el silencio y también me enseñó a valorar la soledad, esa amiga compañera que te lleva hacia dentro, hacia lo más profundo que hay en cada uno de nosotros. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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