Parece que no hubiera más muertos que los
americanos, ni más desgracias, ni más tragedias. Todos los cadáveres del
mundo juntos no valen dos euros al lado de los exquisitos, respetables,
finísimos y selectos fiambres norteamericanos. |
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VIVIR BAJO SOSPECHA
POR CAROLINA FERNANDEZ
E l otro día bajaba yo a la charcutería
que hay debajo de mi casa con la sana intención de hacer acopio de fiambres
varios para avituallar la nevera, cuando de repente me asaltó la sombra de
la duda: ¿Y si el orondo charcutero, de mofletillos sonrosados y barriga
pendulante, es en realidad un agente de la CIA que vigila movimientos
sospechosos en el vecindario? Como estamos a mitad de verano y ya tengo la
piel un poco tostadita, me entró el pánico antes de llegar al portal. "Lo
mismo se piensa que en mi tiempo libre soy cooperante de Terroristas Sin
Fronteras y me manda a los federales a la puerta de casa". Así que con la
misma, me di la vuelta y me quedé sin el jamón York. Tampoco me fío mucho de
la reponedora del supermercado, que me mira de reojo a través de las
estanterías. Me da mal rollo. Las conversaciones telefónicas tampoco son
seguras. Procuro no incluir nombres propios; no cito lugares ni personas y
evito las referencias temporales directas. Quedar para ir al cine sin que se
enteren las escuchas, es un poema, la verdad, pero es que me pone mala que
un funcionario cotilla se lo pase pipa enterándose de mis andanzas, mis
relaciones, mis amigos, mis viajes y mis reglas. Así estamos después del
puñetero atentado de las puñeteras torres gemelas. Parece que no hubiera más
muertos que los americanos, ni más desgracias, ni más tragedias. Todos los
cadáveres del mundo juntos no valen dos euros (ya no podemos decir dos
duros) al lado de los exquisitos, respetables, finísimos y selectos fiambres
norteamericanos.
Además, aparte de tener que soportar el bombardeo mediático sobre el que ya
se ha hablado mucho y sobre el que más se hablará, ahora tenemos que
convivir día a día con la psicosis del terrorista. En breve los ciudadanos
de a pie de cualquier lugar del mundo llenaremos las consultas de los
psiquiatras con un rosario de manías persecutorias, alucinaciones, complejo
de talibán, paranoias varias, fobias y filias a tutiplén. Y es que no es
para menos. Hace tiempo que sabíamos que las comunicaciones electrónicas de
todo el planeta están pinchadas, que son sistemáticamente analizadas,
rastreando posibles mensajes anti sistema; que no hay mensaje de Internet
que no pase por unos filtros que determinan su peligrosidad; que si hablas
con una amiga por teléfono y le dices que tal disco es "la bomba" o que tu
hermano mayor es "un terrorista" que te hace la vida imposible, una oreja
gigante recoge y husmea en tus palabras para detectar el peligro que
encierran. Antes se hacía por lo bajo. Ahora, a cara descubierta y
haciéndote un favor, porque al vigilarte te protegen de esa plaga
apocalíptica que es el terrorismo internacional.
El otro día leía una carta al director de un viajero conmocionado todavía
por la aventura surrealista que acababa de vivir en un viaje de avión. Algún
avispado sumó pistas sospechosas: una revista con un reportaje sobre Al
Qaeda (cualquiera de información general), un pañuelo en el cuello (para
evitar unas afonías frecuentes), un reloj de aventura, más aparatoso que los
normales, con brújula y alguna cosilla más. El caso es que alguien dio la
voz de alarma y el viajero tuvo que pasar por un circo hasta demostrar que
no era un peligroso terrorista. Y eso últimamente no es un hecho
excepcional.
Los americanos, que siempre van por delante, quieren poner en marcha una red
de espías "domésticos" que pondrán en conocimiento de las autoridades
cualquier movimiento que consideren extraño o sospechoso. Eso es abrir la
puerta a un estado policial maquillado. Por su propio bien, el pueblo
americano será vigilado por carteros, fontaneros, electricistas y
repartidores. Y el hecho de que sea en América, con un océano de por medio,
a mí no me tranquiliza en absoluto, dadas las buenas migas y el colegueo que
se trae el señor Bush con nuestro admirado Josemari, el hombre más veloz de
la tierra.
Aquí de momento tenemos nuestra versión cañí: héroes anónimos, ciudadanos
valerosos que persiguen en coche a presuntos miembros de ETA, mientras con
el teléfono móvil dan parte a la policía. Desde el gobierno y desde los
medios de comunicación se alaban estas acciones, se engrandecen y se premian
con un anonimato glorioso, pero poco he oído yo sobre el peligro que
encierran, dentro del contexto de psicosis colectiva que estamos viviendo en
el último año. Hay mucho supermán frustrado esperando la oportunidad de ser
protagonista de alguna aventurilla. Hay mucho maníaco que seguramente verá
sombras donde no las hay. Y también hay mucho capullo sencillamente
esperando la oportunidad de joder a su vecino. De todo hay en la viña del
señor, sin embargo no creo que haya tantos terroristas per cápita como nos
quieren hacer creer. Apelar a la colaboración ciudadana como la mano de
santo que va a acabar con el terrorismo es desviar la atención del foco del
problema, es sacudirse responsabilidades políticas, y es una manera de hacer
crecer la desconfianza en la calle. Si quien tiene que poner soluciones no
es capaz de hacerlo, que no espere que van a zanjar el tema con chivatazos
entre vecinos.
Y por último, no olvidemos que por sistema hay que pensar que lo que recoge
la prensa siempre es la punta del iceberg. Si dicen "vamos a poner en
marcha" quieren decir "hace ya tiempo que hemos puesto en marcha, solo que
ahora queremos tantear a la opinión pública, a ver cómo reacciona".
Multipliquemos por 10 y a lo mejor acertamos.
Y vayamos despertando. No me apetece vivir en un mundo donde todos somos
sospechosos hasta que no se demuestre lo contrario. ∆ |