El terrorismo no se cura con más terrorismo, de
la misma manera que un cáncer de pulmón no se cura fumando como un
energúmeno. Cuestión de sentido común, porque para sumar dos y dos no hace
falta haber estudiado en una 'súper mega prestigiosa Universidad americana
que te pasas'. Basta con no ser gilipollas. |
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DICIEMBRE 2003
HIPOCRITAS
POR CAROLINA FERNANDEZ
C on la excusa de poner freno al
terrorismo internacional Estados Unidos se metió y nos metió a todos en un
disparate de guerra cuyos efectos y cuyas consecuencias no han hecho más que
empezar. Porque Estados Unidos, que piensa que el resto del mundo es
inmaduro, infantil e ingenuo, como la mayor parte del pueblo americano
-piensa el ladrón que todos son de su condición-, quiere que creamos que el
terrorismo es un fenómeno caprichoso, que brota espontáneamente en puntos
aleatorios del planeta, sin más razón que el cruce de cables de cuatro locos
que no tenían nada mejor que hacer que volar algún edificio que otro, y
volarse ellos mismos de paso. Hay gente con hobbies raros. Si los americanos
se persiguen para dispararse con bolas de pintura para curarse el estrés, de
la misma manera un universitario irakí se sube a un autobús cargado de
explosivos. Por pasar el rato. Pero los que no somos tan cortos de
entendederas, sabemos que el terrorismo es siempre una reacción ante algún
tipo de ahogo. Cuando un pueblo tiene muchas manos al cuello, aparece el
fenómeno terrorista. Lo que hay que analizar es qué manos son esas, a quién
pertenecen y qué intereses persiguen. Ahí empezarán a vislumbrarse las
soluciones.
EE.UU. ha diseñado un ambicioso plan de reorganización del área del Oriente
Próximo, para el que cuenta con la colaboración incondicional de Israel, el
eterno socio. Pero EE.UU. está dando pasos que chocan de frente con la
identidad de los pueblos y comunidades de la zona. Actúa con total
impunidad, sin tener en cuenta las características del suelo que pisan, que
tiene mucho de olla a presión, sin contemplar que se está sembrando un
futuro de odio y violencia en una zona que siempre ha sido especialmente
conflictiva y que occidente, por la distancia geográfica y cultural, nunca
ha llegado a comprender del todo. Y sobre todo sin contemplar las
consecuencias. Bush visita el Reino Unido bajo unas medidas de protección
espectaculares, acordes a su condición de hombre más odiado del planeta.
Pero el resto del mundo se expone cada día más a que le estalle una bomba
debajo de las posaderas, sin que nadie se preocupe por su seguridad.
Dicen que un síntoma claro de lo que empieza a tomar cuerpo es el hecho de
que esté creciendo como la espuma el sentimiento nacionalista en
determinadas comunidades del Oriente Próximo, sobre todo en reacción a todo
lo que tenga que ver con las injerencias americanas en la zona. En Irak, la
inseguridad, el acoso a que están siendo sometidas las tropas extranjeras,
los atentados contra objetivos occidentales en general y militares en
particular, no han hecho más que empezar. Son la avanzadilla de un
descontento que traerá muchas más consecuencias en un futuro próximo, ese
futuro que Bush nos había dibujado como un limbo de "Paz infinita", gracias
a su genial política internacional.
Ya estaban avisados, pero hasta ahora no se habían querido dar por enterados
de que el terrorismo no se cura con más terrorismo, de la misma manera que
un cáncer de pulmón no se cura fumando como un energúmeno. Cuestión de
sentido común, porque para sumar dos y dos no hace falta haber estudiado en
una 'súper mega prestigiosa Universidad americana que te pasas'. Basta con
no ser gilipollas. Ahora ya nadie puede hacer como que no se entera, porque
ya están empezando a llovernos los muertos occidentales. Los envían en
horizontal y envueltos en celofán. Y con muertos de los "nuestros" sobre la
mesa (porque mal que nos pese somos del grupillo de los aliados, por
capricho expreso de nuestro presidente) las cosas empiezan a verse de otra
forma. Está claro que la situación, que parecía totalmente dominada por los
generales que salían en traje de campaña para darnos el parte de guerra,
está cada vez más fuera de control. El espíritu que inflamaba el pecho de
los americanitos imberbes que han mandado a la guerra, rebosantes de
hormonas, dios y patria, bien adoctrinados como adalides del bien supremo,
está poco a poco perdiendo gas hasta que se convierta en una aerofagia sin
futuro. De momento, estamos desayunando un día sí y otro no con cadáveres de
occidentales. Lo de los carabinieri italianos, hace un par de semanas, me ha
dejado exhausta, porque me he gastado en dos días todas las lágrimas de
cocodrilo que tenía reservadas para el resto de la guerra, digo de la
posguerra. Así que con los que vengan ya no seremos tan fáciles de
impresionar. Todas las muertes son terribles, pero yo soy más impresionable
con un niño muerto en su colegio, o un señor que sale de su casa y va a su
oficina montado en un autobús bomba, que una persona que, para empezar, no
tendría por qué estar allí jugando a ser soldado, sino en su casa con su
gente, comiéndose una lasaña y animando a su equipo de fútbol.
Aquí estamos hechos de otra pasta. Se nos cae del cielo un avión lleno de
militares, por exceso de vodka en el depósito del piloto, y aquí no se mueve
una brizna de hierba. Es más, ya confundo la realidad, por sobredosis de
surrealismo, y esta misma mañana me he bebido un vaso de leche con Yakolev,
pensando en esos señores que volaban en un Cola Cao turbo en mal estado. A
tal grado de confusión hemos llegado. Así que con mi Yakolev caliente,
bebido a sorbitos, ojeaba el periódico y me detenía en la foto de Bush y
Blair, la pareja feliz, con sus respectivas consortes, jurándose
colaboración eterna contra los terroristas. Hasta que la muerte los separe.
Sonrío, porque hay uno que yo me sé que se ha quedado fuera de la foto, y
que debe estar rabiando en su casa, con su señora, tirándose del bigote sin
participar del ménage a trois. Pensaba en la cantidad de daños colaterales
que se esconden detrás de esas caras risueñas y pensaba también en quién me
inspira más desprecio, si un joven levantándose por la mañana dispuesto a
subirse a un coche lleno de explosivos para lanzarlo contra aquellos que han
invadido su país, o esta instantánea de los presuntos bienhechores del
planeta, llena de sonrisas. Llena de hipocresía.
No quieran saber la respuesta. ∆ |