
Que no quede pues nadie sin su
tono, para que nadie se sienta olvidado en medio de esta marea de soledad
y egoísmo que nos aqueja y que amenaza con hacer de nosotros, islas en
medio de islas. |
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EL TONO
POR JOSE ROMERO SEGUIN
C omo gimientes ballenas en medio de
los océanos se desplazan los jóvenes por las calles de las ciudades con su
móvil en la mano dando tonos a sus amigos, para que todos sepan, que aún
caminan, y que mientras caminan los recuerdan.
La poesía lo invade todo, nada se le resiste, quién podría augurarle futuro
cuando la margarita del antiguo: me quiere no me quiere, fue desplazada por
un pequeño aparato electrónico que no cesa de emitir señales que buscan
desesperadamente un interlocutor al que anunciarle que está en tu memoria,
que pese a que quizá no has hablado con él en meses, lo sigues teniendo
presente.
En la otra dimensión, el receptor del mensaje debe respetar la regla no
escrita, no responder, comprobar simplemente el número del emisor para saber
quién le saluda, quién le recuerda.
La emoción, debe imponerse a la frialdad del complejo instrumental
electrónico que hoy ha colonizado nuestras vidas, siguiendo las consignas de
un mundo entregado a la fascinación que nos produce ese afán desmesurado por
romper barreras, por ir más allá en todos los ámbitos de la investigación
científico-técnica.
Las herramientas no nos hacen mejores, pero sí más eficaces, eso es un hecho
incontrovertible, como también lo es su implicación claramente mercantilista
que convierte a todos estos instrumentos en artículos de lujo capaces de
generar importantes beneficios a aquellas empresas que los comercializan y
explotan. Y como es así, se pierde en ellos cualquier atisbo del generoso
reto que mueve casi siempre al inventor a investigar y crear nuevas
herramientas, y pasan a ser meros productos comerciales que desplazan a los
antiguos medios, en este caso, de comunicación, para asentarse ellos. Y lo
consiguen con facilidad, por su versatilidad y eficacia, pero son caros y no
accesibles a todos, aunque por su proliferación no lo parezca. Y es por ello
que el joven inventa fórmulas para hacer uso de él sin soportar el alto
coste que supone su utilización. Y qué mejor que ese sistema, el del tono,
un pitido, una nota, una señal electrónica que junto a millones de otras que
al igual que ellas buscan el receptor elegido, cruzan sin perderse ni
mezclarse, calles, ciudades, parques, llanuras y desiertos, para llevar
inscrito en un número el aliento de quien te recuerda quizá a deshoras.
Un tono que da el tono de los tiempos que son, en los que el tiempo ha
ganado definitivamente la partida al espacio en la escala de valores. Ya no
hay distancias, tampoco tiempo. Ahora el tiempo es la sal, es el oro, es el
diamante, es la materia inmutable de la que están hechas todas las casas,
hasta las más íntimas, hasta las que nacen del alma y son para el alma.
Hoy, todo está a un paso, todo a un tono, pero no tenemos tiempo porque ese
paso y ese tono tienen un precio tan elevado que el darlo nos exige entregar
nuestro tiempo. Por ello debemos burlar las normas y conformarnos con una
señal que no es más que un gemido que busca romper la soledad con que nos
humilla este tiempo sin espacio ni tiempo.
Cómo vas a enviar una carta, si tienes el correo electrónico, si puedes
hablar y ver a tu interlocutor en tiempo real, como puedes no caer fascinado
por la eficiencia de vertiginosa paloma mensajera de las nuevas herramientas
de comunicación. No puedes, sencillamente no puedes, y como es así, qué
mejor que adaptarse y buscar fórmulas imaginativas para decirle al otro
aunque sea en un tono que no lo olvidas, que está en tu memoria.
Es verdad que se están acortando las palabras, que nuestro nombre se pierde
en una fría cifra, que la conversación desaparece a pasos agigantados, pero
mientras perviva la necesidad de comunicarnos, de hacer saber a los demás
que vivimos y que en gran medida lo hacemos por ellos, habrá esperanza,
sabremos que no estamos vencidos, que la herramienta no se ha constituido en
la razón última de comunicarnos. Por eso me emociona el tono, porque es una
forma imaginativa y revolucionaria de exigir el derecho que tenemos a
comunicarnos. Una forma de rebelarse contra los mercaderes que no respetan
una de las más hermosas cualidades que adorna al ser humano, como es la
comunicación.
Que no quede pues nadie sin su tono, para que nadie se sienta olvidado en
medio de esta marea de soledad y egoísmo que nos aqueja y que amenaza con
hacer de nosotros, islas en medio de islas.
El universo no es al fin y al cabo sino un inmenso sistema de señales, de
tonos que anuncian que alguien en algún lugar nos tiene presentes, y lo que
es más importante, que guarda de nosotros, memoria. ∆ |