
Un gobierno que se ve en la necesidad de echar a los
perros a la calle para mantener el orden, es necesariamente un gobierno
débil, consciente de que la calle representa un peligro para sus intereses. |
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ABRIL 2003

LO QUE ME FALTA POR VER...
POR CAROLINA FERNANDEZ
V ivimos en unos tiempos desquiciados.
Estamos siendo testigos de lo mejor y lo peor del ser humano. Las bajezas,
las mentiras, el egoísmo, comparten escenario con la justicia, la dignidad y
el valor. ¿Hacia dónde se inclinará la balanza? No hace falta ser una
pitonisa de línea 900 para adivinar que vamos a ver muchas cosas, y que
algunas nos van a sorprender. Otras no tanto.
Hemos visto, por ejemplo, a un presidente Aznar seguro de sí mismo,
prepotente, cínico en sus explicaciones, cómodamente parapetado detrás de
una mayoría absoluta. Falta por ver el descalabro. Esperamos las dimisiones.
Y si no llegan, por obra y gracia de un sistema democrático claramente
caducado que lo permite, espero ver cómo se derrumba un partido que en la
última legislatura ha demostrado con creces un absoluto desprecio por la
voluntad del pueblo. La dictadura de Aznar pagará su factura. Nos veremos en
las urnas.
Hemos visto a la policía zurrando con saña a la gente durante las
manifestaciones. Un gobierno que se ve en la necesidad de echar a los perros
a la calle para mantener el orden, es necesariamente un gobierno débil,
consciente de que la calle representa un peligro para sus intereses. Falta
por ver a la policía arrinconada, sobrepasada por una marea humana con la
que no puede batallar. Policía vigilada, si no por medios de comunicación
independientes, por ciudadanos que recojan las imágenes, las difundan, las
lleven a los tribunales y den la cara hasta el final sin miedo a que se la
partan. Quieren devolvernos a los tiempos de la represión, de los grises, de
la porra en la espalda. A ver quién gana el pulso en la calle.
Hemos visto a los super mega soldados americanos, ataviados como un "action
man" de hipermercado, y a los ingleses, matarse entre ellos por pura
descoordinación. Accidentes estúpidos, choques en el aire, confusiones. La
prodigiosa maquinaria bélica de los aliados está plagada de chapuzas que
pagan con vidas. Allá ellos. Lo que nos hubiera faltado por ver en esta
guerra es lo mejor del show, las fuerzas especiales del primo pobre de la
Alianza, léase España, con un henchido Federico Trillo a la cabeza del
pelotón. Sería un aliciente más en el telediario, porque puedo apostar un
riñón a que sería el toque folclórico de la contienda. Mortadelo y Filemón
en combate. Las tropas de Perejil puestas a prueba en terreno enemigo,
después de haberse desoxidado recientemente con las cabras del islote en
cuestión. Una lástima, de veras.
Hemos visto a los prisioneros americanos en manos de los iraquíes. Con gesto
asustado, algunos de ellos. No es para menos. Tanto el gobierno americano
como el gobierno inglés piden que se respetase la Convención de Ginebra.
Falta por ver si el resto del mundo, harto de las diferencias, no empieza a
aplicar la Convención de Guantánamo, de creación americana, para tratar a
los soldados de Ohio con la misma humanidad con que su gobierno trata a esos
pobres diablos afganos, que tuvieron la mala suerte de cruzarse con un
marine sediento de galones. Suerte, muchachos.
Hemos visto el prepotente despliegue de medios de los "aliados", última
tecnología al servicio del negocio bélico, frente a los misiles de Iraq, que
son considerados peligrosísimos si llegan veinte metros más allá de lo que
pone la ficha técnica. Falta por ver para qué valen los artilugios de los
soldados ante las temibles tormentas de arena, o cómo se las apañan, como ya
vaticinan algunos, ante las demoledoras temperaturas del desierto si la
guerra se alarga, que se alargará, y empieza a entrar el verano. Que se
refresquen con Coca Cola.
Hemos visto a la Iglesia pedir la paz. Claro que con una voz tan trémula y
tan poco decidida que no creo que resuene en el más allá. Quizás votó por la
paz, porque decantarse públicamente por la guerra hubiera resultado un shock
para su rebaño, por mucho que ya sea de sobra conocido, que no salió
precisamente con las manos limpias de muchos otros conflictos, desde los
guiños filonazis en la Segunda Guerra Mundial, hasta la vergonzosa pasividad
en Yugoslavia, la colaboración abierta con las desapariciones en Argentina o
la absoluta indolencia ante las interminables guerras africanas. Si la
Iglesia está realmente contra la guerra y a favor de la paz ¿por qué no ha
mostrado todas sus armas? O al menos la que más desata el pánico entre la
población creyente: la temible excomunión. Será que la reservan para las
niñas violadas, gran peligro para la humanidad, para padres de niñas
violadas y para médicos que practican abortos a niñas violadas en países
pobres, donde el miedo todavía es un arma poderosa. Pero todavía nos falta
por ver la inminente excomunión de José María Aznar y toda su corte de
ministros cristianos, católicos y practicantes, todos ellos buenos
rezadores, piadosos y cumplidores de rituales. También tengo la oreja puesta
esperando la excomunión del señor Berlusconi, y una larga lista de amigos de
la curia y enemigos de la humanidad. Estamos esperando.
Hemos visto lo que opina la Iglesia, pero no sabemos qué piensa Dios.
Francamente, si yo fuera Dios, estaría hasta los cojones de que todo el
mundo me tratase como un clínex multiuso, que lo mismo organiza un genocidio
que asiste a una misa de cabo de año por el vecino de enfrente. En concreto,
me darían nauseas que el señor Bush se llenase la boca con mi nombre para
justificar sus paranoias, y que me dé constantemente las gracias por haberlo
apartado del alcohol. Qué asco. Eso debió ser obra del diablo. No sé si Dios
tendrá en su anatomía celestial esa parte que aquí en la tierra sirve para
indicar el grado de resistencia psicológica ante una situación cargante. Los
cojones, no se alteren las feministas, sirven en el lenguaje coloquial para
establecer el límite. Hasta aquí hemos llegado. Ya digo, que no sé dónde
tendrá Dios sus respectivos, ni qué tamaño tendrán, pero desde mi humilde
condición de mortal me atrevo a decir que tiene que tenerlos grandes como
planetas -siendo Dios no imagino menos-, y dado lo cafre de su creación,
deben estar bien encendidos. Falta por ver qué pasará cuando la vida, la Ley
con mayúsculas, Dios, o lo que queramos, ponga las cosas en su sitio, que
las pondrá.
¿Qué más nos quedará por ver? Yo me muero de curiosidad.
Vaya tiempos. ∆ |