-Acabo de leer "Desde el banquillo" y le confieso que me ha sorprendido
gratamente el tono intimista del libro, y también encontrar al otro lado a un
hombre sensible, que comparte con sencillez sus pensamientos, sus reflexiones.
Una persona muy crítica con esa justicia de la que usted ha formado parte.
-Ese libro es un cuaderno de bitácora. Acabé Pasos perdidos un 28 de
diciembre y al día siguiente empecé Desde el banquillo. No le sorprenda,
porque yo todo lo que escribo lo hago desde un profundo amor a la justicia. Ese
sentimiento es lo que me legitima moralmente para escribir algunas cosas que
luego no dejan a la justicia en muy buen lugar. No porque yo lo diga, sino
porque la opinión de los ciudadanos está ahí y es muy severa.
-Usted aceptó el caso Sogecable y se atrevió a enfrentarse con el poderoso
grupo Prisa. Fue acusado de prevaricación -aunque actuó de acuerdo con el fiscal
y sin ánimo de lucro- y por último fue suspendido en sus funciones,
posteriormente indultado y hoy ejerce el oficio de la abogacía. ¿Qué ha hecho
usted durante estos cinco años?
-Puestos a ser sinceros, este calvario empezó en el 96 cuando me encontré de
frente con un sumario que se llamaba Lasa y Zabala, para qué vamos a
engañarnos. Ahí me di cuenta de que las cosas no iban a ser fáciles, y más
cuando veía por uno y otro lado tiros en forma de bala. Llegan hasta mí
diferentes asuntos hasta que aparece encima de la mesa el caso Sogecable.
Créame que capté rápidamente lo que me podía pasar en el mismo momento que se
entregaba la querella a los querellados: el Consejo de Administración de
Sogecable. Pero también pensé que a esas alturas de mi vida, después de haber
bregado con terrorismo, narcotráfico, después de treinta años al servicio de la
justicia, y sobre todo, cuando el Ministerio Fiscal pedía que aquello se
investigase... no podía ceder. Me acuerdo perfectamente de que consulté con mi
padre, un magnífico juez que me lo había enseñado todo. Le dije: me juego mucho.
Y me contestó: te juegas lo que tienes que jugarte, que es tu independencia. Y
me la jugué. Al final, se fue de este mundo con el procesamiento de su hijo. Y
eso, le confieso que es muy difícil de perdonar. En cuanto a la soledad vivida
en este tiempo, le diré que se ha convertido en una compañera maravillosa. Me ha
ayudado a pensar, reflexionar y ver cosas que antes no veía.
-Y también le ha ayudado a escribir... Ha publicado desde entonces dos libros
de ensayo y acaba de presentar su primera novela "La Casa de los
Momos"(Planeta).
-Es cierto, no he parado. Le confieso que hay momentos en los que le estoy
muy agradecido a mis enemigos por haberme permitido descubrir todo lo que estoy
viviendo ahora. Creo que al final han fracasado en su intento, cosa de la que me
alegro: pretendían acabar conmigo y no lo han conseguido.
-Comenta en uno de sus libros que en España el mundo judicial lleva tiempo
moviéndose entre la cicatería y la envidia. Y que lo más grave del Poder
Judicial han sido las constantes abdicaciones a los denominados poderes
fácticos. ¿Todas estas situaciones las ha vivido usted en carne propia?
-En carne propia he vivido algunas. Le voy a poner un ejemplo para no hablar
de mí. El señor Marino Barbero ha sido el gran ejemplo de cómo se puede morir
abandonado por sus compañeros. Y me consta que él murió desangrado por el
sufrimiento que le produjo la instrucción sumarial del caso Filesa (asunto de
financiación ilegal del PSOE), en la que no tuvo ningún tipo de apoyo ni por
parte de los poderes políticos ni por parte de sus compañeros. Y le diré más, la
manera que tuvo de morir el señor Barbero fue miserable y no por culpa suya. Con
relación a la cicatería le diré que en la carrera judicial es donde están las
mejores cartas de la baraja nacional: hay unos jueces y magistrados
extraordinarios, estudiosos, sacrificados, pero también le diré que al lado hay
unas excepciones que son las que hacen daño a la justicia. No me pida nombres
porque creo que están en la mente de todos y por otro lado pienso que sería
hacer propaganda de quien no la merece. Esos han hecho mucho daño al poder
judicial, empezando por uno de ellos que me condenó por prevaricación, me
refiero al señor Bacigalupo. Esta persona ha hecho mucho daño a la carrera
judicial a raíz de conocerse que había percibido pensiones extraordinarias del
gobierno argentino -que estaba en ruinas- y además, al parecer, no lo había
declarado ni al fisco español ni al argentino. Considero a este juez un pésimo
ejemplo.
-¿Hasta dónde llega la corrupción en la carrera judicial?
-Yo no creo que exista corrupción judicial en España. Puede existir
corrupción moral de algunos magistrados. En muy pocos, pero que hacen un
terrible daño.
-Ha confesado que le indigna especialmente el hecho de que la calidad de un
juez se determine por el grado de simpatía que tenga con el partido político de
turno o el magnate de la comunicación. ¿Ocurre esto muchas veces?
-No lo sé, pero creo que todo el mundo ha podido apreciar que hay jueces a
los que se les asocia con un determinado partido político, o con un medio de
comunicación y no me refiero a la parte baja o media del escalafón, sino a la
alta. Esto es mortal para la judicatura porque ¿cómo va a confiar el ciudadano
si sabe que su recurso va a ser visto por un magistrado que lo primero que va a
preguntar es qué periódico lee o qué ideas tiene? Yo ahora, desde la abogacía,
estoy comprobando que la gente confía en la justicia, pero esa justicia llana,
sosegada, pacífica. Cuando se les habla de unas determinadas instancias, la
gente empieza a preocuparse.
-¿Sigue pensando que los buenos jueces se hacen en la calle y no en los
despachos?
-Esa es una hipérbole que tiene más de literatura que de otra cosa. Pero sí,
he de confesarle que los mejores jueces los he conocido estudiando y haciendo
calle. Y digo esto porque creo que es ahí donde se capta la realidad social. La
ley está en los códigos pero también está en los pasos de peatones. Creo que el
juez debe hablar mucho con la gente, pasear, que es muy bueno para la salud y
preguntar y tantear los problemas que hay en la calle.
-Reconoce públicamente la gran ayuda que en este tiempo le ha prestado su
mujer y la fortaleza que le ha contagiado. Está convencido de que en este
momento la historia manda y que con la liberación de la mujer, el hombre se
libera. ¿Está el hombre por la labor?
-Soy enemigo acérrimo de esas cosas como la paridad. Cada uno es lo que es.
Creo que la mujer es lo mejor que existe en la creación por una razón muy
sencilla, porque el hombre no tiene capacidad de engendrar y yo admiro esa
capacidad. Además la realidad me ha demostrado que por ejemplo en la judicatura
la mujer está barriendo a los hombres. Este escalafón de la carrera está siendo
ocupado en los últimos años por mujeres en una proporción del 70%. Y a la hora
de aplicar la justicia lo hacen de una forma maravillosa, certera, con gran
dedicación y entrega. Y eso que me pregunta de por qué está ayudando a la
liberación del hombre, creo que es evidente. En mi caso he podido comprobar que
todos aquellos amigos que tienen a su lado mujeres activas, inquietas, son
mujeres que ayudan al hombre a progresar.
-Usted ha sido juez de vigilancia penitenciaria y ha conocido de cerca lo que
ocurre dentro de las cárceles. Esto le ha hecho reflexionar en voz alta que
"salvo raras excepciones de presos a quienes el paso por la cárcel no cambió, la
cárcel modifica la personalidad del interno hasta el extremo de que jamás vuelve
a ser el mismo porque la mayor parte de su dignidad se ha quedado detrás de las
rejas". A pesar de ello, la sociedad parece demandar más cárceles y penas más
duras...
-En 1979 en España se aprobó por mayoría, una Ley Orgánica Penitenciaria.
Con ella se abrían los cerrojos, se rompía el mito de las prisiones, y los
jueces podíamos entrar a ver qué pasaba ahí dentro. Durante un año fui juez de
vigilancia penitenciaria, conviví con los internos y créame que aquello es una
fragua de miserias. Por eso ahora, cuando se habla de penas más duras, de más
cárceles, parece que volvemos a principios de la ley y el orden que todos
considerábamos ya caducados. Se habla más de la prisión que de la
resocialización, y eso es un grave error.
-Lleva usted treinta años administrando justicia. Hábleme con sinceridad:
¿cómo se puede enfrentar uno a la tarea de juzgar al prójimo?
-Amo la justicia porque creo que es la única compañera fiel, pero juzgar al
prójimo, pedir cuentas a los demás, es terrible porque nadie es más que nadie
para juzgar a otro. Pero alguien tiene que hacerlo. Mire, hay una cosa que he
hecho muchas veces a lo largo de mi carrera profesional y es que antes de
empezar un juicio y ponerme la toga, en soledad me sentaba en el banquillo y
hacía mi propio ejercicio para poner la oración en pasiva, situarme en el lugar
de la persona con la que me iba a encontrar al cabo de unos minutos. Esto me dio
buen resultado. He intentado actuar siempre con justicia, pero créame que es un
oficio muy duro, aunque por ello, también muy hermoso.
-Cuando dicta usted una sentencia, ¿en algún momento llega a estar convencido
de su decisión?
-Siempre me queda la duda. Creo que un juez debe ser un hombre que se
inquiete y dude, precisamente por lo grandioso que es estar obligado a dar a
cada uno lo suyo.
-¿Le ha traído muchos problemas "ser duro de boca"?
-No creo que haya sido un duro de boca, ni tan siquiera de pluma, pero sí me
ha gustado decir las cosas que pienso. Ahora bien, sin ofender a nadie. No creo
que haya ningún artículo mío donde haya sido ofensivo al margen de la verdad. Si
tengo que decir cosas como antes señalé del señor Bacigalupo, lo siento, pero es
verdad. Y eso no sólo lo digo yo, lo dicen todos los medios de comunicación y
nadie lo ha discutido. Hay cosas ante las que uno no debe pararse, ni para coger
impulso.
-Cree que "todo lo que no sea sentir o pensar es derramar el vaso de la vida
en un desierto desolado". ¿De qué más cosas llena su vida?
-Pienso mucho en los demás y poco en mí mismo. Eso me da buen resultado. Por
ejemplo, esta mañana estoy feliz porque he entrado en este despacho y me he
encontrado a la gente sonriendo.
-Mentalmente es una persona inquieta y, según dice, enamorada de ese surco
interminable que aportan los sueños. ¿Cuál es su utopía más cercana?
-No dejar de ser nunca un utópico. Soy consciente de que tienen muy poco
sitio en este mundo pero tienen un rincón. Con eso me conformo. Se trata de ser
feliz no con aquello que se desea, sino con lo mucho o poco que uno tiene. O
como yo ahora mismo, con casi nada. Pero le puedo asegurar que el vivir me
proporciona una gran dicha.
-¿En este momento echa de menos algo?
-Tengo la nostalgia judicial bastante controlada. Si después de treinta años
decides dar un cambio, colocarte en excedencia voluntaria y ejercer la abogacía,
es obligado que de vez en cuando te acuerdes de tu carrera judicial. Pero a
cambio me estoy dando cuenta de algo que ya sospechaba, y es que esto de pedir
justicia es tan hermoso o más que administrarla. Aquí ves los problemas humanos
mucho más a flor de piel. Estoy muy feliz compaginando el mundo jurídico con la
literatura, aunque confieso que lo echo de menos. Pero nadie es imprescindible.
Todos somos útiles y lo que hice, posiblemente lo hagan otros compañeros, igual
o mejor que yo. ∆