Revista Fusión

 Subscripción RSS

FUSION también eres tú,  por eso nos interesan tus opiniones,  tus reflexiones y tu colaboración  para construir un  mundo mejor

Recibe nuestras noticias en tu correo

 


 

 

EL ALEPH

 

Nosotros que no somos ni dios ni otoño, tenemos la imperiosa necesidad de nombrarlo todo para encontrarnos, para no perdernos, para conformarnos y creer que somos el todo y no la parte.

aleph.jpg (11914 bytes)
EL OTOÑO DEL PENSADOR
POR JOSE ROMERO SEGUIN

Vuelve el Otoño, los parques y jardines se llenan de hojas marrones, entre las que cascabelea el viento, y el sol tiñe las solanas de un amarillo desgastado que te llena de una cálida melancolía. Y si le miras a los ojos no puedes sino sentir ternura, sus ojos mansos, aún hoy más glaucos que marrones, respiran una sinfonía de misteriosos silencios que se dejan oír pero no tocar, y no sólo eso, está también bendito halo de enigmática belleza, ese ensimismamiento que arrastra consigo, y que te lleva a recordar a alguien que piensa, a alguien que va de un lado a otro pensativo y ausente, tejiendo quizá versos para su postrero poema o reflexiones para su primer pensamiento.
El otoño es el pensador de las estaciones, de ahí su vocación por desnudarse, por llevarse lo viejo, lo que para bien o para mal ya cumplió con su cometido, y ha de correr esa mágica suerte que imprime el saber ausentarse sin aspavientos ni desvaríos, para que fluya lo nuevo, lo que ha de ser para bien o para mal, pero que ha de ser necesariamente para ser de verdad, y de verdad ser distinto.
El otoño se ha ganado el respeto de todos, por eso lo miran sin asombro pero sí con reverencial unción, los árboles que anclados a su universo de raíces sueñan que vuelan y vuelan en él, y los ríos que arrastran ahora como barquitos de solitario, sus marrones hojas y como siempre, sus invertidas sombras, que el cielo refleja ahora desnudas y despiertas como dagas; y los montes y montañas desde su majestuosa altura, y los pájaros que pían por los rincones, y los que vuelan por el cielo y los que se inician en el arte de saber acurrucarse entre sus plumas, y los peces que ya sin alma saben que van a volver al mar, su alma, perdidos entre las escamas de sus hijos; y los hombres, también los hombres le miran con respeto, porque el otoño es todo un presagio de caducidad y como tal de efimeridad.
El otoño es una hermosa hoguera de colores que va devorando la orgullosa fronda para llamar a cada cosa por su verdadero nombre, un nombre que no tiene nombre, porque él sabe que todos y cada uno de los seres vivos e inertes que habitan el universo, contiene y nombra a todos los demás. Un nombre que es ciertamente, en esencia y presencia, plural y mayestático allí donde se encuentra. Un nombre que ni dios se atreve a pronunciar porque sabe que sustenta todo lo creado, y es, por tanto, impronunciable. Arriba y abajo sólo existen dos nombres que lo pronuncian todo, el impronunciable nombre de la Creación, llamado Génesis, y el de su impronunciable opuesto, el de la destrucción, llamado Apocalipsis.
Pero nosotros que no somos ni dios ni otoño, tenemos la imperiosa necesidad de nombrarlo todo para encontrarnos, para no perdernos, para conformarnos y creer que somos el todo y no la parte. Y es por ello que no dudamos en nombrarlo todo, y tampoco en escondernos bajo vestidos y palabras de toda índole y catadura, para seguir apurando lo viejo, lo gastado, todo aquello que sabe rancio, pero que nos es conocido y cómodo a nuestra existencia.
El hombre es a los ojos de todo los demás, como todo los demás, un mero testimonio de vida, por cierto de discutible utilidad, aunque nos rebelemos y juguemos a ser dioses creando universos paralelos donde las estaciones siguen el ritmo de nuestras apetencias, y pronuncian nuestros falsos nombres con toda la naturalidad y utilidad que necesitamos para vivir en esa oscura creencia que sostiene el hecho civilizador que tanto nos enorgullece.
Hoy que ya es Otoño, escribo estas líneas con el único objeto de contradecir el instinto que me lleva a desear nombrar más cosas aún, a nombrar hasta el agotamiento, a sabiendas que ello me dispersa y desorienta.
He querido llamar vascos a todos los españoles, he querido ser el terrorista y el amenazado, el tirano y el oprimido, el rico y el pobre, el fanático y el tolerante, el solidario y el ambicioso. He querido ser en todos para que todos fuesen en mí y yo en ellos, sin querer entender que el hecho de que al final todo sea uno, no quiere decir que cada uno tenga que ser necesariamente nadie y como tal ninguno. Pues cada uno de nosotros somos una forma de naturaleza singular e irrepetible, que ha de definirse por ella misma y atendiendo sólo a su libre voluntad, y como es así, por mucho que nos nombren nadie va a poder llamarnos por nuestro verdadero nombre, primero, porque todos nuestros nombres son tan falsos como el primero, que es innombrable, y segundo, porque frente al otoño del pensamiento, somos una verdad sin nombre.
He querido quejarme de este mundo de guerras y desigualdades y he pretendido hacerlo desde la desafortunada postura de ser, a través del nombre, en los demás, para que los demás dejasen de ser lo que son y fuesen lo que yo soy. Y como eso me parece un crimen, he hablado del Otoño, que conoce nuestro verdadero nombre y con el nuestra verdadera esencia.
Lo demás, ya lo he dicho, es pura contingencia que admite miles de nombres. ∆

   

   
INDICE:   Editorial Nacional, Internacional, Entrevistas, Reportajes, Actualidad
SERVICIOS:   Suscríbete, Suscripción RSS
ESCRÍBENOS:   Publicidad, Contacta con nosotros
CONOCE FUSION:   Qué es FUSION, Han pasado por FUSION, Quince años de andadura

 
Revista Fusión.
I  Aviso Legal  I  Política de privacidad 
Última revisión: abril 07, 2011. 
FA