Cuando la niña que un día fue
nadie, saltó a los medios de comunicación, dejó de ser nadie, para ser
todo, para importarnos a todos, para convertir su drama en objeto de
opinión. |
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ABRIL 2003
NIÑA AL MARGEN
POR JOSE ROMERO SEGUIN
¿ Dónde estábamos cuando la niña
nicaragüense fue violada? ¿Qué mirábamos cuando ella miraba aterrada a los
ojos del violador? ¿Qué tocábamos cuando ella tocaba con asco y a la fuerza
la piel del criminal? ¿Qué nos acariciaba cuando ella era manoseada por su
agresor?
No sé dónde estábamos en esos dramáticos momentos, pero ante su embarazo,
aparecimos todos, y todos dispuestos a opinar. No tanto sobre la violación,
eso sí, sino sobre el aborto, sobre la conveniencia o no de que abortase,
unos a favor otros en contra, pero todos, y todos en suma posicionándonos en
el terreno que más nos gusta, el de la moral, y el oficio que más nos
conforta, el de ser no sólo depositarios, sino guardianes del civilizado y
libertario pensamiento occidental.
Cuando la niña que un día fue nadie, saltó a los medios de comunicación,
dejó de ser nadie, para ser todo, para importarnos a todos, para convertir
su drama en objeto de opinión. Y todo el desamparo con que vivió en esos
años anteriores se convirtió ahora en asfixiante atención, no cercana, pero
sí lo suficientemente diabólica para influir en su vida, para desampararla
de nuevo de la peor de las formas, sometiéndola a un debate que se rige por
las normas de un mundo del que ella no tuvo noticia cuando de verdad lo
necesitó, cuando de verdad le hubiera gustado que alguien estuviera a su
lado para protegerla de su agresor. Para que pudiera estar donde debía
estar, en la escuela, y no trabajando como una adulta a la edad de nueve
años y en pleno siglo veintiuno.
Pero qué se le va a hacer, no somos dioses, nos decimos, no podemos estar en
todos los sitios. Sin embargo, como dioses pontificamos sobre lo que tiene o
no tiene que hacer, sobre cuál debe ser su decisión.
Yo me pregunto, ¿alguien se acercó a ella para preguntarle qué quería o no
quería, y cómo se sentía? No lo sé, tal vez lo hayan hecho, pero, me temo
que con idea de convencerla para la causa de sus argumentos, para hacer de
ella un punto más en el casillero de sus postulados morales e intelectuales.
Sin querer saber que ella pertenece a otro mundo, a un mundo que gira en
sentido contrario al nuestro, y que por lo mismo, ella no está sujeta a
nuestras pautas de conducta. Si ha sido tratada durante toda su vida como
una niña al margen, en función de intereses tan bastardos como criminales,
por qué ha de actuar si no es conforme a su criterio, por qué se ha de
atener a unas normas morales, políticas y sociales, que no han hecho nada
por ella.
Ayer olvidada y violada, y hoy convertida en producto para el debate, para
engordar audiencias, para saciar apetitos seudo didácticos e intelectuales,
para enriquecerse unos y otros. Hay que crear conciencia, lo sé, pero para
eso, no basta con debatir, con denunciar, hay que actuar, y hay que hacerlo
antes de que ocurran éstas cosas, que porque pasan en cualquier parte del
mundo civilizado, sabemos que son terribles y terriblemente traumáticas para
sus víctimas, y que no hay consuelo para ellas, ni posibilidad de ser
resarcidas, pese a los torpes esfuerzos que en estos casos se realizan, para
cuanto más en éste. Y que como no hemos podido ampararlas no les debemos
sino el máximo respeto y consideración hacia ellas y sus íntimas decisiones.
Pero la iglesia que es dios aquí en la tierra, y que por lo tanto pudo estar
allí, y no estuvo, va más allá del debate y haciendo uso de la más rancia e
integrista ortodoxia condena a la excomunión a esta niña y a sus padres por
haber adoptado la decisión de abortar.
Dejan, por tanto, a la niña sin dios, ¿dónde estaba éste cuando fue
violada?, ¿dónde sus representantes?, que tanto dinero recaudan para una
caridad que debiera ser más generosa en obras sociales y menos en
inversiones de dudosa legalidad. Pero es así, a esta niña y a sus padres, si
eran cristianos, cosa que desconozco, se les pretende arrebatar acaso la
única esperanza que les sostenía, la de ser hijos de Dios, la de ser
hermanos de los demás hombres. Curioso, por no decir, esperpéntico, tratar
de apear de la fe en los demás hombres a quienes no deberían sino recelar de
ellos por cómo han sido tratados en todos los órdenes. Lo de la otra vida,
si no fuera por lo que tiene de irónica burla, debería llamar a arrebato,
porque ya es duro que les neguemos el pan y la sal aquí en la tierra,
sometiéndolos al único y verdadero infierno que van a sufrir; para que,
además, en un alarde de cinismo y de desvergüenza sin parangón, intentemos
escamotearles la otra vida. Es decir, que aquí, violada, explotada y
manoseada por la opinión de los que tiene por amparo el don del debate
moral, y cuando muera, excluida de la mansión de los justos, donde claro
está, vivirán opíparamente los injustos y directos responsables de su
situación.
Esto último, puede resultar incongruente, esperpéntico y banal, para
aquellos que no creen, pero no podemos olvidar, que tal vez, a esa niña, el
que la excomulguen le puede añadir un dolor adicional a su ya doloroso
drama, aunque sólo sea por cuanto la decisión tiene de rechazo. ∆ |