Me fui a Nueva York, y
cuando estábamos delante de la estatua de la libertad se me ocurre decir:
Pues yo creía que era más alta. Y a los tres minutos me detuvieron
por actividades antiamericanas. |
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PENSAMIENTO UNICO
POR ELENA F. VISPO
Y o lo único que quiero es llevarme
bien con la gente, pero eso no me ha traído más que problemas. Ya cuando
estaba en el preescolar, todos los niños odiaban a Sor Feliciana. A mí no me
parecía tan terrible, porque me daba caramelos de vez en cuando, pero por no
discutir con mis compañeros participaba activamente en las voraces sesiones
de crítica que se organizaban en el recreo.
Más mayores pasamos de lo verbal a la acción. Le teníamos especial manía a
un profesor y cuando se trataba de hacerle putaditas, yo era la primera. Por
eso mis amigos me adoraban. Eran cosas de críos, nada grave: pintadas en la
pared de su casa, llamadas de madrugada, notitas anónimas, rajarle un par de
veces las ruedas del coche... A mí no es que me gustase aquello, pero antes
de llegar a mayores, el profesor pidió el traslado y se acabó el problema.
Eso fue más hacia la adolescencia, que es una época muy conflictiva. Nunca
entendí, por ejemplo, lo de tener que gastarme veinte mil pesetas (120.20
euros) en unos vaqueros. Entre otras cosas porque no me sobraba el dinero.
Pero como quiero llevarme bien con todo el mundo y ser de las más guays, en
casa tenía que haber un presupuesto especial para mi ropa. Tampoco me hacía
gracia el cantante de moda, pero cualquiera lo dice. Por no enfrentarme a
las hordas de fans me compré todos sus discos y fui a todos los conciertos
que pude. Yo chillaba como la que más, e incluso una vez me colé en el hotel
para conseguir un autógrafo.
Como fui a la universidad para no disgustar a mis padres, allí me junté con
una panda de alternativos y afines a la antiglobalización. Me invitaron a
varias manifestaciones y yo iba encantada, porque el ambiente era lo que
siempre había buscado. Había muy buen rollito y un montón de gente que
coreaba las mismas consignas. Yo me apuntaba a todas, pero en una la policía
empezó a dar leña y ya no fui más. Mis padres me lo prohibieron y yo casi lo
agradecí, porque como me gusta llevarme bien con todo el mundo, con más
razón si tiene una pistola.
Desde aquellas decidí no meterme en líos y ponerme a trabajar. Encontré
trabajo en un periódico, donde descubrí que mis amigos universitarios no
eran más que una panda de vagos y una lacra social. Quien me abrió los ojos
fue el director, un hombre con bigote con el que convenía estar a bien. Y
como a mí me gusta llevarme bien con todo el mundo, me dediqué a obviar
sistemáticamente las noticias que pudieran molestar a mi jefe, con lo cual
nuestra relación fue siempre excelente, y hasta hoy.
Pero no es fácil llevarse bien con todo el mundo. Cuando me enganché a
Operación Triunfo para seguirle la corriente a España, no podía imaginar que
la sección cultural del periódico iba a retirarme el saludo. Sufrí
enormemente, porque a mí me gusta llevarme bien con todo el mundo, hasta que
un alma caritativa de la sección de deportes me explicó que para la élite
cultural lo que le gusta a las masas es siempre inaceptable. Yo que siempre
había pensado que hay un pensamiento único que une a todo el mundo, pero
resulta que no lo hay; y no por la idea en sí, sino por principios: Si le
gusta a esa maruja, a mí seguro que no. Si a éste, que es un pedante, le
motiva, seguro que es un aburrimiento. Una vez asumido este hecho,
congraciarme con los de cultura fue duro, pero lo conseguí programando un
cine fórum en mi casa los lunes por la noche, con la filmoteca completa de
Akira Kurosawa.
No es fácil, ya digo. Por complacer a un amigo me fui a Nueva York, y cuando
estábamos delante de la estatua de la libertad se me ocurre decir: Pues
yo creía que era más alta. Y a los tres minutos aparecieron dos señores
de traje que me detuvieron por actividades antiamericanas. Me tuvieron cinco
semanas retenida sin ver a mi abogado, pero como yo lo que quiero es
llevarme bien con todo el mundo, no voy a contar lo que me pasó.
Tengo un amigo que dice que lo de llevarse bien con todo el mundo es
imposible. Y yo, claro, le digo que tiene razón. Él dice que me plante, que
diga lo que pienso, a ver qué pasa. Y yo que sí, que me planto, pero hoy no,
que he quedado a comer con el jefe.
Aunque creo que sí. Cualquier día de estos, ¿eh? Cualquier día me planto,
con el permiso de ustedes. ∆ |