Palden Gyatso lleva siempre consigo una bolsa llena de instrumentos de
tortura: grilletes, esposas, porras eléctricas... Los lleva porque los ha
probado en propia piel durante su cautiverio en varias cárceles chinas en
Tíbet, y porque es más fácil entender el terror cuando se ve. Además de su
bolsa de los horrores, este lama tibetano cuenta con dos armas más: un
libro autobiográfico prologado por el Dalai Lama, y la firme intención de
no parar sus denuncias hasta que Tíbet recupere su independencia.
"A los lamas siempre nos han enseñado a no hacer
daño a nadie, a no enfadarnos, a no odiar. Algunas veces salía el rencor
contra los chinos, pero inmediatamente lo controlaba"
"La mayoría de las personas que están recibiendo torturas son pro Tíbet,
sienten como tibetanos y tienen sus razones históricas. Tíbet nunca ha
sido parte de China"
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Texto: Rami Ramos / Fotos:
M.A.OlivaE xiste
una tradición tibetana que consiste en escribir las vidas de los grandes lamas y
personajes que, a lo largo de la historia, han alcanzado un cierto grado de
espiritualidad. Estos libros se llaman Namthar y el lector los usa como
ejemplo y guía para su vida. Así lo cuenta Palden Gyatso en Fuego bajo la
nieve. Memorias de un prisionero tibetano. Yo no sé si, en un sentido
estricto, esta biografía es un Namthar, pero desde luego cumple muchas de
sus características: la vida de Palden Gyatso es la lucha de un hombre por ser
fiel a sí mismo, aún al precio de pasar treinta y tres años en una cárcel china,
donde las torturas físicas y psicológicas eran el pan de cada día.
Cuando consiguió escapar de Tíbet y presentarse ante el Dalai Lama, éste le
animó a escribir su experiencia para que el mundo la conociera. Así lo hizo. En
1995 fue el primer tibetano en declarar y contar su caso ante la Comisión de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Allí se encontraba también una
delegación china, que lo negó todo. Desde entonces pocas cosas han cambiado: los
chinos siguen llamándole mentiroso y Palden Gyatso sigue arrastrando su bolsa
por el mundo y contándole a quien quiera oír que algún día Tíbet será libre.
-¿Por qué le encarcelaron los chinos?
-La primera revuelta contra los chinos en Tíbet fue el 10 de marzo de 1959.
Ese día yo estaba participando en una manifestación, por esa razón me acusaron y
me llevaron a la cárcel.
-¿Le dijeron el motivo?
-Por ser fiel al Dalai Lama, por subversivo y reaccionario y por ser enemigo
de la unidad china. Me torturaron para que acusara a mi maestro Gyen de ser
espía indio. No lo hice.
-En los 33 años de encarcelamiento ha sufrido torturas y trabajos forzados.
¿Cómo ha logrado sobrevivir a todo eso?
-No lo sé. No sé como he sobrevivido. Nunca olvidé mis valores espirituales,
eso me dio mucha fuerza. También pensaba que todo eso pasaría, que seguiría
adelante y que podría explicárselo al resto del mundo.
-¿Qué tipo de torturas sufrió?
-La tortura china es muy famosa en todo el mundo. Me ataron las manos y las
piernas con hierros, no podía andar ni moverme. Estuve siete meses con las manos
atadas a la espalda sin poder cambiarme de ropa, ni comer, ni orinar solo. Otras
veces me colgaban del techo boca abajo, me preguntaban cosas y si no respondía
lo que ellos querían me tiraban agua hirviendo al cuerpo. Nos quemaban el culo
con fuego, nos pegaban con las botas en las orejas hasta reventarlas.
-¿Por qué lleva siempre esa bolsa con usted?
-La razón por la que llevo los instrumentos conmigo es porque puedo decir
mil palabras, pero a la gente le cuesta imaginar. Si enseño los instrumentos,
qué son y cómo los utilizaban, a la gente le es mas fácil entender.
Hasta 1980 en Tíbet no existía electricidad. A partir del 81 los chinos
empezaron a utilizar descargas eléctricas en los prisioneros. Esos instrumentos
ya los he probado en mi cuerpo y han sido usados en otros compañeros
prisioneros, así que es un gran testimonio poder enseñarlos.
El 13 de octubre del 1982 fue el peor día para mí. En los interrogatorios y las
torturas utilizaron este instrumento eléctrico. Me preguntaban si Tíbet era
independiente o era parte de China. También me pedían que denunciara al Dalai
Lama y como no lo hacía pusieron el aparato eléctrico en mi boca, ese mismo día
perdí varios dientes. Como no respondía lo que ellos querían seguían poniéndome
el aparato eléctrico en la boca, en tres meses perdí todos los dientes. Pero
eran más graves las torturas que les hacían a las mujeres, jóvenes o mayores, no
importaba: si no les caían bien a los chinos, las torturaban con la electricidad
en sus órganos sexuales. Conozco a varias tibetanas y a monjas que como
consecuencia de eso no pueden controlar su orina.
-¿Cómo ve a las personas que le maltrataron y le torturaron?
-La mayoría de las personas que están recibiendo torturas son pro Tíbet,
sienten como tibetanos y tienen sus razones históricas. Tíbet nunca ha sido
parte de China, pero los chinos quieren que reconozcamos que sí lo es. Si no
reconocíamos que somos chinos, ellos nos pegaban o nos torturaban. Muchos no lo
reconocimos aunque nos estuviéramos muriendo. Si tuvieran razón no habría ningún
problema en reconocerlo, pero como no es verdad no vamos a hacerlo.
He visto morir a gente delante de mí a la que estaban torturando y pegando. Ver
todo esto es muy duro porque yo soy tibetano como ellos; si ellos ponen su
dignidad por delante, también yo me tenía que mantener y hacer algo por mi
pueblo.
-¿Qué dicen los chinos de sus denuncias?
-Siempre que yo u otras personas hacemos algo en favor de Tíbet, los chinos
protestan.
En el año 1995, fue la primera vez que fui a Londres a explicar mi experiencia.
El embajador chino de entonces afirmó que lo que yo decía era falso, que en
China nunca se torturaba de esa forma. Después, en 1997, escribí el libro donde
explico todo claramente. Avisé al embajador chino para decirle que había escrito
este libro, que tengo testigos y pruebas, y si en el mundo hay justicia se va a
juzgar, y luego hablamos frente a frente. A partir de esto, al embajador lo
trasladaron a otro país y lo estoy buscando.
-¿Cómo consiguió salir de la prisión?
-En 33 años he vivido diferentes épocas. Primero estuve quince años en
prisión y pensaba que no habría ninguna oportunidad para salir, que moriría
allí. Cuando pasó esa condena de diez años me soltaron, pero de nuevo me
acusaron y me condenaron a diez años más, cuando cumplí esos años me pusieron
ocho más. En total 33 años y de repente un día, el 25 de agosto de 1992, me
dijeron que me iban a liberar. Yo no sabía lo que pasaba. Estuve en Lasa, la
capital, durante trece días y mucha gente me decía que marchara, porque me
volverían a coger y me ayudaron a escapar de Tíbet. Cuando llegue a la India
vino la BBC para entrevistarme. Desde Italia, Amnistía Internacional me escribió
una carta, luego me enteré de que a través de ellos se había hecho mucha presión
para que pudiera salir. Yo estaba muy contento.
-¿Piensa alguna vez en otra forma de rebelarse que no sea la no violencia?
-Cuando me torturaban y me pegaban, cuando experimentaba tanto sufrimiento
pensaba que no lo podría contar. Muchas veces me enfadaba mucho con los chinos.
Algunas veces pensaba que no podría aguantar tanto, que me pegarían un golpe
fuerte en la cabeza y que moriría. Luego, pensando en mis maestros, veía que
enfadarme no era bueno, entonces pensaba en el lado positivo, en las desventajas
de enfadarme y en las ventajas de no enfadarme y eso me ayudó mucho. A los lamas
siempre nos han enseñado a no hacer daño a nadie, a no enfadarnos, a no odiar.
Algunas veces salía el rencor pero inmediatamente lo controlaba .
-¿Cree que algún día Tíbet será libre?
-Sin duda. ∆ |