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DICIEMBRE  2003

Mi pequeña guerra

MERCEDES GALLEGO
-Corresponsal de guerra-

Mercedes Gallego

Mercedes Gallego regresó de la guerra de Irak de una pieza después de haber permanecido durante cinco semanas como periodista "empotrada" dentro de la 1ª División de Marines. Otros compañeros no tuvieron la misma suerte.
Las heridas del alma no se ven. Las pocas lágrimas de dolor y rabia que se escaparon de sus ojos fueron absorbidas por las arenas del desierto. Dice que le gustaría haber contado algo más romántico de esta guerra pero sólo recuerda polvo, armas, soledad y muchas mezquindades.
En "Más allá de la batalla" (Temas de Hoy), la periodista relata lo que no apareció en ninguna de sus crónicas. Ha dedicado el libro a Julio Anguita Parrado, su "compañero del alma".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Sabía que ellos no nos llevaban ahí para que diésemos la información más objetiva posible, sino para utilizarnos como medio de propaganda"

Texto: Mariló Hidalgo / Fotos: M.G.

-Desde el grupo Correo y Tele 5 nos llegaron puntualmente tus crónicas desde Irak y ahora publicas un libro para poder contar lo que no cabe en las páginas de un periódico ¿Qué tipo de información es ésa y por qué no aparece en una crónica?
-No cabe la parte personal. El día a día, tu experiencia personal con los marines. Los periodistas no somos ni debemos ser los protagonistas de nuestras crónicas. En la guerra las crónicas de todo el mundo se centraban más en aquellas partes relacionadas estrictamente con las batallas desde el más allá de la batalla. Este libro no es sobre la guerra sino sobre mi pequeña guerra. Lo que vi y me ocurrió. Cuento el día a día, le pongo caras y analizo el efecto de todo ello en los seres humanos -en el buen y mal sentido- con todo lo bueno y malo que conlleva del ejército americano que finalmente, es el ejército más poderoso del mundo. El que de una manera u otra decide nuestras vidas y al que creo que debemos intentar conocer lo mejor posible, aunque sólo sea por egoísmo.

-Hablas del ejército más poderoso del mundo y en cambio a través de tus crónicas parece que nos encontramos ante un ejército formado por personas de gran fragilidad.
-Supongo que la reflexión la voy y la estoy haciendo poco a poco. Una muestra de esa fragilidad es el carácter de la tropa, un poco infantil, pero tal vez eso sea necesario dentro del ejército americano porque es el tipo de gente moldeable que puedes adoctrinar. Posiblemente lo que nosotros vemos como fragilidad es para ellos un molde perfecto que les permite adoctrinar a aquella gente.

-Eras la única mujer en el regimiento de combate en el que estabas. Comentaste que nada más llegar varias mujeres marines te alertaron sobre la conducta que debías de seguir para no tener problemas con los marines. ¿Cómo conseguiste sobrevivir a esto y al mismo tiempo hacer bien tu trabajo?
-Curiosamente los problemas que tuve no fueron con la tropa sino con los oficiales. Nada más llegar al campamento las marines me recomendaron que vistiese de forma masculina y no aceptase favores de ningún soldado. Viví situaciones duras. Sobreponerse a esto, yo lo llamo el esfuerzo por mantener la cordura. No cabe duda que había muchos días que no tenías ganas de nada y lo último que te apetecía era sentarte a escribir una crónica. Se empezaba a ir el sol y tenía que ponerme a la carrera antes de que me quedase sin luz para seguir escribiendo. Francamente fue un gran handicap el hecho de tener que pelear para poder hacer tu trabajo y encontrar información. Siempre había muchas más cosas alrededor que las estrictamente periodísticas.

-¿Creíste en algún momento que podía peligrar tu integridad?
-Sí, muchos. Con cierta periodicidad el campamento donde me encontraba era atacado por la artillería irakí. Te despertabas sobresaltada -porque todo este tipo de cosas pasan de noche y te asustan mucho más-, sin luz, no se nos permitía emplear linternas de noche, por lo cual la oscuridad para moverte te entorpecía mucho más. Era más complicada la huída, el ponerte a salvo, y ello te provoca mucha más ansiedad. A ello hay que añadir la tormenta de arena que se colaba hasta dentro de la tienda. No podías ver ni las teclas de ordenador. Esto y la oscuridad hicieron muy difícil mi trabajo.

-El ir como periodista empotrada limitaba mucho el acceso a la información. ¿En algún momento pensaste que podías ser parte de la estrategia de guerra?
-Sí, por supuesto. Lo tenía clarísimo. Sabía que ellos no nos llevaban ahí para que diésemos la información más objetiva posible, sino para utilizarnos como medio de propaganda. Creo que es una tentación en la que hubiera caído cualquier ejército. Pero en cada uno está ser crítico con la información que recibe, tomarla con pinzas, no darle toda la credibilidad que ellos piden, y no dejarse utilizar. Había muchos días en que el General venía a contarnos una historia que yo escuchaba atentamente. Hacía preguntas, tomaba notas, y luego a lo mejor no tenía nada que ver con lo que yo escribía. Él me vendía su película, pero ésa no era la película que yo quería contar. Así que tomaba de ahí lo que me interesaba y a veces eso me daba pistas para "rascar" otro tipo de información para completar un poco el puzzle.

-¿Cómo se consigue información en esas condiciones?
- Pues cada vez que tenía oportunidad de hablar con civiles les preguntaba por las situaciones que nos habían descrito los militares. Luego hablaba de todo ello con otros militares, y utilizaba mi propio sentido crítico. Si el General por ejemplo nos quería vender lo buenos que habían sido sus hombres atendiendo a los heridos civiles que se encontraban, yo me preguntaba quién había herido a esos civiles. Normalmente resultaba que habían sido ellos mismos.

-Comentas que al principio los marines estaban contentos con el hecho de que hubiese periodistas porque así alguien podía contar sus hazañas. Pero que luego esto cambió y pasasteis a ser considerados una amenaza. ¿Cómo viviste este cambio?
-Cuando esta gente recibe una visita de fuera pone su mejor cara. Pero esa cara no se puede mantener de forma constante a no ser que sea sincera y real. A medida que iban pasando los días y la situación se iba convirtiendo más farragosa, la amabilidad se fue perdiendo y empezaron a vernos, o como un estorbo o intentaban que reaccionáramos como si fuéramos uno de ellos. Y a eso me negué. Traté siempre de no ser un estorbo y al mismo tiempo me negué a que me tratasen igual que a una marine. Ni lo soy ni quise pasar por ello.

-Creo que estar rodeada de gente durante todo el día, no hace que te sientas menos sola. ¿Cómo son esos momentos?
- A mí lo que me salvó de esa situación -mientras lo tuve, que no fue todo el tiempo-, fue el teléfono. Lo utilicé muy poco porque era un teléfono satélite que costaba carísimo y me aterraba pensar en la cuenta que podía llegarle al periódico. No obstante, de vez en cuando conseguí hablar con mi chico, mi familia o algún amigo. Cuando no tienes con quien hablar o desahogarte la verdad es que acabas llorando...

-¿Lloraste muchas veces?
-Lloré algunas veces, no muchas porque en esas circunstancias no puedes mostrar debilidad y procuras contenerte todo lo que puedes. No me considero una persona débil, pero sí me considero un ser humano básicamente y yo creo que un ser humano no puede ser de hierro. Admiro a la gente que no le afecta nada pero a mí sí me afectan las cosas y en cambio no considero que eso me haga débil.

-Te he escuchado decir que esta guerra te había hecho cambiar la valoración que tenías de muchas cosas. ¿En qué sentido?
-Aprendes a valorar más las cosas de la vida. Revisas qué sentido tienen las ambiciones profesionales. Empiezas a pensar más en tus seres queridos: tu familia, tus amigos, y te das cuenta de que ésa es la parte que más vale la pena en tu vida. Acabé valorando mucho la solidaridad, el compañerismo, ese tipo de cosas que aquí me faltaban y que encontré entre la gente del Hotel Palestina. Aprendes que no puedes ir de autosuficiente por la vida, porque aunque sea egoístamente se trata de hoy por mí y mañana por ti. Nadie puede sobrevivir sin los demás. Aprendes también que no lo sabes todo y que siempre hay debajo una capa más que no ves cuando haces tus cálculos sobre lo que allí te vas a encontrar.

-El ser consecuente con lo que pensabas te ocasionó muchas críticas(*). ¿Siempre has sido así o es que en esta ocasión te planteaste cosas nuevas?
-Forma parte de mi carácter. Los que me conocen saben que si peco de algo es de sinceridad. Mi chico en inglés suele decir que yo soy "brutalmente honesta". Pero en ese caso precisamente por ese cambio de valores, pesó mucho más la lealtad hacia mi amigo que la estabilidad de un puesto de trabajo -que era en ese momento lo que podía peligrar, al ser sincera-. Mercedes Gallego

-Dime algo que te haya sorprendido de ti misma.
-Una es la capacidad de acostumbrarte a todo. El ser humano es un ser de costumbres, pero no sabía que las costumbres se pudiesen cambiar tan fácilmente. Las primeras noches durmiendo en el suelo me parecieron tremendas y pensé que no podría acostumbrarme. Al final de la guerra no sólo dormía genial en el suelo sino también en peores circunstancias.

-Cuando salga publicada esta entrevista estarás otra vez de vuelta en Nueva York como corresponsal. Un periodismo muy diferente al que acabas de vivir, supongo.
-Es muy diferente y además te cuesta mucho el día a día. Allí echas de menos el cubrir la noticia de primera mano. Suele haber un solo corresponsal para cada país y como no puedes cubrir todo un país de primera mano con frecuencia tienes que recurrir a las agencias, televisiones u otros medios de comunicación. Al final acabas teniendo complejo de parabólica. Después de mi experiencia en Irak he comprobado que doy lo mejor de mí misma cuando tengo la oportunidad de vivirlo en directo. ∆

(*) Expuso con valentía a todos los medios de comunicación la última voluntad de su compañero y amigo Julio A. Parrado: "No quiero que Pedro J. -director del periódico para el que trabajaba- venga a mi entierro y se cuelgue medallas a mi costa".

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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