No penséis que porque no
puedo bajar corriendo las escaleras, o no sé navegar por Internet, no
puedo daros aún muchas lecciones de esas que no están en ningún libro, de
esas que sólo se aprenden con la vida. |
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EL REGALO
POR ELENA G. GOMEZ
E l viejo castaño apenas si daba
frutos. Sabía que los jóvenes se reían de él mientras ellos competían entre
sí para ver quién tenía más y mejores castañas.
El viejo los miraba en silencio y sonreía, él también había sido joven,
también había alardeado de su poderío, y se había sentido orgulloso cuando
los humanos recogían sus frutos y le alababan. Aquellos eran tiempos en que
todo se medía por el tamaño y la cantidad.
Luego, recordaba, llegaron los años de las crisis, los tiempos en que quería
y no podía, y poco a poco sus frutos empezaron a ser más pequeños, menos
abundantes aunque, según decían, más sabrosos.
Hacía mucho tiempo ya que no se miraba en las aguas de su amigo, el río, a
pesar de que antes le había servido para contemplar su belleza y grandeza,
pero ahora sólo le mostraba unas arrugas que no quería ver.
Un día el viento le trajo rumores que le llenaron de inquietud. En el bosque
los hombres estaban cortando los árboles más viejos, aquellos que ya no
daban frutos y ocupaban mucho espacio.
La noticia le llenó primero de confusión e inquietud, y luego de mal humor y
se preguntaba ¿pero quienes se creen que son esos humanos que no saben
apreciar un buen árbol? ¿Desde cuándo un árbol es valioso sólo por sus
frutos? En realidad son unos ignorantes que sólo saben ver las cosas por las
apariencias externas y no por lo que contienen en su interior.
De pronto el viejo castaño empezó a reír. Reía con toda su alma, se reía
porque comprendió que había estado compadeciéndose de sí mismo, se había
aislado en un mundo en el que todo giraba en torno a sí olvidándose de todos
los que le rodeaban, olvidándose de aquellos que también habían envejecido
y, sin embargo, no habían dejado de darle cariño.
Por esas circunstancias de la vida, aquel año sólo talaron unos cuantos
árboles y él se libró. Y entendió que se le abría una puerta, otra nueva
oportunidad para vivir valorando todo lo que tenía, para vivir con dignidad.
Sí, la vida para él aún no había terminado, tenía aún mucho que aprender y
mucho que dar a los demás".
Cuando Antonio terminó de leer la postal tenía los ojos llenos de lágrimas.
En silencio se levantó de su butaca y se acercó a su mujer, a su pequeña e
inteligente mujer, y le dio un beso largo y lleno de ternura y gratitud.
Ella, una vez más, le había hecho el mejor regalo, decirle la verdad,
decirle cómo se estaba equivocando al juzgarse a sí mismo, y sobre todo le
había mostrado que estaba siendo un egoísta.
La abuela Lucía había permanecido en silencio escuchando a su marido leer la
tarjeta que le había regalado, sonreía porque sabía que aquella era la mejor
forma de demostrarle su amor.
Sus hijos se habían quedado callados escuchando su cuento y aplaudieron
cuando terminó. Pero ella, con la sencillez que siempre ponía en todo cuanto
hacía les dijo...
"Como podéis ver el problema no está en la edad que uno tiene sino en
sentirse el centro del mundo, creer que se es el ombligo de la creación.
No perdáis el tiempo y haced en cada momento lo que hay que hacer.
No os comparéis a nadie, no queráis ser otra persona, porque cada uno tiene
suficiente con aprender a ser uno mismo, cosa que no es fácil, y por favor,
no penséis que porque no puedo bajar corriendo las escaleras, o no sé
navegar por Internet, no puedo daros aún muchas lecciones de esas que no
están en ningún libro, de esas que sólo se aprenden con la vida.
Yo soy de la tercera edad, vivo ya el otoño de mi vida, y el otoño es un
tiempo donde todo está en movimiento, en transformación. Los colores del
bosque se vuelven más cálidos, la vida se serena y en todo aprendes a
recoger los frutos.
Por desgracia, algunos ancianos se vuelven eso, ancianos, y no saben
mezclarse con los jóvenes, contagiarse de su vida, de su alegría, y mantener
vivo ese pequeño toque de "locura" que la juventud da.
También hay jóvenes que piensan que nosotros, por ser ancianos, ya no nos
interesamos por muchas cosas, y eso no es así. Nosotros amamos, reímos,
aprendemos cosas nuevas y también nos enamoramos, porque para quien está
vivo el tiempo no existe.
Y aunque penséis que nosotros tenemos muchos peligros, la realidad es que no
son nada en comparación a los que vosotros tenéis. Sois vosotros los que
podéis perder vuestra vida en una lucha absurda por el poder, o por poseer
más y más cosas materiales, o por conseguir cosas que al final veréis que
son estériles y que os hacen sentir vacíos.
¿Sabéis que es lo más importante en la vida de una persona?
Saber llenar su maleta. Sí, pero no una maleta cualquiera sino una maleta
que esté llena de vida, de alegría, de lucha, de superación, de retos y
conquistas, de sinceridad, de gratitud y de dignidad. Esa es la única maleta
que nos llevamos cuando salimos de aquí".
Aquel fue un cumpleaños que nunca olvidarían, y cuando los abuelos
desaparecieron, sus frutos quedaron presentes durante varias generaciones,
alimentando las mentes y los corazones y preparándoles para vivir el otoño
de la vida con dignidad y sabiduría.∆ |