No podemos concebir que sin
nuestra presencia el mundo sea igual de importante, que no se resienta,
que todo siga en su sitio, que no se pare unos segundos al menos para
despedirnos. Y sin embargo no podría ser de otra forma, porque los que
vivimos tampoco queremos que el mundo se pare, se altere o se resienta
cuando otros se van.
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VIDA vs. MUERTE
POR RAQUEL BUZNEGO (PSICOLOGA)
"No es que me asuste morir, es que no quiero estar allí cuando ocurra"
Woody Allen
Mi
hija me pregunta en no pocas ocasiones: "¿No vivimos muy poco tiempo?". ¡Y
dale!, digo para mis adentros, ya estamos nuevamente con la preguntita;
porque es justo el tema del que no quiero hablar, o dicho más exactamente en
el que no quiero pensar.
Para algunos la muerte es el tránsito al más allá, un más allá de paz, de
equilibrio, de luz y de libertad; para otros significa la reencarnación,
otros, véase Dra. Kübler Ross, sostienen que la muerte significa la
conclusión de la vida en este mundo y es la cosa más bella que nos pueda
ocurrir; para mí es simplemente el final de mi vida. Mi vida existe en la
medida en que puedo sentir, tocar, oler, hablar...; no quiero pensar nada
más porque no creo que exista nada más allá de la muerte.
Tengo pánico, terror ante la muerte y por tanto no quiero pensar en ella,
cuando sea será, sé que puede sorprenderme en cualquier parte, cualquier día
y de cualquier forma; sé que la vejez, la enfermedad, el dolor y la soledad
pueden anunciarla día a día, pero hoy por hoy he decidido no preocuparme.
Acerca del tema de la muerte, dice Luis Rojas Marcos: "A pesar de la ola de
curiosidad esperanzadora en el destino humano, el terror a la muerte sigue
siendo universal".
Es por ello que no la contemplamos, la olvidamos, la ignoramos, vivimos como
si no existiera, acumulamos propiedades, negamos el envejecimiento,
desafiamos su presencia cuando maltratamos nuestro cuerpo o pisamos el
acelerador, recurrimos a la cirugía a fin de olvidarnos de la edad, etc. Sin
embargo la muerte se nos presenta, se lleva a nuestros abuelos, vecinos,
padres; entonces le vemos la cara, se va aproximando cada vez más, está
entre nosotros, nos recuerda que nadie se queda aquí y pensamos en ella por
mucho esfuerzo que hagamos por reprimir nuestro pensamiento.
Reprimimos el miedo a la muerte, cuando los mecanismos de represión bajan la
guardia, sentimos angustia, miedo, tristeza, impotencia. Hagamos lo que
hagamos no podemos hacer nada, un buen día nos sorprenderá y sin nosotros el
mundo seguirá rodando y ni una sola partícula romperá su equilibrio cuando
nos hayamos ido.
Y eso nos duele, nos indigna, nos provoca ¿cómo es posible, decimos, que si
el mundo que es tan importante para nosotros, nosotros no seamos nada para
el mundo?
No podemos concebir que sin nuestra presencia el mundo sea igual de
importante, que no se resienta, que todo siga en su sitio, que no se pare
unos segundos al menos para despedirnos. Y sin embargo no podría ser de otra
forma, qué contradicción, porque los que vivimos tampoco queremos que el
mundo se pare, se altere o se resienta cuando otros se van.
Son las cosas de la vida, de la muerte. Las feas cosas de que no queremos
hablar y que depositamos en alguna de las galerías subterráneas de nuestra
mente.
Por eso cuando mi hija me pregunta siempre respondo lo mismo: Cuando sea
será, si estoy enferma será el momento de preocuparme y de ocuparme, pero
quizá cualquier día, como a cualquier mortal, la muerte me sorprenda sin
gran estrépito, sin anuncios, sin preámbulos, y sigilosamente me atrape en
sus redes, entonces ¿de qué me habrá servido la preocupación?
Vivo mi vida e intento sacarle partido, aprender, vivir el momento y sonreír
por el simple hecho de estar aquí. Hago proyectos sin grandes pretensiones y
simplemente me encuentro bien.
Mañana será otro día. ∆ |