-Desde el grupo Correo y Tele 5 nos llegaron puntualmente tus crónicas
desde Irak y ahora publicas un libro para poder contar lo que no cabe en las
páginas de un periódico ¿Qué tipo de información es ésa y por qué no aparece en
una crónica?
-No cabe la parte personal. El día a día, tu experiencia personal con los
marines. Los periodistas no somos ni debemos ser los protagonistas de nuestras
crónicas. En la guerra las crónicas de todo el mundo se centraban más en
aquellas partes relacionadas estrictamente con las batallas desde el más allá de
la batalla. Este libro no es sobre la guerra sino sobre mi pequeña guerra. Lo
que vi y me ocurrió. Cuento el día a día, le pongo caras y analizo el efecto de
todo ello en los seres humanos -en el buen y mal sentido- con todo lo bueno y
malo que conlleva del ejército americano que finalmente, es el ejército más
poderoso del mundo. El que de una manera u otra decide nuestras vidas y al que
creo que debemos intentar conocer lo mejor posible, aunque sólo sea por egoísmo.
-Hablas del ejército más poderoso del mundo y en cambio a través de tus crónicas
parece que nos encontramos ante un ejército formado por personas de gran
fragilidad.
-Supongo que la reflexión la voy y la estoy haciendo poco a poco. Una
muestra de esa fragilidad es el carácter de la tropa, un poco infantil, pero tal
vez eso sea necesario dentro del ejército americano porque es el tipo de gente
moldeable que puedes adoctrinar. Posiblemente lo que nosotros vemos como
fragilidad es para ellos un molde perfecto que les permite adoctrinar a aquella
gente.
-Eras la única mujer en el regimiento de combate en el que estabas.
Comentaste que nada más llegar varias mujeres marines te alertaron sobre la
conducta que debías de seguir para no tener problemas con los marines. ¿Cómo
conseguiste sobrevivir a esto y al mismo tiempo hacer bien tu trabajo?
-Curiosamente los problemas que tuve no fueron con la tropa sino con los
oficiales. Nada más llegar al campamento las marines me recomendaron que
vistiese de forma masculina y no aceptase favores de ningún soldado. Viví
situaciones duras. Sobreponerse a esto, yo lo llamo el esfuerzo por mantener la
cordura. No cabe duda que había muchos días que no tenías ganas de nada y lo
último que te apetecía era sentarte a escribir una crónica. Se empezaba a ir el
sol y tenía que ponerme a la carrera antes de que me quedase sin luz para seguir
escribiendo. Francamente fue un gran handicap el hecho de tener que pelear para
poder hacer tu trabajo y encontrar información. Siempre había muchas más cosas
alrededor que las estrictamente periodísticas.
-¿Creíste en algún momento que podía peligrar tu integridad?
-Sí, muchos. Con cierta periodicidad el campamento donde me encontraba era
atacado por la artillería irakí. Te despertabas sobresaltada -porque todo este
tipo de cosas pasan de noche y te asustan mucho más-, sin luz, no se nos
permitía emplear linternas de noche, por lo cual la oscuridad para moverte te
entorpecía mucho más. Era más complicada la huída, el ponerte a salvo, y ello te
provoca mucha más ansiedad. A ello hay que añadir la tormenta de arena que se
colaba hasta dentro de la tienda. No podías ver ni las teclas de ordenador. Esto
y la oscuridad hicieron muy difícil mi trabajo.
-El ir como periodista empotrada limitaba mucho el acceso a la información.
¿En algún momento pensaste que podías ser parte de la estrategia de guerra?
-Sí, por supuesto. Lo tenía clarísimo. Sabía que ellos no nos llevaban ahí
para que diésemos la información más objetiva posible, sino para utilizarnos
como medio de propaganda. Creo que es una tentación en la que hubiera caído
cualquier ejército. Pero en cada uno está ser crítico con la información que
recibe, tomarla con pinzas, no darle toda la credibilidad que ellos piden, y no
dejarse utilizar. Había muchos días en que el General venía a contarnos una
historia que yo escuchaba atentamente. Hacía preguntas, tomaba notas, y luego a
lo mejor no tenía nada que ver con lo que yo escribía. Él me vendía su película,
pero ésa no era la película que yo quería contar. Así que tomaba de ahí lo que
me interesaba y a veces eso me daba pistas para "rascar" otro tipo de
información para completar un poco el puzzle.
-¿Cómo se consigue información en esas condiciones?
- Pues cada vez que tenía oportunidad de hablar con civiles les preguntaba
por las situaciones que nos habían descrito los militares. Luego hablaba de todo
ello con otros militares, y utilizaba mi propio sentido crítico. Si el General
por ejemplo nos quería vender lo buenos que habían sido sus hombres atendiendo a
los heridos civiles que se encontraban, yo me preguntaba quién había herido a
esos civiles. Normalmente resultaba que habían sido ellos mismos.
-Comentas que al principio los marines estaban contentos con el hecho de que
hubiese periodistas porque así alguien podía contar sus hazañas. Pero que luego
esto cambió y pasasteis a ser considerados una amenaza. ¿Cómo viviste este
cambio?
-Cuando esta gente recibe una visita de fuera pone su mejor cara. Pero esa
cara no se puede mantener de forma constante a no ser que sea sincera y real. A
medida que iban pasando los días y la situación se iba convirtiendo más
farragosa, la amabilidad se fue perdiendo y empezaron a vernos, o como un
estorbo o intentaban que reaccionáramos como si fuéramos uno de ellos. Y a eso
me negué. Traté siempre de no ser un estorbo y al mismo tiempo me negué a que me
tratasen igual que a una marine. Ni lo soy ni quise pasar por ello.
-Creo que estar rodeada de gente durante todo el día, no hace que te sientas
menos sola. ¿Cómo son esos momentos?
- A mí lo que me salvó de esa situación -mientras lo tuve, que no fue todo
el tiempo-, fue el teléfono. Lo utilicé muy poco porque era un teléfono satélite
que costaba carísimo y me aterraba pensar en la cuenta que podía llegarle al
periódico. No obstante, de vez en cuando conseguí hablar con mi chico, mi
familia o algún amigo. Cuando no tienes con quien hablar o desahogarte la verdad
es que acabas llorando...
-¿Lloraste muchas veces?
-Lloré algunas veces, no muchas porque en esas circunstancias no puedes
mostrar debilidad y procuras contenerte todo lo que puedes. No me considero una
persona débil, pero sí me considero un ser humano básicamente y yo creo que un
ser humano no puede ser de hierro. Admiro a la gente que no le afecta nada pero
a mí sí me afectan las cosas y en cambio no considero que eso me haga débil.
-Te he escuchado decir que esta guerra te había hecho cambiar la valoración
que tenías de muchas cosas. ¿En qué sentido?
-Aprendes a valorar más las cosas de la vida. Revisas qué sentido tienen las
ambiciones profesionales. Empiezas a pensar más en tus seres queridos: tu
familia, tus amigos, y te das cuenta de que ésa es la parte que más vale la pena
en tu vida. Acabé valorando mucho la solidaridad, el compañerismo, ese tipo de
cosas que aquí me faltaban y que encontré entre la gente del Hotel Palestina.
Aprendes que no puedes ir de autosuficiente por la vida, porque aunque sea
egoístamente se trata de hoy por mí y mañana por ti. Nadie puede sobrevivir sin
los demás. Aprendes también que no lo sabes todo y que siempre hay debajo una
capa más que no ves cuando haces tus cálculos sobre lo que allí te vas a
encontrar.
-El ser consecuente con lo que pensabas te ocasionó muchas críticas(*).
¿Siempre has sido así o es que en esta ocasión te planteaste cosas nuevas?
-Forma parte de mi carácter. Los que me conocen saben que si peco de algo es
de sinceridad. Mi chico en inglés suele decir que yo soy "brutalmente honesta".
Pero en ese caso precisamente por ese cambio de valores, pesó mucho más la
lealtad hacia mi amigo que la estabilidad de un puesto de trabajo -que era en
ese momento lo que podía peligrar, al ser sincera-.
-Dime algo que te haya sorprendido de ti misma.
-Una es la capacidad de acostumbrarte a todo. El ser humano es un ser de
costumbres, pero no sabía que las costumbres se pudiesen cambiar tan fácilmente.
Las primeras noches durmiendo en el suelo me parecieron tremendas y pensé que no
podría acostumbrarme. Al final de la guerra no sólo dormía genial en el suelo
sino también en peores circunstancias.
-Cuando salga publicada esta entrevista estarás otra vez de vuelta en Nueva
York como corresponsal. Un periodismo muy diferente al que acabas de vivir,
supongo.
-Es muy diferente y además te cuesta mucho el día a día. Allí echas de menos
el cubrir la noticia de primera mano. Suele haber un solo corresponsal para cada
país y como no puedes cubrir todo un país de primera mano con frecuencia tienes
que recurrir a las agencias, televisiones u otros medios de comunicación. Al
final acabas teniendo complejo de parabólica. Después de mi experiencia en Irak
he comprobado que doy lo mejor de mí misma cuando tengo la oportunidad de
vivirlo en directo. ∆
(*) Expuso con valentía a todos los medios de comunicación la última voluntad
de su compañero y amigo Julio A. Parrado: "No quiero que Pedro J. -director del
periódico para el que trabajaba- venga a mi entierro y se cuelgue medallas a mi
costa".