De pequeño quería ser mecánico pero acabó
aprendiendo los engranajes de la vida y la literatura. En ambas cosas
aboga por desmontar un sistema que aprieta las tuercas a los más
desprotegidos, y engrasar la conciencia social como motor de cambio.
" A los jóvenes críticos ya no se
les juzga desde una dictadura que les condena, sino desde lo que el
mercado pide o no pide"
"Uno de los éxitos culturales de
la derecha en el último cuarto de siglo ha sido destruir la idea de
esperanza y la idea de futuro"
"Hacer una lista de ONG es como
un inventario del desorden del mundo"
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Texto: Rami Ramos / Fotos: Guillermo Camaselle
H acía cuarenta años que tenía en la cabeza la
historia de uno de los caballeros de la mesa redonda, que emprende un viaje con
su esposa y le demuestra su amor, día a día, en todas las peripecias del camino.
Es la crónica de las aventuras de Erec y Enide (Ed. Mondadori), que
Montalbán ha contado de nuevo, reencarnando a los dos amantes en Pedro y Myriam,
que ejercen como cooperantes en Centroamérica. Ellos dos, junto a un profesor
amargado y afamado, que da una conferencia sobre el mito artúrico, y su esposa,
una pija barcelonesa que tiene que tomar algunas decisiones importantes,
van hilando el argumento de esta novela. En ella se entrelazan lo social y lo
personal, como es corriente en la obra de Montalbán. Igual ocurre con el
escritor, que lo mismo escribe un diccionario de cocina que se marcha a la selva
Lacandona a charlar con el subcomandante Marcos.
-"Erec y Enide" recupera la necesidad de
hablar del futuro y la utopía en estos tiempos. ¿Hacia dónde se dirigen sus
utopías?
-Pues precisamente a discutir el sentido quimérico que ha tenido la palabra
utopía. En este momento lo utópico es un inventario de necesidades reales y por
qué no se satisfacen. Cuando se trata de necesidades que afectan a la inmensa
mayoría de la población, que se podrían resolver con el desarrollo científico y
técnico que tenemos, entonces ya no es una utopía. Es la constatación de lo
necesario. Ante eso el derecho a la rebelión y al forcejeo me parece legítimo.
-¿Dónde está la conciencia de izquierda cuando no hay un partido político
fuerte que pueda representarla?
-El sistema lógico que se había creado en la primera revolución industrial
está envejecido. El problema ahora es saber quién es el sujeto histórico de
cambio, es decir, quién quiere o necesita cambiar las cosas. Y aquí, dentro del
grado actual de desarrollo del capitalismo que se llama globalización,
estaríamos en el terreno de los perdedores.
Así como en la etapa del esclavismo se habló del amo y el esclavo, en la etapa
posterior de la aristocracia y la burguesía, luego de la burguesía y el
proletariado, ahora tenemos planteada una tensión entre globalizadores y
globalizados. No es lo mismo contemplar la economía mundial globalizada desde la
perspectiva norteamericana o desde el Fondo Monetario, que desde una comunidad
de la selva Lacandona. Cuando te plantean la globalización como un término
neutral integrador no es verdad, son "lentejas, si las quieres las tomas y si no
las dejas". Y es lógico que ante eso empiece a cuajar un frente que cuestiona
una determinada lógica de la globalización. Me parece que sea el signo de las
luchas de este siglo.
-En las últimas elecciones francesas Le Pen dio un susto colándose en la
segunda vuelta. ¿Fue un síntoma del desencanto político?
-Es posible, pero si sumamos todos los votos que tuvieron las izquierdas
francesas el resultado es espléndido. Entre los votos que conservan los
socialistas, todos los que no perdió el partido comunista, y los votos para
opciones trotskistas o ecologistas, daban un resultado de casi un 40%, que al
fragmentarse proporcionaron el fenómeno Le Pen. Se ha puesto en marcha una
alerta europea por los avances de la extrema derecha, condicionados en buena
parte por un nuevo orden social derivado de las inmigraciones. Pero es que las
inmigraciones son fatales, no se pueden evitar. Se puede evitar una invasión
militar, pero no una de desesperados económicos. Es un fenómeno complejísimo,
que va ligado a un orden internacional económico y no es de fácil solución. Sólo
se podría parar con una racionalización del sistema económico mundial, pero por
descontado que los poderosos de estos momentos no quieren ni oír hablar de ello.
-Usted afirma que hay pocas voces, principalmente de intelectuales, que den
el grito de alarma.
-Creo que los intelectuales estamos pagando, en general, el retrato de un
intelectual gurú, que se acuñó entre los años 30 y 50 y que lógicamente a la
hora de la verdad se estrellaba contra la realidad. Había una época en España en
que la gente decía: "si Ortega hubiera querido, la guerra civil se hubiera
evitado". Estupideces tramadas por los discípulos de Ortega, jamás un gurú ha
estado en condiciones de cambiar los signos de la historia. Los intelectuales
han salido de ese juego un tanto escaldados, en algunos casos han pasado
cínicamente a la privacidad, diciendo "hago mi carrera personal caiga quien
caiga"; y también hay otro sector de paniaguados. Creo que el sector mayoritario
es el de los que no se fían del rol del gurú, no acaban de asumirlo por una
sensación de pudor.
-¿Cuál es el verdadero papel del intelectual en estos tiempos?
-Yo no dictaría ningún decálogo, es una libre elección. Sigo creyendo en la
división del trabajo, en que si unos cuantos practicamos un trabajo que consiste
en acumular saber y distribuirlo mediante el lenguaje, eso implica una
responsabilidad social. Que la asumas o no es otra cuestión; que la asumas de
una manera más o menos explícita también es un hecho libre. Yo parto de que si
has asumido una determinada posición debes aclararlo con los códigos precisos.
No puedes escribir poesía denunciando a Bush, o convertir la novela en un
territorio de divulgación ideológica. Pero tampoco tienes que ocultar lo que
piensas, porque la política también es una materia literaria.
-¿Usted se siente libre para decir lo que piensa públicamente?
-Hasta cierto punto, siempre hay tabúes de carácter personal. Pero creo que
los que superamos la etapa del franquismo hemos aprendido algo y hemos superado
una cierta oposición de fuerza. Eso debemos aprovecharlo porque en estos
momentos en España hay una caza de los desafectos al régimen actual. En las
redacciones de los periódicos, en las editoriales, hay un valor cultural
dominante en el cual lo correcto es no crear problemas. Si aparecen jóvenes
críticos, lo tienen más difícil que nosotros, porque ya no se les juzga desde
una dictadura que les condena, sino desde lo que el mercado pide o no pide.
-Muchos de esos jóvenes críticos canalizan su insatisfacción apuntándose a
una ONG. ¿Podrían ser éstas las que iniciasen un cambio de sistema?
-Me parece en general positivo porque implica que tienen necesidad de hacer algo
solidario y que los marcos que dan las formaciones políticas tradicionales les
parecen estrechos. Pero también han de darse cuenta de a qué ONG se apuntan,
porque hay algunas que cada vez están más controladas por subvenciones
gubernamentales. Luego, hay una tendencia de los sectores más inteligentes del
sistema a convertir a las ONG en algo parecido a la Cruz Roja, es decir, ya que
el sistema causa dolor social, que existan ONG que vengan a paliarlo. Pero las
ONG no pueden resignarse a ese papel, porque están en una situación privilegiada
de detectar las necesidades reales que hay en el mundo. Las ONG no son partidos
políticos, sino que se constituyen en función de un déficit real. Ante eso hacer
una lista de ONG es como un inventario del desorden del mundo, lo que
proporciona no sólo la capacidad de atender eso, sino de saber qué
monstruosidades está produciendo el sistema.
-Dos de los protagonistas de Erec y Enide son miembros de una ONG, y a la vez
representan "la necesidad de construir la relación, de alimentarla día tras día
para que los avatares de la existencia no acaben por destruir el amor". ¿Esa
clase de amor puede cambiar el mundo?
-Formaría parte de la esperanza laica. Uno de los éxitos culturales de la
derecha en el último cuarto de siglo ha sido destruir la idea de esperanza y la
idea de futuro, cuando desde una posición materialista marxista el futuro era la
única religión posible. Recuperar esa idea de que las cosas pueden cambiar va a
ser un esfuerzo denodado, porque desde la caída del muro de Berlín, y con la
crisis de la izquierda de los años 90, todo conducía a un final infeliz. Pero
desde lo de Seattle ha habido momentos espléndidos. Los encuentros de Porto
Alegre, con todos los defectos que puedan tener, han sido magníficos,
especialmente el segundo ha sido de una madurez notable. El nerviosismo en las
filas de los de Davos era notorio, que cada reunión de este tipo esté sitiada
quiere decir algo. Cuando estuvieron en Barcelona la que estaba sitiada no era
la ciudad, sino ellos, porque además Barcelona es un lugar de bloqueo natural.
Esto quiere decir que algo está pasando y que como ellos tampoco son mancos,
algo van a hacer para machacarlo. De momento han intentado convertir la crisis
de Israel y Palestina en un aspecto más de la lucha contra el terrorismo, cuando
en definitiva es una lucha de ricos y pobres.
-Desde el 11-S existe una actuación más descarada por parte de los poderes de
ahogar o rebajar libertades ya conquistadas. ¿Qué le genera a usted, "un viejo
revolucionario", ese hecho?
-Yo un buen revolucionario nunca he sido, incluso Marcos rechazaba la
etiqueta revolucionaria y decía insumisos. El 11-S es el gran pretexto que
tienen para empezar a pegar palo a todo lo que sea contrario al sistema. Lo han
hecho otras veces, los propios EEUU generaron toda la política de exterminio de
la izquierda en el cono sur latinoamericano, haciendo una limpieza de tejido
social crítico que sabían que tardará años en recuperarse. Aún ahora no se ha
recuperado, si la crisis argentina actual se hubiera producido sin la
escabechina que armaron los militares en los años 70, hubiera habido un golpe de
izquierdas, seguro. En cualquier otro momento hubiéramos analizado esta
situación como subversiva.
El 11-S les conduce a crear el diseño del enemigo nuevo, que antes era el
comunista y ahora sería el terrorismo. El terrorismo más activo, más claro, es
el islámico, que ha monopolizado un discurso antiimperialista, pero es que
previamente ellos se habían deshecho de otros movimientos de carácter
nacionalista, marxista, etc. Destruyeron eso y ahora se encuentran con que el
enemigo se ha vuelto religioso. Así que se enfrentan a ello con la filosofía de
cruzada, es decir, frente a la guerra santa, la guerra por la libertad duradera.
Han inventado ese lenguaje de jefes indios para designar objetivos de carácter
político, en una lucha por la hegemonía y la dominación ante la cual Europa
asiste como convidado de piedra, beneficiado económicamente pero sin ninguna
capacidad resolutiva.
-¿Son las movilizaciones sociales la única forma de hacerles frente?
-No descubro otra forma que ésa, el papel de lo que Marcos llama la sociedad
civil. Pero no dándole una dimensión pasiva sino suponiendo que puede generar
una vanguardia crítica. De la misma manera que los padres pueden protestar
porque se le vea el escote a Rocío Jurado, pues se puede reclamar el consumo de
democracia. Es el juego que plantean los zapatistas en México y que como
filosofía general es exportable: ya que te puedes quejar cuando te meten una
cucaracha en una botella de cerveza, ¿por qué no puedes quejarte cuando te están
vendiendo falsa democracia? ∆ |