Santiago Vidal es juez, profesor de derecho y
criminología, miembro de Jueces para la Democracia. Y, sobre todo, es un
hombre con fama de hablar claro. Recientemente ha publicado
"In-justicia", un duro ejercicio de autocrítica del sistema judicial,
acompañado de propuestas y soluciones.
"Creo que sería muy bueno hacer
exámenes psicológicos cada cierto tiempo para garantizar que, además de
los conocimientos técnicos, los jueces tienen también capacidad de lógica,
raciocinio, sensibilidad"
"No cuestiono la propiedad
privada, pero me parecen defendibles los movimientos okupas, cuando
utilizan un espacio que estaba abandonado, muchas veces en estado de
ruina, lo acondicionan y realizan actividades en él"
"No tengo muy claro eso del poder
de la Justicia; poder tienes muy poco, pero sí la posibilidad de aplicar
la ley de la manera más racional y humana posible"
"El actual clima político y
social, sobre todo desde el 11-S, puede llevar a cometer excesos con mucha
facilidad" |
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Texto: Rami Ramos / Fotos: M. A. Oliva
Sensibilidad,
humanidad, ética, son palabras poco usadas en el código penal. Pero Santiago
Vidal tiene claro que una cosa es la Ley y otra la Justicia. Y, ante la duda,
que triunfe el sentido común. Se declara intelectual de izquierdas, apoya los
movimientos okupas, afirma que la Audiencia Nacional es una institución caduca,
y se confiesa poco creyente en la Justicia, así, con mayúsculas y en absoluto.
En resumen, un juez atípico ¿o no tanto? Él defiende que, a pesar de que la mala
imagen de la Justicia está justificada, también hay muchos jueces con
conciencia.
-¿Cuál es la diferencia entre justicia y
ley?
-La ley es la expresión escrita de la voluntad del pueblo a través de los
legisladores, que por vía de esa representación dicen lo que está bien y lo que
está mal. Pero la justicia es muchísimo más que eso, es más compleja, más
humana. La ley en sí misma no es justa ni injusta, pero el resultado de
aplicarla literalmente a un caso puede ser cualquiera de las dos cosas.
-¿Por qué decidiste ser juez?
-En el año 1988 se modificó la Ley Orgánica del Poder Judicial, permitiendo
que además del sistema tradicional de acceso a la judicatura, que eran las
oposiciones libres, hubiera un segundo método de acceso mediante concurso mixto.
Entonces vi la oportunidad de dejar de pedir un poco de humanidad para los
ciudadanos que aparecían en mi despacho de abogado buscando justicia, o a veces
clemencia; dejar de pedir y empezar a administrar, partiendo de que el juez es
un ser humano que se equivoca. La verdad es que no tengo muy claro eso del poder
de la Justicia; poder tienes muy poco, pero sí la posibilidad de aplicar la Ley
de la manera más racional y humana posible.
-¿Persigues algún ideal?
-Yo siempre me he considerado, y lo digo con minúsculas, un intelectual de
izquierdas. Por tanto la respuesta es sí. Cuando alguien dice que los jueces
tenemos que ser neutros se me ponen los pelos de punta. Un juez tiene que ser
imparcial y honesto; pero es malísimo que sea neutro, es decir, sin ideología,
sin ilusiones, sin objetivos en el ejercicio de su profesión. Yo persigo un
ideal, pero siempre circunscrito a interpretar la Ley, a administrar justicia en
un caso concreto, porque no creo mucho en la Justicia, en mayúsculas. La
Justicia es intentar resolver de manera civilizada unos conflictos que los
propios ciudadanos no han sabido resolver por su cuenta y riesgo.
-Hace años un político andaluz dijo: "la Justicia es un cachondeo". ¿Tenía
razón?
-Yo diría mejor que es un desastre. Cachondeo es algo poco serio, y la
Justicia en este país sí es seria, a veces demasiado. Muchos colegas míos
piensan que llevar una toga negra infunde autoridad y potestad y que un juicio
es, como quien dice, el juicio final. Hay que desdramatizar este rigor formal,
absolutamente innecesario, pero desde luego que la Justicia no puede ser un
cachondeo, una charla de café ni un debate superficial. Dicho esto, hay que
reconocer que la Justicia no está a la altura de lo que la sociedad pide y tiene
derecho a exigir, porque para algo paga sus impuestos. Por desgracia llegamos
tarde y llegamos mal, muchas veces no resolvemos de acuerdo con el sentido común
de la ciudadanía. La Ley tiene muchas interpretaciones y cuando su aplicación
literal choca con tu sentido común, algo no funciona: o no estás analizando
correctamente el caso o la norma no ha sabido adaptarse al cambio de los
tiempos. Para eso está el juez, porque si no habría un ordenador con todas las
normas en su base de datos, al que se le darían los elementos del caso y que
resuelva, que como no es humano no se equivocará. La cuestión judicial es
bastante más compleja.
-Si el Poder Judicial es uno de los tres pilares de la democracia, ¿cómo está
tan supeditado al poder político?
-Por desgracia, la capacidad legislativa de un país no está sujeta a control
judicial hasta después de que se han aprobado las leyes. Los jueces podemos
cuestionar esa actividad legislativa, pero lo hacemos siempre a posteriori,
cuando el daño ya está hecho. Esto lo digo porque a veces se nos pide algo que
no podemos hacer, que es prevenir la eficacia de una ley, cuando para eso está
el poder legislativo, nosotros entramos después. Lo que sí es verdad es que
cuando los jueces actuamos muchas veces no lo hacemos con el sentido crítico e
incluso con la intención didáctica que sería necesaria. La ciudadanía espera que
los jueces, ante un conflicto concreto, sepan dar una solución que no solamente
sea práctica sino que además sea pedagógica, y eso muchas veces no lo hacemos,
entre otras cosas por el lenguaje críptico, farragoso y muchas veces
ininteligible que utilizamos.
-¿Qué es lo primero que se echa en falta en la Justicia española?
-En principio, criterios de eficacia. Es un servicio público en el que no se
optimizan, ni de lejos, los pocos recursos que hay. Es cierto que faltan
recursos humanos y materiales, pero aún así, con los que tenemos, podría
funcionar muchísimo mejor. Es un ejemplo de administración excesivamente
burocratizada, lenta, formalista, en la que se pierden recursos, tiempo y
medios.
-¿Por qué se destina tan poco presupuesto?
-Lo tengo absolutamente claro: porque al poder político le interesa que sea
así. El gobierno -me refiero al gobierno central del Estado, pero también a los
autonómicos y locales-, es consciente de que una de las funciones del Poder
Judicial es controlar la legalidad de su actividad. Si no tiene medios,
evidentemente, no puede cumplir ese objetivo, y si encima llega tarde, da una
carta a un político, no excesivamente democrático, que tiene el recurso de decir
a la ciudadanía: "yo ya hago las leyes, son los jueces quienes no las aplican
bien y a tiempo".
-¿Por qué eres tan crítico con la Audiencia Nacional?
-No soy el único. Hay una corriente jurisdiccional importante, sobre todo en
el sector de izquierdas, que la cuestiona. La Audiencia Nacional nació en una
época de transición en la que el fenómeno terrorista era gravísimo, y no había
implicación de los jueces y fiscales en las normas constitucionales. Pero
mantener durante años un órgano judicial de excepción, creado para unas
circunstancias concretas, es un gravísimo error. Por ejemplo, rompe el derecho
constitucional al juez en el territorio donde se comete el delito, expresando
además que el poder legislativo no confía en el judicial en este tipo de
materias. ¿Temen que los jueces del País Vasco no sean capaces de sobreponerse a
su miedo, que es totalmente legítimo, y no sepan juzgar un caso de terrorismo en
su propio territorio? Pues le hacen un flaco favor a la judicatura, de alguna
manera nos ofenden a todos. El juez que no sea capaz de superar eso tiene que
colgar la toga e irse a casa, nadie le obliga a esto. Sin que tengamos que ser
mártires, simplemente cumplir la obligación que hemos asumido.
-¿Qué opinas de la Ley Antiterrorista y de la nueva Ley de partidos?
-La Ley Antiterrorista es una legislación de excepción temporal, que pone
trabas a las normas generales. Si un detenido común tiene derecho a escoger un
letrado que le defienda, ¿por qué un detenido al que se le aplica esta
legislación no tiene este derecho? Se le otorga un letrado de turno de oficio,
que además está en Madrid y que está obligado por imperativo legal a aceptar el
caso. Evidentemente, más que defender, asiste. Yo entiendo que eso son
vulneraciones muy peligrosas de derechos fundamentales, es una legislación que
habría que derogar cuanto antes. Pero el Proyecto de Ley actual incide en esta
misma vía, para resolver un problema concreto se pretende aprobar una
legislación para todo el Estado. Y es peligrosa, porque la frontera con la
conculcación de derechos como la libertad de expresión, el derecho de reunión o
de asociación política, es muy tenue. El actual clima político y social, sobre
todo desde el 11-S, puede llevar a cometer excesos con mucha facilidad.
-Algunas de tus sentencias favorables al movimiento okupa han sido polémicas.
¿Cómo conjugar el derecho a la propiedad privada con el derecho a una vivienda
cuando chocan entre sí?
-A veces es difícil. Para mí, y muchos otros juristas dicen lo mismo, el
derecho a la propiedad privada no es absoluto, sino que tiene contenido social.
La propiedad de un objeto tiene sentido cuando sirve para algo. Un edificio se
ha construido para estar habitado, para ser una fábrica o un almacén... Dejarlo
abandonado para que pasen los años, que el solar se revalorice y poder venderlo
por cien veces más de lo que costó, va en contra de esa finalidad social. No
cuestiono la propiedad privada, pero me parecen defendibles los movimientos
okupas, cuando utilizan un espacio que estaba abandonado, muchas veces en estado
de ruina, lo acondicionan y realizan actividades en él, por alternativas que nos
puedan parecer. ¿Cómo compaginar eso con el derecho constitucional a la vivienda
digna? Fomentando un control férreo a la especulación privada. Y promocionando
la edificación y las nuevas viviendas de protección oficial. Los poderes
públicos tienen mucha responsabilidad en esa materia, que no están ejerciendo
como debieran.
-En tu libro "In-justicia", propones que los magistrados superen una prueba
psicotécnica. ¿Es que no están suficientemente preparados?
-Por suerte, de las aproximadamente 400.000 resoluciones que se dictan al
año en los tribunales españoles, solamente hay mil que no entiende no sólo la
ciudadanía sino los propios juristas; a veces no las entiende ni el que las ha
dictado. ¿Cómo disminuir ese número? En países como Inglaterra o Dinamarca
exigen a los aplicadores e interpretadores del derecho que no sólo sean expertos
en leyes, sino también en materias como criminología, antropología o sociología,
para comprender no sólo el texto legal sino las circunstancias que rodean a un
conflicto humano. Aparte de esta formación multidisciplinar, creo que sería muy
bueno hacer exámenes psicológicos cada cierto tiempo para garantizar que, además
de los conocimientos técnicos, tienen también capacidad de lógica, raciocinio,
sensibilidad. En España el que tiene más memoria y consigue aprenderse todos los
temas de la oposición entra en la carrera judicial, aunque luego no sepa
razonar. Y lo que es peor, permanece toda la vida porque es un cargo vitalicio.
-¿Qué problemas te ha creado hablar tan claro?
-La verdad es que llevo unos 24 años en el mundo del derecho y tengo la
sensación de tener muchos amigos pero también bastantes enemigos. Sobre todo
dentro del aparato institucional de la Justicia, no se me perdona que intente
decir las verdades en voz alta. Éste es un mundo en el que se hace todo de
tapadillo, siempre hay que lavar la ropa sucia en casa. Y yo a eso me he opuesto
siempre, es una cuestión de principios y de dignidad. Una de las pocas maneras
de mejorar las cosas es reconocer lo que no funciona bien, y para ello es
necesario que se sepa. Si no hacemos este análisis de autocrítica, ¿cómo vamos a
superarlo? Pero eso en el mundo de la judicatura es un principio que no ha
calado: "no es necesario decir lo que no funciona, ya bastante nos critican
desde la sociedad o desde los medios de comunicación". Yo siempre he pensado que
nos critican en parte porque no somos nada transparentes, siempre hemos cerrado
las puertas de los tribunales a la sociedad y estoy convencido de que es un
error.
-¿No tienes miedo a sufrir represalias por tus opiniones?
-Que a los jueces nos pongan etiquetas es bastante habitual en este país, no
me preocupa. Intento hacer bien mi trabajo, y procuro que sea comprendido por
aquellos a quienes va destinado. En cuanto a represalias por parte del servicio
de instrucción... con franqueza, el riesgo siempre está, pero yo sigo confiando
en que tenemos una Justicia imparcial y honesta. Evidentemente hay algún juez
corrupto y algún inspector del consejo ha adoptado medidas disciplinarias
influido por connotaciones políticas, pero estoy convencido de que es la
excepción que confirma la regla. Las puertas de mi juzgado han estado siempre
abiertas a la inspección del consejo, primero porque es mi obligación legal y
segundo porque quiero. De hecho, no sé si los ciudadanos saben que los jueces
pasamos un control cada cinco años tanto de nuestras decisiones judiciales como
de la calidad y cantidad de trabajo que se hace. Por lo tanto, ser claro no me
produce ningún temor. Lo digo con toda humildad, pero con toda franqueza. ∆ |