Los problemas se pueden
solucionar, decía a mis amigos, sólo tenemos que ir por delante de ellos,
y al hacerlo se desarrolla tu propia inteligencia, el conocimiento sobre
ti mismo, y sobre lo que tienes que darte. |
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¿QUE QUIERO SER?
POR ELENA G. GOMEZ
H ola, me llamo Cristina y hace unos
meses cumplí treinta años. Y me encontré, sin querer, en medio de una
corriente de gurús que empezaron a aconsejarme sobre mi futuro y, sobre
todo, a vaticinarme toda clase de pronósticos.
¿Que por qué les cuento esto? Porque fue a raíz de mi último cumpleaños que
se inició un cambio en mi vida. Al principio, confieso, me sentí molesta por
la cantidad de personas que empezaron a decirme que ya no era tan niña, y a
contarme cosas de la nueva década que iniciaba. Tanto me dijeron que entré
en una especie de estado trascendental, cosa que no era nada frecuente en
mí, acostumbrada como estaba a vivir la vida sin preocupaciones. Me sentía
muy extraña y acudí a mi mejor amiga, a Susana, la cual me quitó de en medio
sin nada de diplomacia, con un "tranquila pequeña, eso es la crisis de los
treinta, ya se te pasará", e inmediatamente empezó a contarme los últimos
chismes de los que, se supone, yo debía estar enterada y que eran mucho más
importantes que mi estado interno.
Luego, en un acto de valor, acudí a mi marido y le conté lo que me estaba
sucediendo y él, sorprendido por mi planteamiento, me miró de arriba abajo y
me contestó con otro "tranquila, que no es para tanto, yo te veo muy bien".
Y carpetazo al asunto.
Y yo seguía igual, y cada día crecía dentro de mí una especie de angustia
que se mezclaba con un cabreo monumental, así que decidí hablar con mi madre
esperando que ella me escucharía de verdad, por eso de la paciencia de las
madres, pero tampoco. Me dijo "niña, pero si tú eres una niña, siempre serás
mi niña, si tuvieras la edad que yo tengo...", y continuó hablando de ella,
de sus dolencias, de sus esfuerzos.
Después de estos fracasos llegué a la conclusión de que tenía que
enfrentarme a este nuevo estado yo sola. No quería acudir a un psicólogo
para que me dijera que estaba deprimida y me llenara de pastillas. No,
decididamente yo no estaba deprimida. Yo estaba ante un cambio, ante un
nuevo paso en mi vida. Así que puse mi máscara hacia el exterior y aparenté
que todo seguía igual. Sentí como todos los demás respiraron aliviados
porque volvía a ser la de siempre, y dejaba de hacer preguntas molestas.
Yo, por contraste, necesitaba todo lo contrario, necesitaba ser otra
persona, moverme de otra manera, vivir con otra calidad. Y por primera vez
en mi vida decidí que quería ser distinta y para ello empezaría por revisar
todas las cosas que hacía en mi vida cotidiana, las pasaría por un análisis
y por otra escala de valores.
Así, empecé a cuestionarme todas las cosas. ¿Por qué hago esto así?,
¿realmente me gusta como estoy viviendo? ¿Qué quiero ser?
Este cambio exigió mucho de mí. Primero me obligué a vivir de una forma más
serena, a no andar corriendo de un lado para otro como si me estuvieran
persiguiendo y, sobre todo, a ver si pasaba por la vida o realmente vivía la
vida. Puede parecer una tontería, pero desde que me levantaba analizaba mis
movimientos, si era consciente de las cosas que hacía, de por dónde pasaba,
pero, sobre todo, de mi relación con las personas. Empecé a fijarme
realmente en el comportamiento que tenían aquellos con los que, bien por el
trabajo o por mi vida, me relacionaba. Y entonces descubrí que en realidad
yo no tenía ninguna relación auténtica con las personas. No sabía lo que
sentían, sus problemas más internos, sus deseos y mucho menos sus sueños. Y
que los demás tampoco me conocían a mí. Conclusión, vivía entre desconocidos
y todos éramos extraños. Entonces decidí cambiar, empezar a preocuparme
realmente por los demás, a escuchar, sí, escuchar, algo que al principio me
costó mucho pero que luego se convirtió en una auténtica necesidad. Con ello
inevitablemente empecé a ver como mi lista de amigos se reducía, pero los
que quedaron se hicieron realmente importantes dentro de mí.
Y mi vida, hasta hace unos pocos meses perfectamente diseñada, previsible,
ordenada, empezó a cambiar, y cada día era un día distinto, era una aventura
llena de imprevistos, de cambios. Y ¿sabéis una cosa importante que
descubrí?, que los problemas no existen, que en realidad los creamos
nosotros al vivir de una forma tan cuadriculada, tan sin pensar. Y, sobre
todo, lo más importante, porque nos creemos que no podemos vivir sin
problemas, así que cuando no los hay los creamos, y siempre, siempre, vamos
por detrás.
Los problemas se pueden solucionar, decía a mis amigos, sólo tenemos que ir
por delante de ellos, y al hacerlo se desarrolla tu propia inteligencia, el
conocimiento sobre ti mismo, y sobre lo que tienes que darte.
Algunas personas empezaron a preguntarme cómo me las arreglaba para estar
siempre tan llena de vida, tan alegre. Y yo siempre les contestaba que la
vida es como la batería de un coche, cuanto más te mueves más te recargas. Y
algunos me contestaban "eso es sencillo para ti" y yo respondía, no, es
sencillo para todos. Mira tu vida, mira lo que realmente necesitas, y luego,
en lugar de encadenarte a los esquemas y valores que produce esta sociedad
consumista inicia una nueva aventura: conocer a los demás y conocerte a ti.
Verás, les decía, como a través de ellos te conoces también a ti, y dejas de
ser un extraño, y el vacío que antes tratabas de llenar comprando cosas,
escapando a lugares, o anulándote con drogas, se llena de otra nueva
dimensión, una dimensión donde el orden, el conformismo, lo establecido, la
resignación y las normas de aquellos que se consideran con algún derecho
sobre ti, no existen, y aparece en tu vida la necesidad de superarte, de
profundizar en las cosas, de saber el porqué y para qué de todo lo que se
mueve en la vida.
Y ya no habrá más silencio en tu mente porque comprenderás que tienes mucho
por descubrir, que todo está en continuo movimiento, en constante
transformación.
Y, como luego comprendí, lo que empezó como un molesto cumpleaños se
convirtió en lo mejor que pudo sucederme, y aprendí la lección, y ya no miro
las cosas que me trae la vida como algo molesto sino como un auténtico
regalo para aprender una nueva lección, para dar un nuevo paso, para
conocerme un poco más. ∆ |