Lo que más me revienta de
los cuentos infantiles son esos de princesas estúpidas y príncipes azules
(deben de ser todos familia de los pitufos). |
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LOS CUENTOS DE SIEMPRE
POR ELENA F. VISPO
¿ Se acuerda alguien de Winnie de Pooh?
Era un oso con camiseta al que le encantaba la miel y vivía en el bosque con
sus amigos: un burro, un cerdo, un tigre y un niño que aparecía por allí de
vez en cuando. Ellos pasaban sus aventuras, sin meterse con nadie, pero con
la modernidad se les ha cortado el rollo. Resulta que hace un tiempo que los
pediatras más destacados de Canadá, país del que es originario Winnie, se
pusieron a hacerle unos análisis psicológicos, a él y a sus colegas. Como si
los pediatras más destacados del país no tuvieran otra cosa que hacer, que
se ve que no.
El caso es que los diagnósticos son preocupantes. Resulta que el pobre oso
tiene problemas serios y nadie se había dado cuenta antes: Winnie es
hiperactivo, compulsivo, con problemas de falta de atención, tendencia a la
obesidad y tics nerviosos. Un cuadro, pero la cosa va más allá y es que Dios
los cría y ellos se juntan. Al animal no le queda un amigo sano. El burro
tiene una depresión profunda causada por una amputación traumática de la
cola, pero dicen los pediatras que en estos casos el Prozac es mano de
santo. El cerdo también padece ansiedad, aunque el que se lleva la palma es
el crío: sufre una crisis de identidad sexual, le falta la figura paterna y
-atención- es preocupante que pase tanto tiempo con animales. No te jode. En
unos dibujos animados donde el protagonista es un oso, ¿con quién va a
estar, el desgraciado? No quiero ni pensar cómo acabaría Mowgli, el del
Libro de la Selva.
Es que los adultos tenemos la manía de pasar todas las cosas por el mismo
tamiz. Y claro, no se pueden analizar los cuentos infantiles con la lógica
de un señor cuarentón y con la carrera de pediatría. Porque entonces los
destripas. Aunque de paso te puedes dar cuenta de las chorradas que te
contaron de pequeña.
A mí lo que más me revienta de los cuentos infantiles, lo que más, son esos
de princesas estúpidas y príncipes azules (deben de ser todos familia de los
pitufos). Porque no tienen ni pies ni cabeza. Vamos a ver, ¿por qué la
Cenicienta querría casarse con un tío que no era más que un fetichista,
obsesionado con los pies? Si él ni siquiera se acordaba de su cara, por
Dios, sólo la reconoció cuando se puso el zapato. Que por cierto, la
Cenicienta debía de ser china, para tener un pie tan diminuto.
Y más: ¿Cómo podían ser tan inútiles las tres hadas de la Bella Durmiente?
Durante dieciocho años no tienen otra cosa que hacer que evitar que la niña
se pinche con una rueca, y van el último día ¡y la dejan sola! Claro, como
no sabía bordar, se pinchó. Haberla enseñado. Cien años después llega un
príncipe, atraviesa un bosque lleno de zarzas, y la despierta. Y digo yo ¿no
hubiera llegado antes un jardinero?
La única que no era tonta del todo era Blancanieves, más que nada porque
como se fugó de casa tuvo que espabilar. Aunque yo no llamaría espabilar a
meterse a trabajar en una casa con siete mineros, que debían de tener la
casa buena. Y para colmo se intoxica con una fruta en mal estado, si es que
esta chica tuvo mala suerte en la vida. Menos mal que luego vino un príncipe
y la salvó. La pena es que era un poco morbosillo, porque ya hay que tener
ganas para besar a una muerta. No me gustaría conocer los detalles de su
vida conyugal.
Y no me puedo olvidar de uno de mis favoritos: la princesa del guisante.
Después de perderse y pasarse toda la noche caminando sin rumbo bajo una
tormenta que tiembla el misterio, la tía pide refugio en un castillo porque
no puede más, y luego no pega ojo porque le ponen un guisante debajo de
veinte colchones. Tate. Es una princesa. Como la prueba del algodón, pero en
princesas: ni Peñafiel lo hubiera hecho mejor. Yo creo que lo que tenía esta
mujer era una mezcla de psoriasis crónica y pijería. Porque como tener la
piel hipersensible sea un requisito indispensable de realeza, pobres
infantas. Menuda cruz genética.
Los cuentos infantiles de toda la vida eran un horror, pero nosotros tan
contentos, nos tragábamos lo que nos echaran: ogros caníbales, niños
asesinos, emperadores exhibicionistas, brujas con verruga... Pero una va
haciéndose mayor y ya no se acojona con estas cosas. Se acojona con otras.
Porque ahora voy a contar algo verdaderamente terrorífico: lleva ya tiempo
en el mercado un libro titulado "Érase una vez... Los mejores cuentos
comentados", por Ana Botella. La intención, según la autora, es dar a los
padres un instrumento para comunicarse con sus hijos. Aunque supongo que va
dirigido a cierto tipo de padres, dado lo prohibitivo del precio. El caso es
que Perrault, Andersen, los hermanos Grimm llevan siglos trasmitiendo los
discutibles valores de la tradición oral. Y por si no nos hemos enterado
bien, llega Ana Botella y nos comenta los aspectos más interesantes. Así se
forman los hijos del PP.
Al lado de esto, el coco da risa. ∆ |