Me escandaliza que se sigan justificando y
defendiendo como un gasto imprescindible para un estado moderno, y que nos
sigan diciendo que es necesario mantenerse bien armado, porque de ello
depende nuestra imagen internacional, para seguidamente espatarrarse con lo
de Perejil. De risa.
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INMADUROS
POR CAROLINA FERNANDEZ
S i la calidad de una sociedad se
refleja en sus niños y en sus jóvenes, a la nuestra habría que recetarle un
análisis de conciencia para seguidamente plantearse la posibilidad de unas
lavativas. Dudo que ni lo uno ni lo otro se lleve a cabo, porque en general
estamos más preocupados por otras cosas, importantes, claro, para todos,
como el terrorismo internacional y tal y tal.
Mientras Bin Laden aparece o deja de aparecer, y mientras nuestro presi le
lame las posaderas a su partenaire americano, aquí pasan ciertas cosillas,
que parecen mingurrias frente a la Gran Super Mega Cruzada Internacional
contra el Mal, pero que ya ven, a algunos nos preocupan porque son las de
casa.
A mí por ejemplo me pone triste ver cómo se nos va tantísimo dinero por el
WC del gasto armamentístico, en desfiles y tanques lustrosos, que a la hora
de la verdad son préstamos de nuestros hermanos mayores. Me escandaliza que
se sigan justificando y defendiendo como un gasto imprescindible para un
estado moderno, y que nos sigan diciendo que es necesario mantenerse bien
armado, porque de ello depende nuestra imagen internacional, para
seguidamente espatarrarse con lo de Perejil. De risa.
Y mientras, algunos nos llevamos las manos a la cabeza porque aumentan los
episodios violentos entre niños que no levantan metro y medio del suelo y
que deberían estar jugando al fútbol en su barrio, o enganchados a los
libros de Barco de Vapor, en vez de apalear compañeros hasta la
inconsciencia y rematar la faena con una truculenta agresión sexual. Porque
todos entendemos que una cosa es la pelea en el patio del colegio, sin más
consecuencias que una nariz sangrando, y otra es el ensañamiento enfermizo,
que no parte de la mente de un niño, sino que está copiado de la de los
adultos. Y si eso ocurre no hay que mirar hacia los críos, sino hacia los
mayores que crean alrededor de ellos un mundo donde no sólo eso es posible,
sino que además se abona y se deja florecer.
Y mientras se compran tanques, se esfuman los fondos para las becas de
muchos estudiantes, que se quedan con un palmo de narices ante el curso
recién inaugurado. Tenemos unos jóvenes, como dice un estudio reciente,
moderados, que ni para la derecha ni para la izquierda, esto es, de centro
en todas sus tendencias, o lo que es lo mismo, absolutamente descafeinados.
Pero he aquí que el hombre no puede vivir sin ideales y necesita algo por lo
que luchar. Como este mundo va sobre ruedas y faltan causas nobles que
defender, muchos se han apuntado a la ingrata labor hacer de la guerra al
sistema para que no reduzcan el horario de cierre de los bares. La utopía
reducida a cuatro horas más de copas con los colegas. Claro que la medida es
la punta del iceberg, porque el cierre por decreto no deja de ser un
ramalazo de autoritarismo que, mirando un poco más allá, es fruto únicamente
de la incapacidad mental de los gobernantes para aportar soluciones más
creativas. Es más rápido y más cómodo sacar la policía a la calle y acusar a
nuestros jóvenes moderados y centristas de alterar el orden público y
engordar las guerrillas urbanas. Y de ahí a hacer apología del terrorismo
hay un paso. A lo mejor hasta resultan ser la célula zaragozana de Al Qaeda,
que utiliza cualquier medio para desestabilizar el sistema. En fin.
Resulta además que los niños españoles están gordos. No todos, claro, pero
sí muchos. Comen más de lo que necesitan, se inflan a tonterías de kiosko,
se emborrachan de bebidas azucaradas, y se indigestan a base de bollería
industrial y demás porquerías. Claro, a los tiernos diez añitos algunos no
caben por las puertas. Una vez más hay que mirar a los mayores que los
rodean, adultos de un mundo desarrollado, esclavos de una cultura de la
sobreabundancia, abonados a una lista de enfermedades del exceso, por comer
cuatro veces más de lo que necesitan, cuando en el resto del planeta la
inmensa mayoría de la humanidad se muere de hambre. De vergüenza.
Y tenemos además unos críos enganchados a los juegos de ordenador, a la
televisión y al teléfono móvil, que se convierten luego en adolescentes con
graves problemas de comunicación, que se enrollan por mensajero, que follan
sin conocerse, que no saben qué decirse en un cara a cara. He visto por ahí
anunciados, como actividad supermolona, unos cursos para aprender a ligar. Y
el otro día en un zapping aterricé en un reportaje sobre dichos cursos, en
los que los chavales ensayan situaciones y aprenden, por ejemplo, fórmulas
para entablar una conversación con otra persona. También vi cómo una
quinceañera, emocionada, contaba ante las cámaras que estaba ya deseando
salir para poner en práctica sus técnicas de seducción recién aprendidas,
enseñadas supongo yo, por algún psicólogo que no tenía nada mejor que hacer,
o que simplemente necesitaba trabajo. y al terminar, diploma, manual y a
enfrentarse a la vida con un recital de fórmulas memorizadas. Qué pena.
Así va la vida. Y así irá mientras más importante que educar sea alquilar
material de combate para jugar a los desfiles.
Pandilla de inmaduros. ∆ |