El derecho a una vivienda
digna es uno de los principios rectores de la política social y económica
del orden constitucional, es decir, que está escrito en el capítulo de ese
maravilloso libro en el que un día apuntamos todo aquello que nunca va a
ser de verdad un derecho. |
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REFLEXIONES DE UN HIPOTECADO
POR JOSE ROMERO SEGUIN
L a adquisición de una vivienda para
fines no especulativos es un sueño que a los primeros compases de su
realización se transforma en pesadilla, para convertirse más tarde en una
obsesión, que en el mejor de los casos, degenera en neurosis.
La adquisición de una vivienda para fines no especulativos es un delito no
tipificado por el cual se nos condena a penas de entre 15 y 30 años de
privaciones y sacrificios.
La adquisición de una vivienda para fines no especulativos, mediante la
firma de un préstamo hipotecario, supone vivir en la casa del banco durante
los años que dure éste y pagarle por ello el doble del capital que te
prestó. Una bendición a todas luces maldita.
Un alquiler es, hoy por hoy, y a tenor de los precios, como una hipoteca sin
banco ni papeles, que no te ata, pero que te obliga.
Comprar una vivienda con ánimo especulativo, es una inversión que da pie al
ministro de fomento a congratularse de que España va bien, aunque no se sepa
muy bien para quiénes y menos aún para cuántos.
Si tienes entre 25 y 35 años no esperes más, hipotécate, a los 65 no te van
a dejar hacer.
Los pisos de protección oficial no pueden tener más de 80 m2, esa es al
parecer y entender de los gobernantes la medida de las necesidades y
posibilidades vitales de los destinatarios de estas viviendas.
Es decir, que los 80 m2 de tu piso van a ser la medida de tu familia y demás
enseres de los que sois o vais a ser propietarios. Al igual que la plaza de
tu garaje va a ser la medida de todos tus coches. Y el trastero, la de todos
tus excedentes.
Las subvenciones a fondo perdido son las 30 monedas con que te compran el
espacio, el tiempo ya lo has vendido antes al trabajo.
Un promotor es un dios menor que curiosamente se enriquece en lo económico y
se enaltece en lo social, emparedando seres de su misma especie.
Un bloque de pisos es una especie de truco de magia, mediante el cual uno
vive sobre el tejado del otro con toda la natural impunidad del mundo.
Una grieta en la fachada de un edificio o en una pared o tabique interior,
es a saber y entender de un promotor un guiño de complicidad entre el
propietario y su vivienda, mediante la cual el edificio le comunica a éste
que por fin ha decidido asentar los cimientos.
Un piso se diferencia de un panteón en que en uno enterramos la vida y en el
otro la muerte.
La vivienda, paradojas del destino, termina por vivirnos, pero eso quien lo
quiere ver, y aún menos si estás pagando alquiler.
Hoy parece ser que los jóvenes prefieren vivir con los padres, a la fuerza
se fraguan algunas preferencias.
Dicen que el precio de la vivienda aún no ha tocado techo, curioso no.
Al Ministro de Fomento le parece lógico que el precio de la vivienda siga
subiendo mientras haya quien lo pague, como dijo el corregidor, ahí me las
den todas.
El derecho a una vivienda digna es uno de los principios rectores de la
política social y económica del orden constitucional, es decir, que está
escrito en el capítulo de ese maravilloso libro en el que un día apuntamos
todo aquello que nunca va a ser de verdad un derecho.
Curiosamente el elemento inflacionario no es aquel que encarece más allá de
lo razonable el precio de la vivienda, sino el desarrapado que la compra sin
tener un céntimo. Y para combatir la inflación ya se sabe, subida de
impuestos y de tipos de interés, para parar los pies al atrevido. Desde
luego se las saben todas.
Se cuentan por centenas de mil las viviendas que a lo largo y ancho de
nuestra geografía se hallan deshabitadas, creo que tantas como personas
desamparadas.
Cuando adquieres tu primera vivienda, te conviertes en un ser peligroso, al
que todo el mundo vigila, lógico, estás entrampao, cuando adquieres la
segunda, se cuenta contigo, natural, estás desahogao, y a partir de ahí se
te adula y admira, de cajón, está forrao.
Todos deberíamos tener una casa, pero no una hipoteca, palabra de un
hipotecado.
Ya sin tiempo, ni esperanza de espacio, aquí estamos, a la espera de una ley
del suelo que nos permita tener un techo, aunque éste sea el suelo que
sustenta el espacio donde pasa el tiempo el vecino.
Asombraos, hay quien no conforme con comprar todas las casas que puede,
compra también hipotecas, la diabólica alma de esas malditas casas que aún
no posee. ∆ |