Los españoles tenemos una
vena ñoña y sentimental que nos dura todo el mes de diciembre. ¿Y de quién
es la culpa? De las muñecas de Famosa. Ese clásico musical de todos los
tiempos. |
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JUGUETES
POR ELENA F. VISPO
A lo mejor alguno de vosotros
tiene un niño cerca y se ha planteado hacerle un regalo. Y eso es bonito,
eso es entrañable, eso refuerza las relaciones entre los seres humanos,
eso... es un marrón. Porque, ya lo decía Freud, los juguetes que uno tiene
en la infancia dejan una huella profunda en su vida de adulto. Por ejemplo,
¿alguien cree que Aznar y Zapatero se llevan tan mal por culpa de sus
divergencias políticas? Pues sí, es por eso. Pero si escarbas un poco más en
el subconsciente, a lo mejor te encuentras con que uno tenía airgamboys y el
otro geyperman. Y eso marca. ¿Por qué los políticos españoles, mundiales en
general, son tan infantiles? Porque a muchos no les compraron el scalextric
de pequeños.
De todos modos, las cosas han cambiado mucho en los últimos tiempos. Ahora
los juguetes se compran en cualquier momento, pero antes era sólo en Reyes,
y allá te apañaras todo el año con lo que habías pedido. Y lo bonitos que
eran los anuncios navideños. Todos los españoles de mi generación y un poco
más allá tenemos una vena ñoña y sentimental que nos dura todo el mes de
diciembre. ¿Y de quién es la culpa? De las muñecas de Famosa. Ese clásico
musical de todos los tiempos, a la misma altura que el Yesterday de los
Beatles. Con lo que ha supuesto para toda una generación.
Ahora los niños no se dejan camelar tan fácilmente como nosotros. Están
enteradísimos de la actualidad mundial. Para empezar, yo lo que he observado
es que lo primero que aprenden es japonés. El japonés es el idioma del
futuro. Porque cuando quieren una muñeca no compran una muñeca: compran un
cocoloti. Y cuando quieren un perro no piden un perro: piden un Poo-Chi. Y
luego está Pokemon, que es una serie de la tele, que va de un niño que se
llama Ash y tiene un peluche amarillo que es Picachu. Y luego Picachu
evoluciona y se llama Raichu. Y a partir de aquí no hay quien lo siga porque
un día el niño te cuenta en plan confidencia: Jo, tía, esta mañana estaba
jugando con el cocoloti cuando vi que Picachu se había vuelto Raichu, así
que llamé a Ash, nos cogimos el Poo-Chi y lo pasamos guachi.
Luego dicen que si hay problemas de comunicación entre padres e hijos. Pero
si el niño habla cantonés del norte, ¿quién lo va a entender?
En lo que nos entendemos todos es en el tema escatológico. Ya sabéis: caca,
culo, pedo, pis. Esas muñecas que cagan, mean, babean, vomitan, eructan y se
echan pedos. ¿Es eso lo que queremos enseñar a los niños? ¿A no controlar
los esfínteres? Así va el país, si se me permite decirlo.
Otro problema de comunicación es el de los nombres de los juguetitos de
marras. Vamos a acabar todos abobados. ¿Puede alguien llegar a la tienda y
decir: "Buenas, mire, yo quería a Marujita pon y quita", y que no se le
ponga cara de idiota? ¿Es posible?
¿Y cómo no perderte en las tiendas, si es peor que ir a la hamburguesería?
-Hola, yo quería una Supernena.
-Por supuesto, ¿qué prefiere: burbuja, pétalo o cactus?
-No, no, una planta no: una Supernena.
-Pues tiene usted la Supernena Guardiana de la Habitación, la Supernena
Grandes Abrazos y el Set Juego de Luxe de las Supernenas.
-Ése, ése. (Terminas comprando lo que sea con tal de salir de allí).
Hay que hacer un máster para enterarte de lo que compras, porque los niños
sabrán lo que piden, pero tú no tienes ni idea: el Amazon Fury, las
Turbotortugas, el Bionethic Radio Control Car, el Dirty Jeep Storm Challenge...
sólo falta el Super Disco Fashion (con un Rocco animado de regalo). Y si
encuentras algo que entiendes ¡no lo cojas! porque luego le tendrás que
explicar al enano por qué le has comprado al Robot Manolito cuando en la
estantería de al lado estaba de oferta el Turbo Thunder Computer. En el
fondo, todo es envidia cochina. Vale que el consumismo es un asco, pero a
quién no le hubiese gustado tener a los ocho años el coche teledirigido para
esnafrarse por los pasillos. Y quién no se ha mordido las uñas al pasar por
esos castillos hinchables de las fiestas donde sólo dejan meterse a los
niños. Y quién no le manga la pleiesteixon al crío en cuanto puede. Yo, la
primera. Así que de qué me quejo. ∆ |