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Defensa de la utopía

MANUEL
VAZQUEZ MONTALBAN

 MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN

De pequeño quería ser mecánico pero acabó aprendiendo los engranajes de la vida y la literatura. En ambas cosas aboga por desmontar un sistema que aprieta las tuercas a los más desprotegidos, y engrasar la conciencia social como motor de cambio.

 

 

 

 

 

 

" A los jóvenes críticos ya no se les juzga desde una dictadura que les condena, sino desde lo que el mercado pide o no pide"

 

 

 

 

 

 

 MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN

 

 

 

 

 

 

"Uno de los éxitos culturales de la derecha en el último cuarto de siglo ha sido destruir la idea de esperanza y la idea de futuro"

 

 

 

 

 

 

 MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN

 

 

 

 

 

 

"Hacer una lista de ONG es como un inventario del desorden del mundo"

Texto: Rami Ramos / Fotos: Guillermo Camaselle

Hacía cuarenta años que tenía en la cabeza la historia de uno de los caballeros de la mesa redonda, que emprende un viaje con su esposa y le demuestra su amor, día a día, en todas las peripecias del camino. Es la crónica de las aventuras de Erec y Enide (Ed. Mondadori), que Montalbán ha contado de nuevo, reencarnando a los dos amantes en Pedro y Myriam, que ejercen como cooperantes en Centroamérica. Ellos dos, junto a un profesor amargado y afamado, que da una conferencia sobre el mito artúrico, y su esposa, una pija barcelonesa que tiene que tomar algunas decisiones importantes, van hilando el argumento de esta novela. En ella se entrelazan lo social y lo personal, como es corriente en la obra de Montalbán. Igual ocurre con el escritor, que lo mismo escribe un diccionario de cocina que se marcha a la selva Lacandona a charlar con el subcomandante Marcos.

-"Erec y Enide" recupera la necesidad de hablar del futuro y la utopía en estos tiempos. ¿Hacia dónde se dirigen sus utopías?
-Pues precisamente a discutir el sentido quimérico que ha tenido la palabra utopía. En este momento lo utópico es un inventario de necesidades reales y por qué no se satisfacen. Cuando se trata de necesidades que afectan a la inmensa mayoría de la población, que se podrían resolver con el desarrollo científico y técnico que tenemos, entonces ya no es una utopía. Es la constatación de lo necesario. Ante eso el derecho a la rebelión y al forcejeo me parece legítimo.

-¿Dónde está la conciencia de izquierda cuando no hay un partido político fuerte que pueda representarla?
-El sistema lógico que se había creado en la primera revolución industrial está envejecido. El problema ahora es saber quién es el sujeto histórico de cambio, es decir, quién quiere o necesita cambiar las cosas. Y aquí, dentro del grado actual de desarrollo del capitalismo que se llama globalización, estaríamos en el terreno de los perdedores.
Así como en la etapa del esclavismo se habló del amo y el esclavo, en la etapa posterior de la aristocracia y la burguesía, luego de la burguesía y el proletariado, ahora tenemos planteada una tensión entre globalizadores y globalizados. No es lo mismo contemplar la economía mundial globalizada desde la perspectiva norteamericana o desde el Fondo Monetario, que desde una comunidad de la selva Lacandona. Cuando te plantean la globalización como un término neutral integrador no es verdad, son "lentejas, si las quieres las tomas y si no las dejas". Y es lógico que ante eso empiece a cuajar un frente que cuestiona una determinada lógica de la globalización. Me parece que sea el signo de las luchas de este siglo.

-En las últimas elecciones francesas Le Pen dio un susto colándose en la segunda vuelta. ¿Fue un síntoma del desencanto político?
-Es posible, pero si sumamos todos los votos que tuvieron las izquierdas francesas el resultado es espléndido. Entre los votos que conservan los socialistas, todos los que no perdió el partido comunista, y los votos para opciones trotskistas o ecologistas, daban un resultado de casi un 40%, que al fragmentarse proporcionaron el fenómeno Le Pen. Se ha puesto en marcha una alerta europea por los avances de la extrema derecha, condicionados en buena parte por un nuevo orden social derivado de las inmigraciones. Pero es que las inmigraciones son fatales, no se pueden evitar. Se puede evitar una invasión militar, pero no una de desesperados económicos. Es un fenómeno complejísimo, que va ligado a un orden internacional económico y no es de fácil solución. Sólo se podría parar con una racionalización del sistema económico mundial, pero por descontado que los poderosos de estos momentos no quieren ni oír hablar de ello.

-Usted afirma que hay pocas voces, principalmente de intelectuales, que den el grito de alarma.
-Creo que los intelectuales estamos pagando, en general, el retrato de un intelectual gurú, que se acuñó entre los años 30 y 50 y que lógicamente a la hora de la verdad se estrellaba contra la realidad. Había una época en España en que la gente decía: "si Ortega hubiera querido, la guerra civil se hubiera evitado". Estupideces tramadas por los discípulos de Ortega, jamás un gurú ha estado en condiciones de cambiar los signos de la historia. Los intelectuales han salido de ese juego un tanto escaldados, en algunos casos han pasado cínicamente a la privacidad, diciendo "hago mi carrera personal caiga quien caiga"; y también hay otro sector de paniaguados. Creo que el sector mayoritario es el de los que no se fían del rol del gurú, no acaban de asumirlo por una sensación de pudor.

-¿Cuál es el verdadero papel del intelectual en estos tiempos?
-Yo no dictaría ningún decálogo, es una libre elección. Sigo creyendo en la división del trabajo, en que si unos cuantos practicamos un trabajo que consiste en acumular saber y distribuirlo mediante el lenguaje, eso implica una responsabilidad social. Que la asumas o no es otra cuestión; que la asumas de una manera más o menos explícita también es un hecho libre. Yo parto de que si has asumido una determinada posición debes aclararlo con los códigos precisos. No puedes escribir poesía denunciando a Bush, o convertir la novela en un territorio de divulgación ideológica. Pero tampoco tienes que ocultar lo que piensas, porque la política también es una materia literaria.

-¿Usted se siente libre para decir lo que piensa públicamente?
-Hasta cierto punto, siempre hay tabúes de carácter personal. Pero creo que los que superamos la etapa del franquismo hemos aprendido algo y hemos superado una cierta oposición de fuerza. Eso debemos aprovecharlo porque en estos momentos en España hay una caza de los desafectos al régimen actual. En las redacciones de los periódicos, en las editoriales, hay un valor cultural dominante en el cual lo correcto es no crear problemas. Si aparecen jóvenes críticos, lo tienen más difícil que nosotros, porque ya no se les juzga desde una dictadura que les condena, sino desde lo que el mercado pide o no pide.

-Muchos de esos jóvenes críticos canalizan su insatisfacción apuntándose a una ONG. ¿Podrían ser éstas las que iniciasen un cambio de sistema?
-Me parece en general positivo porque implica que tienen necesidad de hacer algo solidario y que los marcos que dan las formaciones políticas tradicionales les parecen estrechos. Pero también han de darse cuenta de a qué ONG se apuntan, porque hay algunas que cada vez están más controladas por subvenciones gubernamentales. Luego, hay una tendencia de los sectores más inteligentes del sistema a convertir a las ONG en algo parecido a la Cruz Roja, es decir, ya que el sistema causa dolor social, que existan ONG que vengan a paliarlo. Pero las ONG no pueden resignarse a ese papel, porque están en una situación privilegiada de detectar las necesidades reales que hay en el mundo. Las ONG no son partidos políticos, sino que se constituyen en función de un déficit real. Ante eso hacer una lista de ONG es como un inventario del desorden del mundo, lo que proporciona no sólo la capacidad de atender eso, sino de saber qué monstruosidades está produciendo el sistema.

-Dos de los protagonistas de Erec y Enide son miembros de una ONG, y a la vez representan "la necesidad de construir la relación, de alimentarla día tras día para que los avatares de la existencia no acaben por destruir el amor". ¿Esa clase de amor puede cambiar el mundo?
-Formaría parte de la esperanza laica. Uno de los éxitos culturales de la derecha en el último cuarto de siglo ha sido destruir la idea de esperanza y la idea de futuro, cuando desde una posición materialista marxista el futuro era la única religión posible. Recuperar esa idea de que las cosas pueden cambiar va a ser un esfuerzo denodado, porque desde la caída del muro de Berlín, y con la crisis de la izquierda de los años 90, todo conducía a un final infeliz. Pero desde lo de Seattle ha habido momentos espléndidos. Los encuentros de Porto Alegre, con todos los defectos que puedan tener, han sido magníficos, especialmente el segundo ha sido de una madurez notable. El nerviosismo en las filas de los de Davos era notorio, que cada reunión de este tipo esté sitiada quiere decir algo. Cuando estuvieron en Barcelona la que estaba sitiada no era la ciudad, sino ellos, porque además Barcelona es un lugar de bloqueo natural. Esto quiere decir que algo está pasando y que como ellos tampoco son mancos, algo van a hacer para machacarlo. De momento han intentado convertir la crisis de Israel y Palestina en un aspecto más de la lucha contra el terrorismo, cuando en definitiva es una lucha de ricos y pobres.

-Desde el 11-S existe una actuación más descarada por parte de los poderes de ahogar o rebajar libertades ya conquistadas. ¿Qué le genera a usted, "un viejo revolucionario", ese hecho?
-Yo un buen revolucionario nunca he sido, incluso Marcos rechazaba la etiqueta revolucionaria y decía insumisos. El 11-S es el gran pretexto que tienen para empezar a pegar palo a todo lo que sea contrario al sistema. Lo han hecho otras veces, los propios EEUU generaron toda la política de exterminio de la izquierda en el cono sur latinoamericano, haciendo una limpieza de tejido social crítico que sabían que tardará años en recuperarse. Aún ahora no se ha recuperado, si la crisis argentina actual se hubiera producido sin la escabechina que armaron los militares en los años 70, hubiera habido un golpe de izquierdas, seguro. En cualquier otro momento hubiéramos analizado esta situación como subversiva.
El 11-S les conduce a crear el diseño del enemigo nuevo, que antes era el comunista y ahora sería el terrorismo. El terrorismo más activo, más claro, es el islámico, que ha monopolizado un discurso antiimperialista, pero es que previamente ellos se habían deshecho de otros movimientos de carácter nacionalista, marxista, etc. Destruyeron eso y ahora se encuentran con que el enemigo se ha vuelto religioso. Así que se enfrentan a ello con la filosofía de cruzada, es decir, frente a la guerra santa, la guerra por la libertad duradera. Han inventado ese lenguaje de jefes indios para designar objetivos de carácter político, en una lucha por la hegemonía y la dominación ante la cual Europa asiste como convidado de piedra, beneficiado económicamente pero sin ninguna capacidad resolutiva.

-¿Son las movilizaciones sociales la única forma de hacerles frente?
-No descubro otra forma que ésa, el papel de lo que Marcos llama la sociedad civil. Pero no dándole una dimensión pasiva sino suponiendo que puede generar una vanguardia crítica. De la misma manera que los padres pueden protestar porque se le vea el escote a Rocío Jurado, pues se puede reclamar el consumo de democracia. Es el juego que plantean los zapatistas en México y que como filosofía general es exportable: ya que te puedes quejar cuando te meten una cucaracha en una botella de cerveza, ¿por qué no puedes quejarte cuando te están vendiendo falsa democracia? ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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